domingo, 7 de noviembre de 2021

Wagner en China ¿el último bastión tradicionalista?, segunda parte: Holandés, Tannhäuser y Lohengrin.

Cuando en 2016 descubrí que en China se había hecho una producción clásica del Anillo de Wagner, de la que estaban disponibles el Oro del Rin y el Ocaso, además de fragmentos de Sigfrido, no me lo podía creer. ¿Estaría Asia recogiendo el testigo de Estados Unidos en realizar producciones tradicionales de óperas de Richard Wagner, algo ya imposible de ver en Europa? Dicho Anillo y también el realizado en el Biwako Hall de Otsu, Japón, despertaron el entusiasmo de los wagnerianos más conservadores, nunca satisfechos con lo que ven en sus teatros de ópera. Hoy en día soy un poco menos tradicional en la escena, pero no podría dejar de disfrutar con la belleza de una producción ambientada en la época que indica el libreto. Mucho le debo a esa producción china: la reseña que hice en la reseña que hice en el verano de 2018 sobre ella se convirtió en la entrada de mi blog con más lectores, con más de 2000 visitas. Mi sorpresa fue aún mayor al descubrir hace poco que en la web de la NCPA (la National Centre of Performing Arts) de Pekín se podía acceder gratuitamente a los streamings de todas sus producciones. 

China está llamada a ser la nueva superpotencia. Como en todo país no occidental que deviene en rico y poderoso, la alta cultura de Occidente llama a su puerta. Y en este caso, con el firme propósito de convertirse en referencia en el arte lírico. Para ello, el teatro, ha producido espectaculares y vistosas producciones operísticas, muchas a imitación de grandes puestas en escena tradicionales de teatros como el Met, la Scala o Verona, en sus primeros años de andadura. Hoy en día tiende, a juzgar por su web, a la coproducción, pero sin arriesgar demasiado. Además, cuenta con una gran orquesta, coro y compañía de canto, además de todos los medios necesarios para abrirse paso en las primeras ligas operísticas. 

Wagner no escapa a esto. En 2011, el teatro chino comenzó su andadura wagneriana (si bien otras producciones obras del maestro ya se había visto en el país asiático, como el Anillo de Colonia -y en estos años, de Madrid- que se vio en Shanghai), con una producción de Tannhäuser, a cargo de la China National Opera House. El director de escena es Wang Huquan, también responsable del Anillo pequinés. En este caso, este Tannhäuser es prácticamente una copia en papel carbón del de Otto Schenk en vídeo para el Met de Nueva York, dada la enorme similitud entre ambos montajes. Hay que decir que comparado con el Anillo, se nota la evolución. El Venusberg es una cueva, más iluminada que la americana (aunque eso hace que se noten algunos pliegos de telones), y el ballet que representa la bacanal (ya que esta es la versión de París) es más bien soso, con una fría y poco orgiástica coreografía, limitándose a unos pasos y a unos pobres pas de deux. Por otro lado, el valle del Wartburg es si cabe parecidísimo al de Schenk, salvo por algunas diferencias con el decorado. Igualmente lo es el salón del palacio del Landgrave, esta vez con unos fuertes tonos dorados, tanto en los frescos de la sala, como en la resplandeciente luz del atardecer al fondo del escenario.  El vestuario es muy lujoso, especialmente en el segundo acto, donde además de lustrosos ropajes, llevan adornos que los hacen aún más recargados, especialmente los del Landgrave y Elisabeth. La dirección de actores no parece muy trabajada, dejando paso a que canten más que actúen, aunque llama la atención la vehemencia del Landgrave en el segundo acto, y las expresiones de Elisabeth, buscando a su amado entre los peregrinos, quitándoles la capucha a varios de ellos, y luego al acabar su oración final, cojear lastimosamente mientras desaparece de escena.

La orquesta del teatro tiene un nivel más que correcto, y se le nota el entusiasmo y el trabajo duro que han desempeñado para lograrlo. Yu Feng consigue de la orquesta una dirección que no aburre, que se amolda a los cantantes. Incluso se puede destacar al trombón, magnífico. Del mismo modo, el coro (que adolece de falta de expresividad, no obstante) a nivel vocal llega a ser notable, con una aseada intervención del coro masculino en el primer acto y en su célebre número del tercero. Michael Putsch es Tannhäuser, un tenor con la voz baritonal, que pasa por apuros en el primer acto, y que definitvamente hace aguas en el tercero, galleando sin parar, pese a su decente centro. Wang Wei, soprano china especializada en Wagner, cuya Elisabeth es más bien ligera para el rol, pero precisamente en las partes más liricas se encuentra más cómoda, con una tierna interpretación de la oración en el tercer acto. Sin embargo, los mejores son Wang Haitao como Wolfram con una bellísima y rotunda voz, y Guan Zhijing como el Landgrave, con una voz si bien no lo suficientemente oscura y autoritaria, sí con un aterciopelado timbre. Ruan Yuqun como Venus tiene una voz agradable, aunque no muy carismática. Li Xiang como Walter von der Wogelweide, en esta versión con su rol recortado, tiene una enorme voz que se deja oír muy bien en el concertante.

Enlace para ver Tannhäuser en la web de la NCPA, totalmente gratis.

En 2012, Giancarlo Del Monaco llegó a China para dirigir dos montajes wagnerianos: El Holandés Errante y Lohengrin. Ambos montajes son completamente clásicos, aunque tengo la sensación de que el director de escena se ha permitido licencias que no podría haber hecho en Europa.

El Holandés tiene el mar como constante presencia, algo ya visto en otros montajes de Del Monaco, como el Boccanegra de Madrid. Ciertamente, es este un montaje que busca el impacto visual. En el primer acto, se ve el barco de Daland moviéndose en plena tormenta, esta recreada con una impresionante animación virtual, incluso el agua que cae a este barco aparece proyectada. El barco del Holandés es una enorme infraestructura, una recreación de este fantástico barco, con sus velas rojas y su siniestra iluminación. El segundo acto es quizá lo más onírico y bello: la casa de Daland aparece representada por una pared pétrea con varias ventanas, casi dándole un aspecto más de industria que de hogar, algo que casa con el coro de las hilanderas. El suelo está un tanto inclinado hacia arriba, lo que dimensiona el espacio e intensifica la acción. Desde debajo del escenario aparecen unas trampillas por las que entran y salen los personajes. De fondo, siempre el mar ondulante. Cuando aparecen Daland y el Holandés, la pared de la casa desaparece y vemos el dúo de Senta y el enigmático protagonista con el mar en calma y el cielo despejado que les rodea, como si se tratase de una esperanza. El acto final es quizá el más pobre escenográficamente, aunque solo en parte. Si bien el puerto es una plataforma escénica que solo ocupa la mitad del escenario porque la otra mitad la ocupa el barco del Holandés, lo que deja entrever detalles malamente disimulados como las ruedas de la trampilla que permite subir al barco, o algunas vallas de pasarela que no se sabe si realmente existían en la Noruega del siglo XVII. Durante la escena de la espectral tripulación del Holandés, sí se consigue un espectacular y tenebroso efecto de tormenta, recreando la lluvia torrencial y una iluminación siniestra del buque. Al final, Senta no se tira al mar y se hunde el barco, sino que se sube a éste y se une al Holandés, abrazándole, y compartiendo su destino para espanto de Daland, Mary y Erik. En este caso, la dirección de actores, esta vez en manos de un maestro, está mejor trabajada. El coro realmente se convierte en un pueblo de marineros y coquetas hilanderas. El vestuario es decididamente conservador, aunque la apariencia del Holandés en el segundo acto recuerde a Piratas del Caribe. 

El coro y la orquesta suenan de manera competente en manos de Lü Jia, quien consigue transmitir un poco de las brisas marinas que evoca la obra. La cuerda es correcta, aunque no así la percusión. No obstante, la orquesta china se esmera y eso se agradece. El coro mejor que en Tannhäuser, especialmente el coro masculino, influido por las indicaciones de Del Monaco. En cambio el reparto, pese a ser internacional, no puede ser más decepcionante. Thomas Gazheli como el Holandés tiene una enorme voz, pero vocifera todas y cada una de las notas. Del mismo modo, Philip Webb es un Erik al que se le atragantan las notas y no puede con su aria del tercer acto. En este punto, es ya tarde para dos veteranos como Jan Hendrik-Rootering, cuyo Daland también vocifera ya más que canta, si bien en su aria del segundo acto llega a un correcto nivel, y Eva Johansson como Senta, que si bien es una excelente actriz, la voz hace aguas, si bien en los momentos más íntimos aún mantiene un canto muy bien apianado, que conmueve en el dúo con Erik, y cuando canta las estrofas de la Balada. Por el contrario, los cantantes chinos sí tienen un nivel decente: la mezzo Liang Ning es una Mary con un timbre matronil, quizá un tanto agudo para lo que se espera de este personaje, pero con un grave bello. El mejor del reparto es Jin Zhengjian como el Timonel, cuya voz es sonora, bien emitida, aunque tampoco parece rotunda. Su timbre de tenor de carácter a veces quiere ir hacia el de un tenor ligero, aunque el agudo indica que es un cantante aún por formar, pero en cualquier caso su interpretación es bastante buena.

Como curiosidad: en los saludos finales, el director de escena hizo saludar a la pareja protagonista desde el barco, lo que hizo que en cierto momento hicieran la broma de imitar la famosa escena de la película Titanic en la que los protagonistas se suben a la proa.


A finales de aquel año, se representó Lohengrin. Del Monaco afirma que dado que hace poco que China se ha abierto a conocer la ópera occidental, decidió hacer que visualmente fuese reconocible para el público chino. Lohengrin, afirma, es un cuento de hadas, y todas las culturas los tienen. Por eso su montaje puede valer para una ambientación en la Bélgica original, en China o en Rusia. También aseguró que geográficamente Bélgica le parecía una llanura aburrida, así que por eso decidió que la ambientación fuera "montañosa". Y ciertamente, si hay algo que puede decirse de esta producción clásica es que también funciona dramáticamente, ya que se trabajan detalles que le dan sentido a la acción, aunque siempre desde un punto de vista tradicional, es decir, ciñéndose a la acción original y desde ahí trabajarla: es así que Lohengrin y Elsa intercambian una dulce mirada en el primer acto, que Ortrud se acerque a detener bruscamente a Lohengrin mientras apunta a Telramund con la espada, que Ortrud y Telramund tienen un beso apasionado y casi podría que retozan mientras cantan "Der Rache Werk", el mostrar a Lohengrin vulnerable en el tercer acto, primero ante las dudas de Elsa y luego tras haber matado a Telramund tan solo con levantar una mano, aturdido por haber usado su poder por primera vez para matar. Al final, se despide de Elsa con un enternecedor gesto de cariño, y con una mirada de desprecio, como si estuviera a punto de escupirla, a Ortrud, desvanecida ante la llegada de Lohengrin. Del Monaco convierte a este héroe divino, sin desproveerle de su estética, en un personaje más humano de lo que la ortodoxia se puede imaginar.

El primer acto transcurre pues en un paisaje rocoso, como si fuese una puerta natural montañosa, en cuya escalonada orografía se sitúan los caballeros, con el Heraldo y el Rey en la más baja, pero siempre a distancia del suelo, reservado para los súbditos. Al fondo, un paisaje en animación virtual, muestra el río ondeante, y se ve cómo el cisne hace su aparición tanto al llegar como al marcharse al final. La montaña domina toda la obra, de esta manera en el segundo acto, la primera escena tiene lugar en las escalinatas del palacio, que se funde con la piedra, y también en el segundo cuadro, cuando se ven unas largas escaleras y una enorme columna en medio de ellas. El primer cuadro del tercer acto muestra a un idílico jardín, con una enorme fuente con flores y agua, con un banco en el que Elsa descansa mientras el coro nupcial se oye al fondo y su amado aparece. Ambos durante el dúo se mojarán en el agua, como un juego íntimo en medio de ese bello parnaso, cuya resplandeciente luz se apagará a medida que avanza la tragedia. El vestuario del español Jesús Ruiz es de estética fantástica, aunque se reconoce una fuerte influencia china en las armaduras de Lohengrin y los caballeros. Muy rococó el vestido amarillo de Elsa. En el segundo acto los invitados a la boda visten con unos trajes dorados que recuerdan mucho a los de los nobles chinos, incluso con un sombrero manchú.

Lü Jia en esta ocasión dirige a la orquesta con unos tempi lentos (una de las oberturas más largas que he oído, de casi unos 10 minutos), que suscriben el punto de vista de cuento de hadas de Del Monaco. La orquesta se acomoda a los cantantes y a la acción, dirigiendo calmadamente pero sin aburrir. Jia parece ser un director que ha estudiado a Wagner y lo transmite a la orquesta, que hace un trabajo decente para su corta experiencia. Las cuerdas suenan magníficas, tenebrosas en el preludio del segundo acto, y las trompetas en el interludio final igualmente añaden solemnidad a la tragedia. No obstante, este Lohengrin se ofrece ¡Con cortes! especialmente al final del primer acto y a los coros en el segundo acto y en el famoso fragmento nupcial del tercero, del que se ofrece solo la primera estrofa. El Coro igual que en El Holandés, con más esfuerzo escénico y con un nivel notable.

Stefan Vinke lidera el reparto aquí, en su mejor momento vocal, ofreciendo un Lohengrin juvenil, aunque con tendencia a timbres heróicos. En las arias del tercer acto se muestra más seguro, especialmente en la famosa In Fernem Land, donde se ilumina hasta su rostro con una sonrisa angelical, rememorando el divino origen de su personaje. Petra Maria-Schnitzer como Elsa ya aparece en declive, manteniendo ese timbre tan dulce y agradable pero los agudos ya calados. Egilis Silins es un excelente Telramund. Eva Johansson parece estar mejor como Ortrud que como Senta, especialmente en la primera escena del segundo acto, pero ya no responde el agudo. Como actriz es estupenda, con una mirada perversa, acentuada por su físico nórdico, transmitiendo el rencor y la maldad del personaje. Precisamente sus tablas salvan un poco las limitaciones vocales. Steven Humes como el Rey Enrique y Wieland Sattler como el Heraldo tienen unas interpretaciones simplemente cumplidoras, y aunque las voces no sean malas, desde luego palidecen bastante en comparación con los cuatro protagonistas.

Enlace en la web de la NCPA para ver Lohengrin, totalmente gratis.


En 2016, la NCPA hizo su primera producción propia de Tannhäuser, esta vez con la versión original de Dresde. Sin embargo, esta nueva producción aún siendo tradicional ya parece haberse desmarcado de la línea conservadora de las tres producciones antes mencionadas, además de su Anillo. En esta ocasión, se contó con el también famoso director de escena Pier'Alli para el montaje. Alli crea una producción de enorme impacto visual, conservadora, pero alejada del cartón piedra de las anteriores, especialmente del Tannhäuser de 2011. Usando una estructura giratoria, hallada en el centro del escenario, con iluminación y  animaciones, es capaz de recrear ambientes y darles un toque onírico y psicológico. De esta manera en el primer acto se ven enormes imágenes de los bacantes, o de la Venus de Botticelli, así como de un bello paisaje, con un verde intenso, en la segunda escena. En el segundo acto, una enorme columna, y gradas con decoración románica recrean un marmóreo salón medieval, aunque con dos peculiares medallones de la Virgen María a ambos lados de la columna. La primera escena del tercer acto, es una estampa que bien podría estar sacada del nuevo Bayreuth de Wieland y Wolfgang: una imagen de la virgen tallada en un árbol mientras que un color verde intenso ilumina el resto del escenario. Durante la llegada de los peregrinos, y luego de los bacantes, se proyectan enormes imágenes en movimiento de estos aproximándose. Durante las escenas de Wolfram y Tannhäuser el verde deja paso a un cielo estrellado y azul, una imagen bellísima. Por último, quizá el punto flaco sea que a medida que aparecen Venus y sus sátiros, aparezca una imagen del diablo donde antes estuvo la virgen, quizá casando con las ideas de Wolfram en ese momento. Al final, la decoración nos transporta a lo que podría tratarse de los jardines del Wartburg, y de repente el escenario se abre mostrándonos el báculo del Papa floreciente. El vestuario de Simona Morresi es conservador, aunque más minimalista. Lo llamativo es el vestuario de Elisabeth: vistiendo de azul en el segundo y de verde en el tercero. Venus intenta ir a la zaga, ya que del rojo del primer acto se cambia al azul del final. Los invitados al Wartburg visten todos del mismo color blanco grisáceo. La dirección de actores también está más trabajada, esta vez con el coro reaccionando con sorpresa a las intervenciones del protagonista y Elisabeth mantiene una expresión trágica.  Es más creíble que el Tannhäuser de Huquan en 2011. 

Lü Jia confirma con esta dirección orquestal su intención de imitar, o de inspirarse en el estilo romántico europeo, con una dirección más lenta, y al mismo tiempo cuidadosa y capaz de hacer brillar a los instrumentos, como ha sido el caso del magnífico oboe o de la cuerda. Magnífica interpretación del preludio del tercer acto. El Coro logra su mejor intervención wagneriana, sonando poderoso, imponente, entregado. La agrupación dirigida por Valentín Vassiliev se destaca por su genial coro masculino. Sin duda, es el principal protagonista de esta función, el mejor de la noche.

Al igual que Lohengrin, tuvo un reparto internacional. Sin embargo, la NCPA retransmitió el segundo reparto, totalmente chino. Aunque los artistas son competentes, realmente no van más allá de un nivel correcto, y no siempre. Warren Mok como Tannhäuser es un artista carente de agudos, y de legato y faro para mantenerlos. Si bien mantiene un centro que pretende ser de heldentenor, le pasa factura cuando intenta subir. No obstante, su narración convenció y no fue tan calamitosa como la de Putsch en 2011. Sun Xiuwei es una Elisabeth vibrante, pese a su correcto material. Como actriz, en cambio, resulta creíble como una mujer de carácter dispuesta a todo por salvar a su amado. Yuan Chenye es un Wolfram correcto, con un buen timbre aunque quizá le falte presencia.  Zhu Huiling como Venus es igualmente correcta, si bien tiene un buen físico, que le viene bien al personaje. Wu Wei sí fue un buen Landgrave, con un grave decente aunque tampoco muy sobrado de autoridad. Wang Chong fue uno de los mejores del reparto, con su Walther von der Wogelweide, lírico y potente. Karsten Mewes, quien ha cantado en Bayreuth, interpreta notable y graciosamente a Biterolf, el gruñón caballero. El pastor de Zhang Xin sonó dulce, aunque no al nivel de los últimos mencionados.

La NCPA continuó su andadura wagneriana, con montajes de Tristán y Maestros Cantores, además de un Parsifal en concierto, pero los dos primeros ya no tenían puestas en escena tradicionales. ¿Se convertirá en la última esperanza de la ortodoxia wagneriana, fascinada con estos montajes? ¿O en su afán de convertirse en referencial, y ese talento imitativo que les caracteriza, se rendirán al regietheater? No se sabe. Desde luego, tienen una compañía de canto, coro y orquesta dispuestos a hacer justicia a la ópera, y convertirse en un referente mundial. Uno puede sentir ese esfuerzo tras haber visto estas producciones. Por otro lado, reconozco también que desearía que no abandonara del todo las puestas en escena clásicas. Porque en ese lejano teatro se han convertido en un poso de belleza que hace mucho tiempo que no se ve en Europa, y que pertenece a nuestra rica cultura, esa que llama a la puerta del gigante asiático.

Enlace para ver el Tannhäuser de 2016 en la web de la NCPA, totalmente gratis.

2 comentarios:

  1. No es tradicionalista. Es auténtico. Con los modernos tenemos el síndrome de Estocolmo

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  2. El progreso es el fin,el ideal es el modelo .

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