El emblemático Círculo de Bellas Artes de Madrid organiza un interesante ciclo de música de cámara, en el que esta temporada destaca una cita ineludible para los amantes de la lírica: La Voix Humaine, de Francis Poulenc, ópera para una sola voz con libreto de Jean Cocteau, basado en la obra teatral homónima de este autor. Y un tándem de lujo para llevarlo a escena: la soprano italiana Anna Caterina Antonacci y el pianista Donald Sulzen.
El bello, pero incómodo, Teatro Fernando de Rojas, situado en el interior del edificio, ha sido el lugar de esta tarde operística. Ciertamente la sala de baile y el teatro son de una belleza deslumbrante, especialmente para el que nunca ha estado antes, aunque una vez dentro del vetusto pero encantador teatro uno se pregunta si realmente es más indicado para un cine que para un auditorio de música. Con todo, una sensación acogedora se apoderaba de uno al entrar en la bella sala.
Es una obra en la que se nos muestra a una mujer manteniendo una larga conversación telefónica, cuarenta y cinco minutos que terminarán siendo los últimos de su vida. Una mujer que se muestra frágil, insegura, dependiente, que no asimila una vida sin su esposo. Para su desgracia, la conversación sufrirá de cortes e intervenciones accidentales de la compañía telefónica, dando lugar a situaciones divertidas como la señora que escucha y da su opinión sobre la conversación. Las situaciones y las opiniones del "querido", como ella lo llama, nos las imaginamos a partir de las contestaciones que ella misma da. Más allá de todo eso, Cocteau intenta llegar a nosotros. Muchos hemos pasado por lo incómodo, doloroso de una ruptura sentimental y el consiguiente desengaño amoroso. Pero no todos, aunque muchos, han tenido el via crucis añadido de tener que salir de una relación tóxica y de completa dependencia psicológica. Y de esas, hay quienes no consiguen salir adelante. Es el caso de esta mujer, que se intuye bella, atractiva, pero incapaz de explicarse el abandono en el que se encuentra. Ha intentado ya antes suicidarse, y aunque intenta usarlo como último cartucho para salvar su relación, no hay nada que hacer y no le queda otra que colapsar, con el cable del teléfono enrollado al cuello.
Si bien fue concebida para ser acompañada de una orquesta sinfónica, en esta ocasión se ha optado por una versión con acompañamiento de piano. Esta versión, pese a no ser pues la original, le da un toque y una ambientación tan íntima como muy francesa. Es una obra, que como bien dice el programa de mano, une secuencias musicales. A través de las cuales vamos asistiendo a un sinfín de emociones que experimenta la protagonista, algunas tan expresionistas como si fueran de Messiaen (y de hecho, la versión con orquesta es más expresionista) y otras tan íntimas y románticas como si fueran una chanson, introduciéndonos en los sentimientos de la mujer. El piano le da ese toque oscuro, personal, expresivo, psicológico, que no da una orquesta.
En esta ocasión, no se ha tratado de una escenificación de la obra, sino de una versión de concierto: como atrezzo escénico, una pequeña banqueta y un teléfono rojo, y a la derecha del escenario, izquierda para el público, el piano.
Anna Caterina Antonacci regresaba pues a Madrid, al menos yo no la veía desde su mágico recital de julio de 2018 en el Teatro de la Zarzuela. Antonacci es una cantante con un fuerte magnetismo en escena. Mujer de gran belleza, su estilo versátil y su gran experiencia escénica, así como una gran sensibilidad y exquisitez en el canto, que plasma en su variado y poco convencional repertorio. Hay que decir que la voz ya aparece fatigada, lo que hace que algunas veces suene un tanto calante, pero aún tiene grandes momentos, especialmente cuando el agudo tira hacia arriba, y el centro, que sigue conservando su timbre seductor y hermoso. La dicción en francés es estupenda, y cuando tiene que recurrir al parlato, encontramos una deliciosa, prístina voz, tan frágil, que transmite la vulnerabilidad de la protagonista, a la que convierte en una mujer madura tan atractiva que el espectador se pregunta por qué la ha dejado su marido.
Donald Sulzen, pianista habitual de los recitales de Antonacci, ha dado una brillante interpretación, que no se ha limitado a acompañar. Sulzen ejecuta con sensibilidad la música de Poulenc, dándole una belleza liederística, de chanson, más acorde con la iniciativa caméristica del concierto, que lejos de hacer echar de menos a la orquesta, envolvió al espectador en ese mundo de secuencias, escalas, melodías que nos evocan la soledad de un apartamento parisino, y que por otro lado nos recuerda al vigor de los famosos Tres movimientos perpetuos del compositor.
Esta encantadora tarde de ópera, dentro del encanto camerístico que tiene este drama musical, ha sido respondido con entusiasmo por el público, de cuya sección de arriba vinieron unos fuertes bravos. Una abstracción, un refugio temporal de la vorágine consumista del Black Friday que aguardaba a la salida del teatro, con miles de personas en las calles, admirando entre otras cosas la flamante iluminación navideña de la Gran Vía y de Cibeles; y con los autobuses repletos de gente ya que todo este fin de semana han sido gratuitos, precisamente para animar a los madrileños a comprar. Y por qué no, también a consumir música.
Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.
©️ Retrato de Anna Caterina Antonacci por Jason Daniel Shaw. Todos los derechos reservados para él.
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