A la tercera va la vencida, dicen. Pero no se sabe si realmente es lo que ha acontecido con esta producción. Estrenada en 2018, este montaje de La Tabernera del Puerto, de Pablo Sorozábal, ha tenido una historia accidentada en los últimos años. En un primer intento, una huelga de trabajadores, consecuencia del intento de fusión entre el Teatro Real y el Teatro de la Zarzuela, rechazado por artistas y público, impidió casi todas las previstas representaciones en este último teatro, pudiéndose hacer solamente dos de ellas. Después se reprogramó para junio de 2020. Sin embargo, para ese entonces, Madrid estaba en plena y paulatina desescalada de una pandemia que paralizó al mundo, y de la que era foco principal en toda España, por lo que la Zarzuela no volvería a abrir sus puertas al público hasta octubre de ese año. Finalmente, se ha vuelto a programar un puñado de funciones para esta temporada 2020-2021, que ha podido estrenarse ayer sábado, tras una huelga de tramoyistas que tuvo que suspender el estreno previsto del viernes, y que sigue pesando sobre las pocas funciones restantes. ¿Habrá caído una maldición sobre este montaje?
Considerada "la última gran zarzuela", fue estrenada el 6 de abril de 1936, muy poco antes de nuestra gran tragedia, la Guerra Civil. Hay un prejuicio sobre la zarzuela, o al menos de adolescente yo lo tenía, en la que entendida como un desfile musical de chulapos y chulapas que flirtean entre sí con un lenguaje ya pasado de moda, es un elemento rancio y hasta franquista. Nada más lejos de la verdad: el género perdió su esplendor musical con la llegada de la Guerra Civil y la dictadura. Y hasta hoy. El maestro Sorozábal y los libretistas Sarachaga y Fernández-Shaw crean un drama costumbrista, en un pueblo del norte de España, en la misma época de su propia composición, pretendiendo ser una obra muy actual. Sorozábal compone una música muy evocadora, descriptiva, como la breve intervención orquestal y luego el preludio del tercer acto, que evocan las olas marítimas y lo lleva a uno a la costa del norte. También se convierte en una música festiva como en el interludio del tercer acto, o usa el melodrama como el clarinete acompañando el diálogo de Abel y Ripalda. O ritmos más exóticos como el que sugiere la percusión en "Despierta, negro". También incluye números de lucimiento para los protagonistas, como las romanzas que deben cantar en el segundo acto, con el tremendo "No puede ser" del tenor con el que habitualmente el teatro se viene abajo.
El montaje a cargo de Mario Gas, estrenado en 2010, pero con una reposición que cuesta llegar a buen puerto (nunca mejor dicho), es un montaje clásico, si bien la presencia del mar, aunque no se vea en casi toda la obra, es constante, ya que se proyectan las olas sobre el escenario. De hecho, en el borde del escenario hay una recreación del mismo, con una pedregosa orilla y agua real ondeando. El primer acto es una calle del pueblo imaginario de Cantabreda, con unos imponentes edificios de piedra, lo que le da un aspecto opresivo a la acción. El segundo acto es la taberna, muy bien recreada, con una débil imagen de la Virgen María, iluminada, y presidiendo la sala. La primera escena del tercer acto, el famoso dúo de la barca en alta mar, es el de mayor impacto visual. En escena se ve una barca con una vela moviéndose, donde se sitúan los protagonistas, mientras que una animación de la marea alta golpeando la embarcación se proyecta en el escenario, dándole una sensación de realismo. En la previa introducción orquestal y en el posterior interludio hacia el cuadro final, se proyectan igualmente las olas en el telón bajado. Además, en los dos (sorprendentemente, porque últimamente las zarzuelas se representaban del tirón desde la reapertura tras la pandemia) descansos, una bella animación de las olas del mar, de intenso color azul se proyecta sobre el telón.
El maestro Óliver Díaz dirigió la orquesta tanto acompañando a los solistas como recreándose en los momentos orquestales, a fin de transmitir el sabor a mar de la música, que como el Holandés Errante wagneriano, uno siente que el mar lo golpea al escucharla. De este modo, la orquesta trasmitió dramatismo, festividad, a través de la brillante gama cromática de la partitura. Una lenta, pero descriptiva interpretación del motivo del mar tanto en la introducción al primero como al tercer acto supuso un lucimiento para la orquesta, especialmente en el viento, espléndido en estos números, así como en el interludio del tercer acto o en el dúo de Antigua y Chinchorro, o la flauta en el No Puede Ser. El coro ha estado hoy inspirado, especialmente el femenino en la riña con Marola, pero también el coro fuera de escena.
Marola, la protagonista que da título a la obra, es interpretada por la veterana y siempre excelente María José Moreno. Moreno sigue teniendo ese timbre brillante y juvenil que siempre la ha caracterizado y la ha hecho triunfar en roles como Lucia, Gilda o los roles mozartianos. Como artista, admito tenerle cierto cariño, pues su Lucia (en la que se alternaba con la recientemente desaparecida Edita Gruberova) en el Real en 2001 fue la primera ópera en vivo que vi, siendo yo un niño de 13 años. Moreno ha interpretado a una excelente Marola, con su dulce y juvenil voz tanto cantada como hablada, y ese agudo deslumbrante, aunque ya con algunos signos de madurez. Donde también sigue siendo una maestra es en la coloratura, dejando una interpretación para el recuerdo de la difícil romanza "En un país de fábula". Como actriz, transmite la angustia por la que pasa su atormentado y señalado personaje: una mujer independiente en un lugar y una época donde serlo era completamente anatema.
Antonio Gandía interpreta al apasionado Leandro, con una interpretación también de nivel, debida a su enorme y lírica voz, con un volumen que se engullía a todos sus compañeros: viril, y al mismo tiempo cargada de lirismo. Su interpretación del "No puede ser" en el segundo acto, fue estupenda, bien proyectada, bien cantada, que llegaba a toda la sala, la cual estalló en un sonoro aplauso tras acabarla.
Damián del Castillo fue un notable Juan de Eguía, con una voz que se dejaba oír, y con una divertida interpretación de su romanza del segundo acto, "Chiribiri, chiribiri", así como en el terceto del primer acto "Qué días aquellos de la juventud".
Rubén Amoretti, esta vez en el rol de Simpson, volvió a impresionar a la sala con su inmensa voz de bajo profundo, en la que de nuevo en el segundo acto, dio una interpretación del "Despierta, negro", su famosa romanza, que no solo sobrecogió al público, sino que hasta a veces parecía recordar al gran Paul Robeson, hasta el punto de preguntarse si Sorozábal no pensó en él al escribir la tesitura. Amoretti, al igual que gran cantante es un excelente actor, desternillante su retrato del borracho personaje.
Ruth González como Abel fue convincente como el adolescente que es su personaje, con su voz aniñada, y también muy divertida en los diálogos y escenas cómicas, así como su famosa canción, "Ay que me muero por unos ojos".
Vicky Peña y Pep Molina fueron el contrapunto cómico, ambos sensacionales como la anciana pareja, Antigua y Chinchorro, ella una borracha y él un cascarrabias. Desternillante versión del dúo cómico. Ángel Ruiz también fue un divertido Ripalda.
Como era de esperarse, dada su popularidad y sus gafadas cancelaciones, esta Tabernera ha colgado el cartel de "no hay billetes" en todas las funciones. Y de hecho fue aplaudida con entusiasmo, más cuando una producción hace justicia a esta obra tan querida por el público (del que algunos han querido hacerse notar canturreando y cuchicheando muy alto y hasta un abanico que acompañó en el tercer acto). Esperemos que la amenaza de huelga no se cierna sobre muchas de las escasas funciones restantes, porque todos quieren disfrutar de esta obra maestra, que ya bastantes cancelaciones lleva a cuestas.
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