domingo, 5 de marzo de 2023

La tragedia de Hagen, la saga televisiva de una familia: el nuevo y perturbador Anillo de Bayreuth.

En 2020, debería de haber tenido lugar una nueva producción del Anillo wagneriano en el Festival de Bayreuth. Sin embargo, el Covid-19 lo impidió, haciendo que cerrase por primera vez en 69 años. Luego en la apertura de 2021 se optó por la cautela y se pospuso la reapertura para el verano de 2022.  Y así, volvía la saga wagneriana tras 5 años de ausencia. De hecho, ya pudimos ver en vídeo el Ocaso de los Dioses gracias a BR Klassik. Aun así, Deutsche Grammophon anunció para el otoño del año pasado un streaming del ciclo completo en su plataforma Stage +, haciendo accesible al mundo la enorme expectativa que siempre hay en torno a un nuevo Anillo en la colina verde. 

Mucha fue la sorpresa cuando se supo que el joven director de escena austríaco Valentin Schwarz, de tan solo 33 años, iba a dirigir este Anillo. Ya antes de que se alzase por primera vez el telón, Schwarz, un hombre de su tiempo, anunció que concebía este Anillo como una serie televisiva de la famosa plataforma de pago Netflix. Ciertamente, la duración del ciclo daría para hasta dos o tres temporadas de cualquier serie. 

El resultado es, además de controversial como siempre en Bayreuth, una puesta en escena tan perturbadora que sin duda la ha llevado a convertirse en una de las más abucheadas de la historia. Schwarz, como también es ya costumbre, despoja a la obra de su esencia mitológica, dejando al descubierto únicamente a los personajes con sus intrigas y emociones, llevando esta base al mundo decadente de una corrupta y poderosa familia mafiosa de un serial televisivo, incluso una narconovela latinoamericana. Y también le quita al Anillo su impacto visual, algo siempre presente de algún modo en las producciones del ciclo en Bayreuth: no aparece por ningún lado la espectacularidad del acto segundo como la retrataba Chéreau, ni el entramado posindustrial y apocalíptico de un Kupfer o los imponentes decorados giratorios del Berlín del siglo XX de Castorf. Aquí, solo cuentan las intrigas y la ambición de los personajes, recordando más en ambientación a un montaje de un teatro más pequeño que a una grandilocuente producción de las que se hacen en Bayreuth, sin renunciar a su capacidad técnica, usando como decorado giratorio los mismos cuatro escenarios: un gran salón de estar, una habitacion amueblada, el patio de una casa destartalada y un salón acristalado. A lo largo de ellos transcurre el drama, una alegoría de cómo el mal se transmite de generación en generación. 

La puesta en escena se centra en cómo las generaciones por las que transcurre la historia se ven envueltas en una espiral de ambición, violencia, trata de niños y alcoholismo. Cada generación lega a la siguiente su maldad y su ambición. El bien y el mal quedan dentro de una misma familia, convirtiendo a Wotan y Alberich en hermanos mellizos. No hay anillo, no hay oro, no hay casco mágico, y tampoco muchas espadas.  

Durante el preludio de El Oro del Rin, se muestra a dos bebés aún dentro del vientre de su madre, con el cordón umbilical. De repente, uno de los bebés golpea al otro haciéndolo sangrar, y dejándolo tuerto. Es Wotan, quien en esta versión deja tuerto a Alberich. El pecado original, la competencia brutal entre estos dos hermanos tiene lugar desde antes de nacer. Y quien llevará sobre sus hombros el peso de esta tragedia no son ni Sigfrido ni Brunilda, sino Hagen, quien en esta versión es la gran víctima, el verdadero gran protagonista y no el supervillano de siempre. 

En el Oro del Rin, la acción comienza en una piscina, unos niños juegan en torno a ella mientras que tres sirvientas, las hijas del Rin, cuidan de ellos. De repente aparece Alberich, quien en su intento de hacerse notar es humillado por los niños. Finalmente, apartado de todos, hay un niño con una camiseta amarilla. Nadie le presta atención, incluso podría ser autista. Es Hagen, a quien Alberich secuestra. Es él el Oro del Rin, el potencial instrumento de venganza, ya que Alberich le transmitirá toda su violencia. La segunda escena transcurre en una moderna y lujosa casa, donde los Dioses, aquí miembros de una rica y poderosa familia criminal, se divierten. Los gigantes son otros mafiosos, quizá los arquitectos de la casa, vienen a cobrarse el pago con la joven y bella Freia. Erda está presente en toda la segunda escena aunque no diga nada, pues es el ama de llaves, quien luego irrumpirá en la cuarta escena. El Nibelheim es una guardería, donde ocho niñas dibujan mientras que el pequeño Hagen las atormenta. Mime es sospechosamente cariñoso con las niñas, y como luego se verá en el Ocaso, este Anillo lleva a escena a Bayreuth la problemática del abuso y violencia contra los niños. Porque la violencia en la infancia es un caldo de cultivo para la criminalidad, y prueba de ello es como al niño Hagen le dejan usar armas de fuego contra Mime y los dioses. Al final, el intercambio se hará entre los gigantes, que se llevan a Hagen, y Erda, quien se lleva a una de las niñas del Nibelheim. Al final, Wotan celebra su triunfo. 

En La Valquiria, en la casa de Hunding, aparentemente un policía, un árbol cae en medio de la tormenta, y mientras Hunding va a arreglar los daños, aparece Siegmund como un delincuente. Sieglinde ya está embarazada de Sigfrido, lo que da a pensar que antes de la acción los welsungos ya podrían haberse conocido. Nothung no es una espada, sino una pistola. En el segundo acto, Freia ha muerto y las valquirias asisten a su funeral. Lo poco bueno de esa familia ha muerto. Brunilda es una amazona de porte recio, sacada de una telenovela. En el tercer acto, las valquirias son unas señoras maduras que aparecen con las caras vendadas de las cirugías estéticas que se han hecho. Incluso flirtean con el personal masculino. Llama la atención que un camarero se ponga a bailar mientras Brunilda pide ayuda para Sieglinde, quien ya ha tenido a su hijo. Aquí ya vemos a Grane, quien es pareja de Brunilda. Con ella desaparecerá en la oscuridad al final. El final es uno de los momentos más logrados de la producción, Wotan, con el escenario casi vacío, aparece en solitario y tumbado en el suelo mientras canta su monólogo final, como si el dios entrase en un momento de cambio en su vida. Poco después, Fricka (presente en el acto segundo como la malvada madrastra que mueve los hilos de la saga en esta jornada) aparece y brinda con Wotan durante la música del fuego mágico, pero finalmente decide romper con ella, y el telón cae mientras se aleja, abandonándola. El dios rompe con su vida de capo de la familia. 

Sigfrido es posiblemente la más lograda de todas las jornadas, porque no renuncia a la esencia del antipático héroe. El primer acto arranca en el cumpleaños de Sigfrido, en la misma casa destartalada de Hunding. Mime, vestido como Mickey Mouse en la película Fantasía, aparece jugando con diversos muñecos. Sigfrido es un joven gamberro y alcohólico, que come wok y que no renuncia a su barbarismo. De hecho, se pasa el final del acto destrozando la casa, ya que debajo de la muleta que usa Mime, esta la espada con la que se carga absolutamente todo. Wotan aparece con dos escoltas en el torneo del saber, pero ya no es el que era. El acto segundo transcurre en el gran salón, pero ahora Fafner aparece como un anciano moribundo, y Hagen, ya un adulto, es su enfermero, al igual que el pajarillo del bosque. Alberich y Wotan están presentes durante toda la acción, y en los murmullos del bosque el héroe juega con la enfermera-pajarillo. El enfrentamiento con Fafner es una pelea en la que el gigante muere de un infarto. Sí que podemos ver, como en el original, que Mime prepara un potingue de bebidas alcohólicas con el que intenta envenenar al héroe, pero este se da cuenta y le mata. En el acto tercero, el más logrado de toda la producción, Erda aparece como una pordiosera ciega, que aparece con una hija suya, y Wotan la confronta. Sigfrido entra en escena no con el pájaro, sino con Hagen, y ambos enfrentan al dios, quitándole el arma. La música del fuego mágico supone la entrada de Brunilda, toda vendada, y Grane detrás de ella. Sigfrido realmente muestra temor al al verse ante Brunilda, mientras le quita las vendas y descubre que es una mujer. Ella se despierta dándole un beso. Durante el dúo de amor se puede observar la química entre los personajes, la pasión y el amor desbordante que Schwarz ha tenido a bien respetar.

El Ocaso de los Dioses transcurre años más tarde, y Sigfrido y Brunilda tienen una niña, mientras que Grane ha seguido a su lado. Durante el prólogo las nornas aparecen como unas criaturas de pesadilla, y los protagonistas se separan, dejando Sigfrido a Brunilda y a la niña desamparadas, reflejando en escena el atroz drama de una separación con niños de por medio. Ahora la mansión lujosa la ocupan los Gibich, una familia de nuevos ricos de barrio, totalmente vulgares. Hagen aparece entre resentido y apático. El preludio del acto segundo es un momento increíble ya que muestra a Hagen en una reflexión sobre su vida. Ahora, además de Hagen hay una nueva víctima, la hija de Sigfrido y Brunilda, quien es maltratada por su familia postiza. El coro de Gibichungos es un grupo de encapuchados siniestro con máscaras de Wotan. El acto final es de lo más potente: en el fondo de una sucia piscina, otrora la reluciente del prólogo, las Hijas del Rin, unas viejas prostitutas, ven a Sigrfido y su hija intentando pescar en un charco. Hagen asesina a Sigfrido con una navaja, y tras una despedida conmovedora de su hija, el héroe muere. Tras lo cual, Hagen invita a su hija a dejar la escena. Pero la muerte no se detiene: la niña muere tras ser tocada por las hijas del Rin, Brunilda, quien ha recibido la cabeza decapitada de Hagen, la besa y espera la muerte ante el cadáver de su esposo. Hagen abandona la escena, mirando con pesadumbre a su alrededor: su tragedia ha terminado, pero de su familia él es casi el único superviviente. Al final de la obra, se ven de nuevo los dos fetos unidos y abrazados del inicio. Quizá se repita la historia, quizá haya una nueva oportunidad para la próxima generación, quizá todo vuelva al mismo punto donde empezó. 

Pero si lo que se vio disgustó a parte del publico, lo que se escuchó no compensó sobradamente, incluso el reparto puede considerarse como el más ligero que se haya oído en Bayreuth para este ciclo, salvo excepciones.

Por enfermedad del previsto Pietari Inkinen, el maestro Cornelius Meister, procedente de Stuttgart, donde ha obtenido brillantes críticas dirigiendo el Anillo, toma su lugar en la orquesta de la colina verde.  Con una orquesta tan impresionante como la del Festival, Meister no lo tenía muy difícil. En cambio, la dirección orquestal estuvo entre el mero acompañamiento y algunos momentos inspirados como en Sigfrido, cuyos actos 2 y 3 fueron memorables, y de este último, el dúo de amor fue emocionante y vibrante. Pero ello no le libró de abucheos al final del Ocaso.

Andreas Schager se coloca sin duda a la cabeza del reparto, con su increíble Sigfrido, lleno de energía, con capacidad para resistir la obra, pese a que al final termina algo cansado, y con su timbre juvenil y al mismo tiempo su interpretación actoral del héroe gamberro e inmaduro. Clay Hilley, sustituyendo a Stephen Gould,  interpretó al héroe en el Ocaso, con su juvenil pero al mismo tiempo baritonal y vigorosa voz, resultando una voz prometedora. Como Brunilda, se alternaron Iréne Theorin para Valquiria y Ocaso, y Daniela Köhler para Sigfrido. Théorin ya no está en su mejor momento, y la voz ya desgastada y la emisión gritada requieren de su garra y presencia en escena para compensar. Köhler en cambio sí que destacó por su lirismo vocal y sus agudos en su breve pero intensa intervención al final de la segunda jornada.  Wotan fue interpretado en el Oro por Egilis Silins, cuya muy madura voz no casaba con el joven dios del prólogo. En las demás jornadas la interpretó el cantante de referencia hoy día en este rol, el polaco Tomasz Konieczny, a quien se le da mejor Sigfrido, donde interpreta a un hombre maduro en decadencia, con una voz plena, que en Valquiria, donde la voz le suena gutural cuando transmite el ímpetu del dios, si bien el adiós del final fue conmovedor. Como actor sí sabe transmitir el lado más humano y frágil del personaje. Olafur Sigurdarson como Alberich resulta ligero vocalmente. En cambio Arnold Bezuyen como Mime sí que sonó como un enano repulsivo, con su timbre de spieltenor que recrea a un villano débil pero peligroso debido a su naturaleza hipócrita. Lise Davidsen es una excelente Sieglinde, con su peculiar voz con ecos de la vieja escuela, ese timbre grueso, oscuro y dramático que la sitúa por encima de muchas wagnerianas de sonido más ligero que hay en la actualidad. Además, Davidsen es una gran actriz.  Klaus Florian Vogt como Siegmund vuelve con su voz brillante y juvenil, pero esa frescura no es la más idónea para un héroe fugitivo, cuyos Wälse, Wälse del acto primero son los más imanes que se recuerdan. Georg Zeppenfeld sí ha sido un excelente Hunding, aunque se echaba en falta alguna brutalidad del personaje. Albert Dohmen, pese al recelo inicial, ha podido imponerse como Hagen, con si proyección vocal y su timbre dramático, además de su interpretación que llena de pesimismo a su personaje. Una de las grandes sorpresas ha sido sin duda Elisabeth Teige. Esta soprano noruega tiene también una voz dramática, que se hace notar con su bellísimo timbre oscuro, de ahí que sus intervenciones como Gutrune y Freia fueran de lo mejor del reparto. Christa Mayer como Fricka y Waltraute tiene un timbre agradable, pero su ligereza en comparación con otras colegas adolece de falta de enjundia. Lo mismo ocurre con Okka von der Damerau como Erda, una mezzosoprano de timbre más bien ligero, que no encaja bien con la mística voz de la diosa, aunque los graves sean apreciables en Sigfrido, sin impresionar mucho. Daniel Kirch es un Loge más cómico con su voz ligera que heroico. Raro es ya el heldentenor que acomete al semidiós del fuego. En cambio, Attilio Glaser sí que cantó el breve rol de Froh con una bella voz de tenor lírico. Del mismo modo Alexandra Steiner fue un pajarillo de voz agradable. Wilhelm Schwinghammer como Fafner tuvo una mejor intervención en Sigfrido, pero alejado de la enjundia de otros colegas. El resto de dioses, gigantes, nornas, valquirias e hijas del Rin estuvo al mismo nivel correcto pero tampoco que dejase huella en el oyente.

Como toda producción en su primer año, esta producción ha generado división de opiniones entre el público, aunque ante la crítica ha habido mayoritariamente respuestas negativas, especialmente en la española.  Los abucheos fuertes de todo primer año han sido esta vez especiales, incluso para sorpresa del propio Schwarz. El año que viene se reincorpora el director Inkinen, y confiamos en que la producción mejore y pula detalles aunque ya no se televisen por streaming. Esperemos también que el elenco nos estremezca, electrice y conmueva como debe ser en esta obra.

Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario