sábado, 2 de abril de 2022

El frenético (y tenebroso) juego del amor: The Magic Opal en el Teatro de la Zarzuela.

A Isaac Albéniz se le conoce en todo el mundo por sus grandes obras para piano como su famosa  Iberia o sus suites españolas, también en su versión para orquesta. Menos conocida es sin embargo, su fructífera faceta como compositor de música escénica. Albéniz compuso zarzuelas, óperas y operetas. Curiosamente, gran parte de su producción lírica se escribió en inglés, debido al tiempo que pasó en Londres y luego por su colaboración con Francis Burdett Money-Coutts, que nos dejó obras como Merlin, Henry Clifford o Pepita Jiménez. En 1893, estrenó en el Lyric Theatre de Londres The Magic Opal (El ópalo mágico, en español), una opereta cómica sobre un enredo amoroso en la antigua Grecia. El éxito fue tal que Bernard Shaw dijo que se había adelantado a todos los demás creadores, en una época en la que Gilbert y Sullivan eran los reyes de este género. Ciertamente, y como siempre en España, lo propio es lo último en valorarse. En una época en la que Puccini, Wagner y Verdi eran aclamados en todos los teatros de nuestro país, fracasaban una y otra vez los intentos de crear una ópera nacional. Albéniz, como Pedrell y después Falla, tendrían no solamente que competir con esos excelsos genios extranjeros, sino también verse ignorados sistemáticamente en las programaciones de los teatros donde no fuese la zarzuela el género lírico principal. Bretón, Arrieta y Chapí tuvieron grandes éxitos, pero fueron honrosas excepciones que en cualquier caso no asentaron una lírica nacional, vacío que sigue llenando la zarzuela.

La producción lírica de Albéniz no tuvo la suerte que merecía. Henry Clifford fue estrenada en Barcelona en italiano, con éxito, pero fue rápidamente olvidada. De la trilogía artúrica que intentó llevar a cabo con Money-Coutts sólo completó Merlín, y no pudo estrenarla. Pepita Jiménez fue estrenada en italiano también en la ciudad condal, pero después de la muerte de Albéniz no tuvo muchas reposiciones hasta la reorquestación de Pablo Sorozábal en los años 60. A principios de los 2000, Merlin conoció cierto reconocimiento tardío, con la famosa grabación en disco con Plácido Domingo y la producción en el Teatro Real en 2003 (que un servidor vio, con 15 años), pero si bien el disco tuvo mucho éxito, la producción escénica fue acogida con división de opiniones, y no volvió a verse en España hasta ahora, descontando una tímida interpretación al piano en un centro cultural de Madrid en 2009 y de escasa repercusión. Pepita Jiménez sí se vio en los Teatros del Canal en 2013, con buena acogida. Henry Clifford fue recuperada en Canarias en 2009, y al igual que Merlín, ambas obras tuvieron grabaciones; siempre de mano del gran valedor de la lírica albeniciana de esa época, el maestro José de Eusebio.

En cuanto a la obra que nos ocupa, se estrenó en España en 1894, en el Teatro de la Zarzuela, en español, con el título de La Sortija. Hubo que esperar hasta 2010 para que se escuchara en la capital otra vez, ahora en el Auditorio Nacional. Y es ahora en 2022, cuando regresa al mismo escenario donde se escuchó hace casi ciento treinta años. Sin embargo, lo hace en una adaptación de Paco Azorín, también director de escena, y  Carlos Martos de la Vega, y en una traducción al español de Javier L.Ibarz y Pachi Turmo. ¿Por qué en español y no en el original inglés? Es lo que muchos nos hemos preguntado antes de entrar. Pero al salir la conclusión es que la dramaturgia es tal, y posiblemente también la adaptación, que no se acomodaría bien en una versión en inglés, ya que tan solo con el lenguaje, no digamos ya los diálogos, donde se entienden con todo el sentido es con la realidad de la España de hoy.

Una obra tan olvidada como esta es una total desconocida para el público actual. Y muy poco o nada hay de la historia original, una comedia amorosa en la Antigua Grecia, en la que un anillo mágico hacía que todo el que lo tocase se enamorara de su portador. En esta nueva dramaturgia, donde además de la magia del anillo, nada recuerda a la historia que escribió Arthur Law, asistimos a un juego del amor. Una nueva obra de teatro con la música de la obra. En esta nueva versión, un grupo de jóvenes viaja en metro hacia un escape room, donde hay un juego, llamado The Magic Opal, cuyo ganador ha de obtener el ópalo mágico que le hará encontrar el amor, condenando a los perdedores a la eterna soledad de las aplicaciones para encontrar pareja. El hilo conductor recae en un egocéntrico personaje, Eros XXI, quien se encarga de guiar a los concursantes, si bien sus intenciones no son del todo limpias. Azorín, junto a su equipo firman una producción muy visual, en la que destacan la gran iluminación de Pedro Yagüe y el diseño de audiovisuales de Pedro Chamizo, que nos sumergen en ese mundo de fantasía de este concurso del amor. La iluminación se vuelve roja y como una alarma, da vueltas por toda la sala cuando sucede un imprevisto o se infringen las reglas, o en la danza del segundo acto las luces de bola de discoteca también llegan a la sala, haciendo de alguna manera partícipe al público.

Mientras el público ocupa sus asientos, se ve a un grupo de jóvenes en el proscenio, con un enorme portón sobre el que se proyectan imágenes del metro Sevilla, dando a entender que están viajando en metro mientras realizan esta prueba de compatibilidad, este juego online desde sus teléfonos móviles. Cuando se apagan las luces, el metro se convierte en un portón con el nombre del juego, se abre una pequeña puerta, cuya fuerza engulle a los personajes. Empieza el juego. Mientras suena la obertura, los concursantes eligen a sus personajes. Durante la música, hay un momento en que Eros XXI aparece para presentar el juego, lo que dificulta la audición de la misma. Los concursantes atraviesan un mundo tan fantástico como complicado y que finalmente se revelará como tramposo, pues ese ópalo tiene sucedáneos que complican la historia. La transformación no solo afecta a las obras, sino también a los personajes. Y prueba de ello es como dos villanos como Carambollas y Aristippus son convertidos en una pareja gay con un turbio pasado político. O que los protagonistas, tras verse metidos en una situación comprometida y susceptible de malos entendidos, aclaren que no son lgtbifóbos. El concurso tiene situaciones desternillantes, así como una coreografía de los ayudantes de Eros, los opalines, bastante espectacular, una palabra que define este montaje. Finalmente, los ópalos pierden su poder, cuando el amor de verdad ha triunfado, Eros se desvanece con su juego, y los jóvenes vuelven al metro, a sus vidas normales. Con el amor, no se juega.

El joven Albéniz nos regala una música deliciosa, hechizante, alegre, ligera en comparación a las épicas Merlin o Henry Clifford, pero con ese reconocible toque tan español, tan folclórico y colorido, que resulta exótico, como demandaba el público de la época. En las danzas, como en la del segundo acto, está ese estilo que encontraremos en parte del tercer acto de Merlín. En otros momentos, la música suena como una opereta convencional, aunque traducida nos llega incluso a recordar a páginas de nuestro género. La obertura es exótica, pero convencional en su estilo. Pero el preludio del segundo acto es música española pura y dura. El maestro Guillermo García Calvo ha sabido defender esta música con una interpretación que ha sabido sacar ese colorido de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, especialmente en el segundo acto, si bien tuvo que lidiar con los ruidos y diálogos de escena. Si bien la orquesta parecía un poco contenida al principio, luego explotó el lado más alegre de la obra, por ejemplo con la madera que sonó muy bien en las danzas. También tuvo cuidado para con los cantantes, y no sobrepasarlos. El Coro Titular del Teatro de la Zarzuela estuvo especialmente notable en su intervención, y muy divertido a nivel actoral. 

Ruth Iniesta fue, de lejos, la mejor cantante del elenco, en el rol de Lolika. Un personaje que vocalmente se antoja complicado, aunque Iniesta sale airosa del reto. La voz tiene ese timbre tan juvenil, delicioso, que da brillo al personaje. Una interpretación que fue a más, terminando el primer acto con un potente, apoteósico agudo final que sobrepasó a orquesta, coros y demás elenco. Como actriz, indiscutiblemente se antoja divertida, y que entiende la dramaturgia de Azorín y de la Vega.

Luis Cansino de nuevo demuestra su dominio de los roles cómicos con un Carambollas tan bien actuado como cantado, con una voz que corre por la sala.  Santiago Ballerini como el galán Alzaga,  tiene una voz lírica, también con un sonido juvenil (a veces demasiado para mi gusto), pero adecuada a su personaje. Damián del Castillo es un solvente Trabucos, que transmite la chulería y bravuconería de su personaje. Carmen Artaza como Martina, dio una interpretación dulce, melancólica, con una voz aterciopelada, de su romanza en el segundo acto. El resto del reparto estuvo al mismo buen nivel.

Hay que destacar al célebre actor Fernando Albizu en el rol de Eros XXI, el hilo conductor y el verdadero protagonista de esta versión. Albizu nos ha regalado una divertida, a veces libre (suena un móvil en el público y lo menciona antes de seguir con el diálogo) y otras temible del dios del amor. Ese personaje en un principio amable cuya intención es realmente oscura: la de impedir que los protagonistas encuentren el amor y compitan salvajemente por el premio, un ópalo que no despierta amor, sino un deseo obsesivo. Aunque la historia original y la nueva se centren en el amor y las aventuras de estos concursantes-amantes, sin él esta historia no se entiende. Es él quien acapara todo el protagonismo cuando aparece. Y eso es lo que hace Albizu con todas y cada una de sus intervenciones, eclipsando al resto del elenco con su poderosa presencia.

El "redescubrimiento" (si descontamos el del Auditorio Nacional en 2010) de esta obra desconocida y olvidada se tradujo en un estreno en el que el teatro distaba de estar lleno. Más aún: si alguien va a ver esta producción, sin duda se divertirá de lo lindo y disfrutará del impacto visual del montaje. Pero si uno espera ver la historia original de Albéniz y Law, la misma del libreto, no la va a encontrar por ningún sitio. Este montaje es otra cosa, quizá más accesible, quizá más divertida, pero a la larga, es otra historia. Por ese motivo quizá el público aplaudió a cantantes y director de orquesta, pero abucheó con fuerza al equipo escénico. En cualquier caso, una oportunidad de escuchar en vivo una obra olvidada de uno de nuestros músicos más internacionales es algo que no se debe dejar pasar. Porque indudablemente esta noche el triunfador absoluto ha sido Isaac Albéniz.



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