miércoles, 17 de marzo de 2021

Los pescadores de perlas, el reto: la ópera de Bizet se convierte en un reality show en Israel.


Georges Bizet se dio a conocer a los 24 años con "Los pescadores de Perlas", una ópera que pese a su éxito moderado de público, no tuvo la misma respuesta de la crítica. Una obra de temática exótica, algo reflejado en la música, que da muestras del genio de Bizet, aunque Carmen todavía estaba por llegar. De esta obra se han instalado en el repertorio de números célebres el dúo del tenor y el barítono, Au Fond du temple saint, más el aria del tenor, Je crois entendre encore ambos del primer acto. No obstante, la música está llena de momentos inspirados como la obertura y los interludios orquestales, tremendamente descriptivos y evocadores, además de la oración de la soprano. Por otro lado, dramáticamente es insustancial, casi como una telenovela o un telefilme actuales. La sombra de Carmen es alargada en el catálogo bizetiano, pese a la inspirada música de la obra. 

Si bien hasta la Primera Guerra Mundial fue una ópera popular, especialmente por el tenor protagonista, que interpreraron grandes como Gayarre o Caruso, hoy en día es una rareza, en parte por el libreto y en parte por los cambios en el repertorio. Sin embargo, en los últimos tiempos ha tenido muchas producciones, especialmente como lucimiento para el tenor. Una de ellas es la que la revolucionaria (recientemente ha dirigido la polémica Aida en París, la de la marioneta antiblackface) directora holandesa Lotte de Beer ha creado para teatros de Viena, Tel Aviv y recientemente, Barcelona (2019),  con el fin de acercar esta obra a un público actual. De las funciones en Israel existe un vídeo completo en Youtube, del que hablará esta crítica.


Para esta ópera, De Beer traslada la acción a un reality show, al estilo de Supervivientes, en una isla paradisíaca. De hecho el nombre que recibe el concurso es el de: "Los pescadores de Perlas: el desafío". El montaje intenta reflejar la sociedad actual, tan ávida de morbo y sensacionalismo, valores encontrables en este tipo de espectáculos. Para De Beer, estamos en un momento tal como sociedad que no estamos demasiado lejos de una posible situación en la que podamos decidir sobre la vida y la muerte en un programa de televisión. De una forma curiosa, el libreto encaja en esta idea, haciendo esta ópera tanto o más disfrutable que si la viéramos ambientada en una paradisíaca y estática playa de Sri Lanka, en una época mitológica como dice el libreto. 

Antes de que empiece la obra, se ve una chabola en medio de una playa exótica mientras los técnicos del programa evalúan el sitio. Cuando suena la música, los habitantes son evacuados, y la caseta derribada, para construir la palapa o el escenario del concurso. Al fondo del escenario se ve una enorme estructura circular, que sirve de pantalla para seguir el reality, pero al mismo tiempo es un edificio de viviendas (que nos recuerda al tebeo 13 Rue del Percebe) donde se ven a distintas familias, que son los seguidores del programa. En cada ciudad donde se ha representado, se ha intentado mostrar la sociedad del país. Dado que en este caso nos encontramos en Israel, veremos signos distintivos del país, además de que el idioma del reality es evidentemente el hebreo. Entre los vecinos hay una familia judía ortodoxa, una familia musulmana, un grupo de amigos seguidores del equipo de fútbol Maccabi de Tel Aviv, parejas de ancianos, una pareja que se queja del ruido que hacen los hinchas del equipo, una familia intelectual con una enorme biblioteca, una mujer sola viviendo en una pequeña habitación, y un grupo de jóvenes en una habitación con litera, quizá estudiantes o inmigrantes. Todos ellos son el coro de la obra.


Los personajes pasan de ser una sacerdotisa y dos pescadores, a concursantes del reality, y el sumo sacerdote Nourabad se convierte en el presentador del mismo. Al principio se ve cómo Zurga, quien no cae bien al presentador, es elegido por televoto como líder frente a otros dos concursantes, y luego le presentan a Nadir, ganador de la edición del año pasado. Ambos concursantes recuerdan sus días en un privado,un enorme camastro, con una cerveza en mano. Leïla aparece cubierta en un sari, y las bailarinas exóticas bailan en unas enormes conchas, mientras al fondo se ve al coro siguiendo el programa por televisión. Los protagonistas cantan sus arias frente a la cámara, como cuando en los realities se ve a los concursantes a solas reflexionando en una entrevista personal sobre su día a día en el concurso, incluso la soprano canta su oración mientras hace yoga. En el segundo acto se ve el templo de Brahma, en el que se ve en un principio a Leïla con un sari entrevistada por Nourabad. El encuentro de Nadir y Leïla tiene lugar bajo la luna llena, entendiéndose como fuera de cámara, siendo descubiertos por los técnicos y regidores. Mientras son capturados, Nourabad y el regista celebran los resultados del televoto, que votan mayoritariamente que sean castigados por Zurga. 

En el intermedio, el "concurso" entrevista a unos (falsos) telespectadores en la plaza del teatro , donde de nuevo vemos la diversidad de la sociedad israelí: una señora hablando en ruso, un joven hablando en yiddish, un turista rubio hablando en inglés, y una señora de origen árabe, entre otros. Primero se les pregunta sobre el rumbo del concurso, y luego en la sección "en resumen", la pregunta ¿muerte o perdón?, con los espectadores contestando en su mayoría que "Mavett!", que significa "muerte" en hebreo, pero también contestando con la misma respuesta en yiddish, ruso o inglés.

En el segundo acto, Zurga confiesa sus sentimientos a la cámara, y luego habla con Leïla, encerrada en una jaula. Finalmente, con la muerte de los protagonistas votada por la mayoría, el concurso se prepara para la ejecución en directo en la hoguera, pero al final Zurga ataca al presentador y al personal, liberando a los amantes y destruyendo las cámaras. Sin embargo, mientras Nadir y Leïla se salvan, son los propios espectadores los que ejecutan a Zurga en la pira, con los concursantes que derrotó en la prueba de líder rociándole con gasolina mientras los demás lo graban con sus teléfonos móviles, ya que la señal de televisión está apagada.


A diferencia de la Filarmónica de Israel, una de las mejores orquestas del mundo, la Ópera de Tel Aviv (oficialmente Ópera Israelí) no es una plaza de primer orden, pero cuenta con una programación y montajes interesantes. La orquesta estable del teatro es la Orquesta de Rishon LeZion, dirigida en esta ocasión por Ethan Schmeisser. En general el nivel es bueno, aquí con una dirección más centrada en acompañar que en sobresalir,  aunque tampoco aburrir. Las cuerdas en la obertura tienen un sonido cálido, seductor como la pieza que interpretan, aunque en los tutti tienen un sonido un tanto estridente, algo notable en el preludio del segundo acto. El viento no obstante sí es muy eficiente, especialmente en los coros. Dos -excelentes- flautistas están entre los vecinos en el segundo acto. El coro de la ópera también está dirigido por Schmeisser. La agrupación vocal es solvente, aunque la audición del mismo está lastrada por el montaje. 


Una ópera muchas veces considerada de tenor, requiere un solista que haga justicia al lírico personaje. En este caso el tenor ruso Alexei Dolgov interpreta a Nadir. Conocido en varios escenarios, especialmente en el rol de Lensky, Dolgov tiene una voz que por momentos suena muy lírica pero en otros momentos no lo es tanto. Tiene un canto exquisito, especialmente cuando los agudos en el dúo con el barítono y luego en su aria los canta en piano. Se reserva para esta última, indudablemente, donde si bien la acomete con cierto gusto, pese a su sonido tan eslavo. 

Leïla es interpretada por Cristina Pasaroiu, una soprano solvente, con un estupendo agudo y una bonita voz, muy bien proyectada y al parecer de considerable volumen.

Nikola Mijailovic es Zurga, un barítono de voz aseada. Insung Sim interpreta a un digno Nourabad, aunque tampoco muy destacado como la pareja protagonista, si bien el grave es destacable, pero la voz no parece muy grande.


Lotte de Beer es conocida por sus montajes dirigidos al público más joven, del que, a pesar de su afición a programas de entrevistas en tono campechano y series en Netflix o HBO, es innegable que hay un tramo largo que consume telerrealidad. Y de manera eficiente ha conseguido que un libreto de gustos pasados de moda conecte con un público que vive expuesto al ojo público las veinticuatro horas del día.

Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.



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