No he sido siempre de zarzuelas, pero desde que el año pasado tuve una catártica, e inusualísima donde las haya, experiencia con la Verbena de la Paloma del Proyecto Zarza, empecé un tardío acercamiento a nuestro querido género. Y no me arrepiento, estoy descubriendo música maravillosa. Cuando vi anunciado el título de noviembre, no dudé en hacerme con una localidad. La ocasión lo valía por muchos motivos. En esta ocasión reseñaré la función del 14 de noviembre.
Este mes el Teatro de la Zarzuela se está convirtiendo en una verdadera fiesta. ¿La razón? El regreso de la muy querida y clásica producción de La del Manojo de Rosas a cargo del Emilio Sagi, montaje que ya tiene 30 años. Uno de los clásicos del género, la obra maestra de Sorozábal nos divierte y nos emociona, casi noventa años después de su estreno y de la época que representa. Los amores de Joaquín y Ascensión, que nos demuestran cómo cambia la vida en el momento más inesperado, la pedantería del redicho Espasa que resulta desternillante, la superficialidad de Ricardo, los divertidos Capó y Clarita, nos sacan una sonrisa, y nos llevan a un mundo que nos es conocido aunque cada vez esté menos vigente: ese Madrid castizo, hoy convertido más en una atracción turística que una realidad para sus vecinos, cada vez más desplazados por las gentrificaciones. Sin embargo, cada vez que veo una obra española de los años 30, ya sea esta zarzuela o la película de La Verbena de Benito Perojo, no puedo dejar de pensar que tan solo dos años después del estreno de esta obra, todo este mundo mágico desaparecería para siempre en medio del horror de nuestra Guerra Civil. Imaginarme cómo lo afrontarían estos vivaces personajes me entristece: al final de la obra, cuando Capó cuenta que su despido se debe a diferencias políticas con su jefe, nos advierte del negro porvenir que estaba ya muy cerca.
La música de Sorozábal, a su vez, moderniza la zarzuela, uniendo a su tradicional casticismo de pasodobles, chotis, y sus intensas romanzas, los ritmos más modernos de su época como el foxtrot, acercándolo al music-hall o la opereta. Esa breve introducción orquestal, anunciando el aria "No corté más que una rosa" que describe el amanecer en la plaza "delquevenga" nos muestra el genio musical y del compositor, una contraparte al festivo preludio del segundo acto, todo un festín musical que se corona con la popular aria "Madrileña Bonita". Tanto es así, que ya tengo ganas de repetir o ver otras versiones.
La producción de Sagi es clásica, pero de una gran calidad. Y por ello muy celebrada. Durante toda la obra, que se representa sin pausas, se ve una fachada madrileña , con el bar, la floristería y el taller como marca la obra. También se pueden ver algunas casas por dentro, como un salón con teléfono o en el segundo acto el rellano del edificio donde vive Joaquín. Muy bello el efecto del atardecer con un espejo situado en el lado del taller, visible desde las zonas laterales de la izquierda de la sala, también en el segundo interludio la recreación de la lluvia en el cielo nocturno es un logro. Las danzas, la estupenda dirección de actores, nos dan como resultado un trabajo inolvidable, que esperamos seguir viendo por mucho tiempo.
La orquesta de 23 músicos, reducida por las causas que tristemente ya sabemos, estuvo genialmente dirigida por Guillermo García-Calvo, quien destacó en las páginas más descriptivas como los interludios o la preciosa introducción orquestal. Igualmente muy festivo en el preludio del segundo acto, aunque los cuchicheos del público no permitieron disfrutarlo como es debido. El Coro también cumplió bien con su cometido.
Ruth Iniesta ha triunfado como la bella Ascensión, con una voz deliciosa y una interpretación creíble de esta joven aparentemente frágil pero con fuerte determinación. Algunos la encuentran fuera de tesitura, pero yo encontré un personaje muy bien resuelto y bien cantado. Al final se llevó una atronadora ovación.
El gran Carlos Álvarez se ha metido al público en el bolsillo con su varonil, gallardo y muy humano Joaquín. En un espléndido momento vocal, su grandiosa voz se hizo sentir en toda la sala, haciendo que el teatro se viniera abajo con el Madrileña bonita.
El resto del reparto estuvo a un nivel tan excelente como la pareja protagonista: el Espasa de Ángel Ruiz fue divertidísimo, ágil y creíble en el pedante personaje. Vicenç Esteve tiene una bellísima voz de tenor de carácter, ideal para el soñador Ricardo.
En cuanto a Capó y Clarita, el primero estuvo interpretado por David Pérez Bayona, y la segunda por Sylvia Parejo, ambos artistas habituales del Proyecto Zarza. Bayona es joven y muy atractivo, quizá demasiado para Capó, pero termina sacando adelante el personaje trabajando muy bien el lado despistado e impulsivo del mismo. En los celos de su Capó recordé los celos de su gran Julián de hace un año. Parejo me pareció mejor como Clarita: divertida, temperamental. Ambos son excelentes bailarines, como ha quedado demostrado en las coreografías. Debido a que son más actores que cantantes líricos, en ocasiones la orquesta les sobrepasaba.
Mención especial a los veteranos Enrique Baquerizo, un divertido y cascarrabias Don Daniel; y a Milagros Martín, como Mariana, la madre de Joaquín, a la que da un perfil de auténtica señora.
Pocas veces habré visto al público de este teatro tan entregado y disfrutando, riendo tanto como hoy. Una vez más, la obra de Sorozábal, ha conseguido que el respetable salga con una sonrisa en los labios, todo un regalo cuando fuera del teatro nos espera esta pandémica rutina de la que la lírica en directo nos rescata, aunque sea tan solo por un instante.
Algunas fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.
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