Nunca antes había visto una ópera en directo desde los cines. La experiencia me parecía poca, comparada con una función en vivo en el teatro. Sin embargo, nunca es tarde para probar, así que en cuanto supe de esta nueva Traviata en el Met con una gloriosa pareja protagonista, no me lo pensé y me hice con una localidad en los cines Plenilunio, donde había muchas localidades disponibles, a diferencia de los cines Ideal que llevaban días con todo agotado. Hay que decir que la experiencia termina pareciéndose a estar en el teatro, aunque la gente aplaude menos, lleva refrescos y palomitas, y en los descansos programan entrevistas a los cantantes, reportajes y demás publicidad sin subtitular. El sonido suele ser bueno aunque a veces se pierde sonido cuando los cantantes se alejan del foso y se suelen programar primeros planos, lo que intensifica el dramatismo. Aunque en muchas ciudades esta es una alternativa más, en otras muchas es prácticamente la única oferta de ópera de calidad disponible. Por eso es de aplaudir que las principales casas de ópera lleven a todos los rincones del mundo la magia de sus producciones, aunque no sea igual que en vivo.
La temporada 2018/2019 del Metropolitan Opera House de Nueva York cuenta con una nueva producción de La Traviata, dirigida por Michael Mayer, que sustituye a la icónica de Willy Decker, inmortalizada en DVD y que ha recorrido el mundo. No era tarea fácil, y Mayer apostó por una producción clásica, casi en la misma época en la que Verdi estrenó la obra, pero con un vestuario muy colorista e incluso con guiños a épocas un poco posteriores. Antes de empezar la obra, una rosa aparece proyectada sobre el telón. Al levantarse éste, durante la obertura vemos el ya clásico enfoque de la obra como una serie de recuerdos de una Violetta ya moribunda. Antes de acabar la conocida introducción orquestal, Violetta se levanta e inmediatamente el escenario se transforma en la fiesta del primer acto. Durante todo el espectáculo veremos un elegante salón barroco con muchas puertas, decorado con flores sobre el que se abre una enorme cúpula, y sobre la que en escena veremos una cama, un piano y algunos divanes. La iluminación cambiará a medida que transcurran los actos, llegando a una recreación de cielo estrellado al final del segundo acto. La hermana de Alfredo, causa de la desunión de la pareja, aparece en este montaje. En el dúo de Violetta y Germont padre aparece durante un momento, presentándose ante una aturdida Violetta. En el preludio del tercer acto aparecerá con un velo de novia, como un espectro con el que sueña la protagonista, y al final de la obra aparece como una testigo más de los últimos momentos de nuestra heroína.
Mayer presenta la tragedia de Violetta en medio de un precioso mundo de color y fantasía, como queriendo demostrar que no es oro todo lo que reluce y que en medio de tanta belleza vacía una mujer sola e incomprendida se muere lentamente mientras todo el mundo intenta sacar provecho de ella.
Yannick Nézet-Seguin dirige una versión a veces lenta, pero con el necesario pulso dramático, que llega a su cima en el segundo acto, y la interpretación de los preludios es muy buena de cualquier modo. Aunque con esta orquesta y este coro no es difícil sacar un buen sonido.
Diana Damrau interpreta a una Violetta más dramática que ligera, dadas las dificultades que ya le supone un personaje de este calibre. La coloratura suena aún bien, aunque el registro agudo tiende a abrirse. En el acto segundo logró una interpretación conmovedora. Ahora bien, se ha revelado como una gran actriz. Su actuación del personaje ha sido desgarradora e intensa, con un tercer acto trágico y aterrador.
Juan Diego Flórez debuta el personaje de Alfredo Germont. Era cuestión de tiempo que cantase este personaje, después de cantar el duque en Rigoletto. Aunque su voz de tenor rossiniano no parece ser la más adecuada para esta obra, lo cierto es que no ha desentonado, e incluso se espera que mejore. Flórez tiene los agudos, la belleza vocal, la juventud (aún) y la gallardía que requiere el personaje. El primer acto lo empezó tímidamente, pero en el segundo abordó bastante bien sus dos arias, especialmente el O mio rimorso. Durante el resto de la obra mantuvo el nivel. No habrá sido una interpretación histórica, pero a medida que avance podemos tener a uno de los Alfredos más bellamente cantados de la actualidad.
Quinn Kelsey fue un Germont padre de voz enorme, pero no siempre grata. Intención no le falta, pero el agudo no es lo más refinado que tiene. La voz es como una apisonadora, pero se empeña en su aria y cabaletta del segundo acto. Su mejor momento, en el final del mismo.
El resto de comprimarios estuvo a un buen nivel, destacando al veterano Dwayne Croft como el Barón Douphol, a Jeongcheol Cha como un Marqués de Obigny de buena voz, a Kevin Short como el Doctor Grenvil y a Maria Zifchak como una dulce Annina.
La función fue enormemente aplaudida por un público que abarrotó el Met, y disfrutada por un público que si no llenó sí que ocupó altamente la sala del cine de Plenilunio, a tenor de los comentarios escuchados al abandonar la sala. Ha sido pues una experiencia agradable, que por unas horas vivamos en vivo, aunque sea por una pantalla de cine, la magia de la mejor ópera del mundo.
Algunas de las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario