viernes, 17 de marzo de 2023

Érase un hombre a una nariz despegado: La Nariz de Shostakovich en el Teatro Real.


Madrid, 15 de marzo de 2023.

El Teatro Real continúa ampliando su repertorio, y al igual que el año pasado, empieza marzo con una moderna ópera rusa: La Nariz, de Dmitri Shostakovich. Ya hace 12 años pudimos ver su ópera magna, Lady Macbeth de Mtsensk, con la inolvidable Eva Maria Westbroek y el montaje ya clásico de Martin Kusej. Ahora, pasamos de la tragedia de Katerina Ismailova al humor absurdo de la historia del general Kovalyov, un general cuya nariz se revela y vive su vida propia, basada en el libro de Nikolai Gogol, en el que se satiriza la burocracia rusa. De ahí que esta crítica se tome la licencia de llevar un título adaptado de un célebre verso del maestro Quevedo.

Un joven Shostakovich, en una época en la que el cine de Hollywood traía aires de modernidad en los primeros años del estalinismo, y en la que el arte soviético vivía una efervescencia creativa, compuso una obra que en consonancia con las tendencias de la época, unía estilos tradicionales rusos con atonalidad. Ello no le salvó de malas críticas tras su estreno en 1929, y su obra no resurgió hasta una producción en Moscú en 1974.

Procedente del Royal Opera House de Londres, donde se estrenó en 2016, la famosa producción de esta obra por Barrie Kosky resalta el lado más gamberro, absurdo, estrambótico de la obra, creando un mundo de fantasía, en la que los personajes están caracterizados de forma colorida y fantasiosa, todos con una nariz protuberante, en una estética que recuerda a Tim Burton, aunque los personajes se muevan en un decorado gris y frío. El montaje además, hace aún más absurdo el mundo de Kovalyov, quien tiene una relación de pareja con su criado Ivan, le convierte en un personaje sucio y con poca higiene (de hecho, en una escena en la que se hurga la nariz, se descalza y se quita los calcetines, dos señoras sentadas a mi lado estaban escandalizadas), además de sufrir mucho para encontrar su nariz. Esta producción además, se caracteriza por su baile de narices, ya que un grupo de ellas baila claqué, en uno de los momentos más hilarantes de la noche, tras el cual la nariz de Kovalyov se dirige en español al público diciéndole "Gracias, Madrid". 

La Orquesta del Teatro Real, a las órdenes de Mark Wigglesworth, saca la fuerza de la partitura de un joven Shostakovich. Los interludios, que ya llevan su estilo tan potente y desgarrador (esa madera que nos recuerda a veces a las del primer movimiento de la Sinfonía Leningrado)  sonaron con especial intensidad, en una obra con mucha presencia de la percusión. El Coro del Teatro Real volvió a destacar con sus enormes voces, en una obra que las lleva al límite. 

En una obra con múltiples personajes, que cantan, declaman y en este montaje además bailan, el reparto logró una labor más coral, más en su conjunto que en particular.


Obviamente si descontamos al protagonista, el bajo-barítono austríaco Martin Winkler, habitual en este teatro, quien el mes pasado cantó Arabella y en temporadas anteriores Alberich en el Anillo. La voz gutural  y de Winkler le permite adaptarse a su grotesco personaje. Kovalyov pasa por un sinfín de desventuras, a las que la historia retrata con humor. Además, el montaje supone un esfuerzo  físico para Winkler, que se pone tan a prueba como su personaje, haciendo cochinadas en escena, lloriqueando, berreando y demás, y saliendo airoso ya que hacía reír al público. Uno podía imaginarse -ya que lo ha cantado- si Alberich no estaba recibiendo en las cuitas de Kovalyov, el castigo por el mal que hizo.

Del resto del amplio elenco, nutrido de cantantes rusos, europeos del este y españoles, la veterana mezzosoprano polaca Agnes Zwierko interpretó a la Vieja Condesa, en una escena donde tenía que sacar sus graves de ultratumba. Los tenores  Vasily Efimov como Iván el criado, Dmitri Popov como el policía y Dmitri Ivanchey como la nariz, sin tener las voces más grandes, cumplen con su cometido. 

Al final de la obra, la presentadora estrella de la televisión española, Anne Igartiburu, enfundada en un imponente traje rojo de lentejuelas, aparece para recitar el final del cuento de Gogol, recordando lo absurdo e improbable de la historia de Kovalyov.


Esta obra es y no es para todos los públicos. Lo es por su humor absurdo, irreverente, plagado de gags, y no lo es por esa misma absurdez, sumada a la intensa modernidad de la partitura. De hecho hubo algunas deserciones en el patio de butacas. Aun así, como todas las grandes obras, es importante verla, porque si hay algo que está garantizado, es la risa.


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