lunes, 15 de julio de 2024

Historia de una mujer comprada: Madama Butterfly en el Teatro Real, tercer reparto.


Madrid, 14 de julio de 2024.

Como cada verano, el Teatro Real cierra su temporada con una ópera popular de repertorio. Un verano más, el tercero en tres años (no consecutivos, en 2022 le tocó a Verdi), la obra programada es de Puccini: ni más ni menos que la grandiosa Madama Butterfly, una de las óperas más queridas por el público, que regresa al Real después de siete años. En lo personal me resulta una fecha memorable porque fue una de las primeras críticas que subí a este blog. En ese entonces, fue con el montaje conservador de Mario Gas, estrenado en 2002 y en el que han cantado Daniela Dessì, Isabelle Kabatu, Cristina Gallardo-Domas, entre otras, y en aquel 2017 Ermonela Jaho y Hui He. Pero desde su estreno en el antiguo Real en 1907, esta ópera ha sido frecuente en todos los escenarios de Madrid, grandes y pequeños, cantados por voces desde legendarias hasta muy competentes.

Aunque hoy es una de las óperas más famosas del mundo, en su estreno en la Scala en 1904, la obra fue un fracaso. Puccini hizo muchas revisiones, más exitosas, hasta llegar a la definitiva de 1907. Aunque él y sus libretistas Illica y Giacosa inmortalizaron para siempre la tragedia de esta geisha japonesa engañada por un militar estadounidense en esta ópera, la historia ya existía previamente. En 1887, Pierre Loti escribió "Madame Chrysanthème", basada en su propia experiencia: se casó con una mujer japonesa con la que convivió breve tiempo, tras el cual el matrimonio se dio por anulado, él volvió a Francia y ella se volvió a casar. En 1898, John Luther Long escribió "Madame Butterfly", basada en un suceso que su hermana vivió durante una misión cristiana en Japón, sobre una mujer "de una casa de té" abandonada por el padre de su hijo, dándole a la historia ya su forma actual, y en 1900, el dramaturgo David Belasco la convirtió en una obra de teatro que emocionó a Puccini, quien la vio durante una estancia en Londres, tras la cual decidió convertirla en la obra maestra musical que conocemos.



Para este regreso, el Teatro Real ha apostado por un cambio radical, confiando la puesta en escena al regista italiano Damiano Michieletto, en un montaje procedente de Turín, estrenado en 2010. Para Michieletto, esta no es una historia de amor, sino la historia de la explotación de una adolescente en situación de pobreza, por parte de un occidental que compra sus servicios. Con el objetivo de centrarse en la esencia de esta historia tan sórdida, la puesta en escena traslada la acción desde el antiguo Nagasaki de la Era Meiji, al barrio rojo de una moderna e indeterminada ciudad asiática. No hay abanicos, kimonos, peinados, uniformes militares, tatamis, biombos ni cerezos ni el puerto de Nagasaki con sus verdes montañas al fondo. En su lugar, el escenario es ocupado por unas cegadoras luces de neón con siluetas femeninas, frases en idiomas asiáticos extraídos de la obra, y enormes pancartas publicitarias en las que aparecen hamburguesas, mujeres jovencísimas en miradas sugerentes, e incluso dibujos manga. En el centro, una caseta que primero representa a un burdel y luego a la casa de Butterfly. El impacto de esta producción es, sin embargo, superficial. El concepto podrá ser interesante, una actualización de esta historia de la compra de una mujer, pero tras unos momentos de innegable impacto visual, termina por convertirse en molesta, e incluso irrelevante, ya que la trama se sigue perfectamente. Sin embargo, hay momentos como los del dúo de flores, pintarrajeando la casa, o que el niño sea llevado casi a rastras al coche, ya que en el Japón actual esta historia no sería creíble. Además de que la descriptiva, exótica y colorida música del primer acto no casa con el tugurio que se ve en escena.



El telón se alza y se ve a un grupo de prostitutas muy jóvenes (actrices asiáticas), vestidas con ropa muy corta, dando vueltas dentro de la caseta, mientras entra un coche blanco, del que salen Pinkerton y un grupo de amigos, dispuestos a una noche de juerga. Goro, el casamentero, además de ser el alcahuete del barrio, es un cabecilla que se permite maltratar a todo el mundo, y de sembrar el terror entre la gente. Madama Butterfly hace su entrada con un moderno vestido azul. Los invitados a la boda también visten colorida ropa actual. Después unos carritos de comida ambulante sirven a los allí presentes, sentados en feos asientos de plástico sacados de un bazar de barrio, mientras que vendedores también ambulantes ofrecen su mercancía. Pinkerton es retratado como un putero, con todas las jovencitas a su alrededor, antes de que Butterfly aparezca. Cuando canta su famosa aria "Dovunque al mondo", con el himno estadounidense de fondo, uno de los anuncios se levanta para mostrar imágenes de los marines y de demás soldados en diversas misiones por el mundo. El tío Bonzo aparece en silla de ruedas para maldecir a su sobrina. En el dúo de amor, Butterfly aparece la mayor parte del tiempo subida en el techo de la caseta, mientras Pinkerton le responde desde cierta distancia, lo que no son condiciones muy idóneas para un dúo de amor apasionado. 


En el segundo acto, vemos a Butterfly subida de nuevo al tejado de su caseta, ahora vestida con la ya icónica camiseta rosa de Hello Kitty, vaqueros con decoraciones de mariposa y zapatillas. Dentro de la caseta hay variedad de juguetes tirados y desordenados. Hay enormes charcos alrededor de la casa, lo que indica que Butterfly sigue viviendo en la miseria. Mientras, debajo de la enorme pancarta, las jóvenes prostitutas y Goro se hacen fotos; una de ellas está vestida de azul, rumbo a su boda, al encuentro de un marido comprador (¿una indicación de que la historia se repetirá?). El príncipe Yamadori viene en una modesta moto, y es un anciano bien vestido que viene con regalos, dentro de dos horribles bolsas de rafia. Un momento emocionante es cuando el cónsul Sharpless le lee la carta a Butterfly, se apagan las luces, y mientras él lee las palabras de cariño de Pinkerton, éste aparece para acariciar a la joven, como en una recreación de lo que ella piensa. Cuando el hijo de ambos aparece, éste es un niño mayor, con lo que parece que más de tres años han pasado, ya que viene con la mochila del colegio.  Butterfly y Suzuki no decoran la casa con flores, sino que se limitan a pintarrajear sus paredes de cristal con témperas, dibujando formas de flores y corazones. 



Durante el famoso coro a boca cerrada, Butterfly y Suzuki dejan al niño dormir dentro de la casa, mientras las prostitutas aparecen cargando luces para ponerlas dentro de la casa, y luego apagarlas. Cuando empieza el famoso intermedio orquestal, el niño se despierta y juega con unos barquitos de papel en uno de los charcos, hasta que aparecen los otros niños del barrio, quienes le acosan arrojándole sus propios barquitos: el niño rubio de ojos rasgados azules es repudiado por el barrio. Cuando el intermedio acaba, Suzuki y Butterfly le preparan para el colegio. Aparece de nuevo el coche blanco, del que salen Pinkerton, Sharpless y la esposa de Pinkerton, Kate, vestida con un lujo hortera, dándole una imagen de mujer poco fiable. La miseria moral de Pinkerton se refleja en que durante su aria, le da billetes a Sharpless para que compense a la pobre Butterfly, pero éste los tira. Hasta su propia esposa siente repulsión. Durante la trágica escena final, Butterfly intenta matarse apuñalándose, pero desiste al ver a su hijo, del que se despide en su trágica aria final. Luego, mientras el niño juega en un columpio, ella se suicida pegándose un tiro en la cabeza, y acto seguido Pinkerton aparece para llevarse al niño a la fuerza y meterlo dentro del coche, ya que este no quiere seguirle. El telón cae con Butterfly muerta, sola, tendida en el suelo.

La música de Puccini nos describe un ambiente idílico, con sus melodías juguetonas, de inspiración oriental en el primer acto, para pasar al drama más absoluto y conmovedor en los dos restantes. El encargado de hacerle justicia ha sido una vez más el maestro Nicola Luisotti, experto en Verdi y Puccini. Sin embargo, a pesar de momentos de brillantez, la interpretación ha sido más bien entre correcta y rutinaria.  A mediados del primer acto remontó, con el viento y la percusión recreando ese mundo oriental idílico que no se corresponde con la escena. Ha habido momentos espectaculares, como los tutti orquestales como en "Dite al babbo scrivendogli che il giorno del suo ritorno, gioia mi chiamerò" o en el potente final, aunque el intermedio orquestal entre los actos segundo y tercero no fue todo lo espectacular que habría deseado. Mención para el violín en la escena de la carta, y para el violonchelo en el tercer acto. El Coro, en sus breves intervenciones, al buen nivel de siempre, estremeciendo en el primer acto con la frase "Ti rinneghiamo!", totalmente punzante, que resonó en la sala. Conmovedora su interpretación en el famoso coro a boca cerrada del segundo acto.

Cuatro repartos han sido convocados para estas funciones. Aquí hablaremos del tercero.

Lianna Harotounian se despide de Madama Butterfly tras cantar este rol durante una década. Esta soprano armenia se acomoda perfectamente a la tesitura: su voz es capaz de ser dulce y cándida cuando debe, y dramática y potente (tal y como hizo en sus Desdémona y Leonora de Trovatore en este escenario) cuando se le requiere. Ello es conveniente en esta ópera ya que en el primer acto, Harotounian entona como una cría, con un timbre aniñado y tierno, mostrando  fragilidad y candor en este acto. En el segundo acto, se alternan por momentos este timbre y luego uno más dramático, reflejo de la madurez del personaje. Los agudos siguen siendo firmes y bien emitidos, y el grave desgarrador en frases como "morta, morta" en Che tua madre dovrà. A nivel actoral transmite las emociones del personaje, dentro de lo que le permite el montaje, pero resulta creíble como esta madre sola y abandonada.

Michael Fabiano, quien en tres años ha cantado en Madrid los cuatro grandes roles puccinianos para tenor, ha sido un notable y muy disfrutable Pinkerton. Aunque la voz está más madura, el timbre vigoroso y su resistencia vocal siguen convirtiéndole en una de las primeras opciones para Puccini. Durante todo el primer acto da una muestra de vigor, con su voz heroica con un toque juvenil, galante. La voz resulta potente en "Bimba dagli occhi pieni di Malia". En el tercer acto mantiene el nivel, con una bella versión del "Addio Fiorito Asil".

Gemma Coma-Alabert fue una correcta Suzuki, muy buena actriz, en su rol de matrona protectora de Butterfly y su hijo, con un grave notable en el tercer acto. Gerardo Bullón un correcto Sharpless, que estuvo muy bien en el primer acto, y correcto en los dos restantes, aunque con un momento de lucimiento en la escena de la carta. Magnífico una vez más el vasco Mikeldi Atxalandabaso, ahora en el rol del desagradable casamentero Goro. Su excelente voz de tenor de carácter y su convincente actuación como un alcahuete brutal y temido fue convincente. Cumplidor Fernando Radó como el tío Bonzo. El resto del elenco estuvo en un correcto nivel.



Pese a que no todo el público estaba de acuerdo con el montaje, todos disfrutaron de una buena tarde de ópera, notándose en las ovaciones a Fabiano y Harotounian. No estaba llena la sala, posiblemente debido a las vacaciones y a la final de la Eurocopa, que España ha ganado esta noche, sumando su cuarto título. Aun así, Madama Butterfly tiene tal encanto y tal capacidad para emocionar que siempre es un placer verla. Ahora hay novedades tales como el que se han quitado los arcos de seguridad en las puertas de acceso, y también la exposición de fotografías de Puccini, en las escaleras y una exposición dedicada a una de las más grandes intérpretes de esta ópera, Victoria de los Ángeles, con sus kimonos expuestos en la sala, en contraste con la camiseta de Hello Kitty que llevó la protagonista de esta noche.

Las fotografías y vídeos no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.

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