El Teatro Real tiene una deuda con Rossini, ya que en los últimos años ha programado de él más bien poco. Hace dos años programaron La Cenerentola, y esta temporada, a punto de acabar, programa un título bufo: Il Turco in Italia. Estrenada en 1814 en la mismísima Scala de Milán, este título rossiniano es más bien un drama buffo, una comedia con tintes dramáticos, la historia de una mujer casada, pero infiel, que se enamora de un príncipe turco y anteriormente de otro hombre; y de cómo su marido busca primero vengarse, pero luego perdonarla. Una obra con la mayor brillantez musical, con el virtuosismo a flor de piel, lo que por otro lado, como en casi todo Rossini, lo haga muy difícil de cantar.
Viene en un montaje de Laurent Pelly, un experto en ópera cómica, quien ambienta la acción en el mundo de las fotonovelas de los años 50-60. Fiorilla y Geronio son un matrimonio de clase media, vecinos del poeta Prosdocimo, quien no está inspirado y busca azuzar el conflicto para lograr la inspiración. Fiorilla es una ama de casa adicta a las fotonovelas, que le hacen evadirse de su aburrido matrimonio y buscar el amor romántico en otra parte, una actualización interesante teniendo en cuenta el éxito actual de las telenovelas turcas en Europa, con sus actores causando histeria colectiva a cada país occidental que visitan.. Selim podría ser el galán de una de ellas. En cierto modo, Pelly lleva esta comedia costumbrista y moralizante a una época en la que el entretenimiento para masas empezaba a colarse en la sociedad y la transformarla. Selim es un galán de ese medio, y el hecho de que surja de una revista podría incitar a pensar que es un ídolo de masas. Durante parte de la obra, aparecen recuadros con forma de viñetas de historietas que convierten esta historia en una fotonovela misma, en las que se sitúan los personajes.
La dirección musical de Giacomo Sagripanti es en la mayor parte del tiempo vivaz, fresca, adaptándose a la rapidez rossiniana. La obertura fue brillantemente interpretada y las cuerdas tuvieron en general un buen día. El metal bien aunque hubo algún desequilibrio. Igualmente se acomodó bien a los cantantes. El coro del Teatro Real se mostró como siempre excelente a nivel vocal y actoral. Entre las intensas Nixon en China en abril y Turandot el próximo mes, este paréntesis bufo le viene bien al coro, que se adapta además a la tranquilidad y vitalidad de la partitura.
Tras cancelar las primeras representaciones, Lisette Oropesa, estrella principal de todos los repartos, ha podido cantar esta noche. La soprano estadounidense, una de las favoritas del público madrileño, ha vuelto a sumarse un éxito más. Han pasado ya cinco años desde la producción que la consagró internacionalmente, aquella Lucia di Lammermoor durante el verano de 2018. Oropesa sigue teniendo la misma dulce voz de timbre juvenil de siempre, aunque en segundos agudos parece cansarse un poco, aunque es comprensible dada la terrible tesitura. Con todo, se le nota suelta y sobre todo que se nota lo mucho que se divierte interpretando a Fiorilla. A partir del dúo final del primer acto con Geronio, donde estuvo radiante, la interpretación fue a mejor, reservándose para su aria final Squallida veste e bruna, cuya interpretación, con una tremenda coloratura, y que Oropesa dominó completamente y cerró con un agudo final espectacular, hizo las delicias del público, que irrumpió en una gran ovación.
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