sábado, 13 de noviembre de 2021

Rienzi, la gran obra de juventud de Wagner, desde el Capitolio de Toulouse (2013)

En los últimos meses he estado descubriendo obras nuevas, o desconocidas. En lo referente a Richard Wagner, a muchos wagnerianos nos pasa que no conocemos demasiado las llamadas obras de juventud: Las Hadas, La prohibición de amar y Rienzi. En cierto modo, porque Wagner renegó de ellas y por este motivo, no se incluyeron en el canon de Bayreuth. Por otro lado, se trata de obras en las que Wagner aún no había encontrado ese lenguaje musical, tan heroico, espectacular y al mismo tiempo tan profundo y tan moderno, que le caracteriza.  

En la obra que nos ocupa, Rienzi, es la más representativa de esa etapa de juventud. Muy popular hasta la primera mitad del siglo XX, es una obra que, según he podido comprobar, gusta a muchos wagnerianos pero raramente se ve hoy en día en un escenario. El problema de las óperas de juventud del maestro es que, cuando se hacen, se representan con bastantes cortes, algo por otra parte inconcebible en las obras del canon hoy en día (en el pasado era otra historia, especialmente en América). Y ello se debe, principalmente, porque los manuscritos originales y sin cortes perecieron en el búnker de Adolf Hitler en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. La versión más completa se encuentra en la edición crítica de 1976, grabada por la BBC y dirigida por Edward Downes, que dura 280 minutos. En un principio, Rienzi duraba hasta seis horas en su estreno en 1842, pero debido a las quejas de dos princesas familiares del rey de Sajonia sobre la duración, Wagner decidió entonces dividirla en dos partes, y finalmente en una sola jornada con cortes.

Musicalmente, no reconocemos ese estilo tan wagneriano anteriormente mencionado. Más similitudes se encuentran sin embargo con la ópera romántica alemana, y sobre todo, con la grand opéra francesa, con la que Giacomo Meyerbeer, compatriota suyo, triunfaba en París, marcando tendencia en todo el mundo. De hecho, Hans Von Bülow dijo que Rienzi es "la mejor ópera de Meyerbeer", algo irónico teniendo en cuenta las diferencias que Wagner mantuvo con este compositor le inspiraron para su infame ensayo antisemita "El Judaísmo en la música". Y como diría Pinchas Steinberg, además de Meyerbeer, también se encuentran influencias de Mendelssohn, otro compositor judeoalemán sobre el que el maestro tuvo una opinión controvertida, recogida en su terrible ensayo, y cabría añadirse que se escucha también a Weber e incluso a Bellini. La obra incluye todas las convenciones de su tiempo: estructura en cinco actos, música bombástica, marchas, temática histórica fuertemente romantizada, un largo ballet, y en algunos momentos hasta amagos de coloratura. No obstante, también hay otros momentos que anticipan al gran Wagner: algunas páginas nos hacen pensar ya en El Holandés Errante, en Tannhäuser, en Lohengrin e incluso en el Oro del Rin, en esa música festiva cuando Freia vuelve a los dioses tras el pago del tesoro a los gigantes. Rienzi supone la transición, entre el estilo de juventud y el estilo que consagró a Wagner (quien en el momento de terminar de componer esta obra tenía tan solo 27 años) como el hombre que revolucionó la ópera para llevarla a terminar de conectar con el público. Por otro lado, el acto final aumenta en tensión tanto musical como dramática, y es el más parecido a lo que vendría a partir de El Holandés, su siguiente ópera. De hecho, su genio de siempre aparece en toda su plenitud en los dos fragmentos que han pasado al repertorio: la Obertura y la oración del protagonista en el acto quinto, ambas piezas son interpretadas en numerosos conciertos y recitales.

Por el contrario su argumento, es quizá hasta más sustancial que la música. Basada en una novela de  Edward Bulwer- Lytton, que a su vez se basa en la historia de un personaje real: Cola di Rienzo, un notario papal que llegó a tomar el poder en el siglo XIV en Roma, cuando los papas estaban exiliados en Aviñón. Rienzo se sublevó contra la corrupta nobleza, deseando restaurar al papa, pero al llegar al poder, conociéndosele como "el último tribuno de Roma", empezó a tomar una actitud cada vez más y más tiránica, lo que le llevó a ser derrocado hasta dos veces, y finalmente ajusticiado. Wagner trata esta historia interesantemente. A lo largo de los cinco actos asistimos al auge y caída de un hombre cuyas buenas intenciones iniciales, se termina corrompiendo hasta devenir en un tirano autoritario, que pese a vencer a sus enemigos, termina siendo derrocado por los mismos que le llevaron al poder. El Rienzi wagneriano usa su solemne retórica para transmitir a los romanos esa consciencia de luchar contra la corrupción para recuperar un esplendor largo tiempo perdido, un lider elegido para liberar un pueblo destinado a volver a brillar, a mandar. Un personaje que hace gala de una magnanimidad, que luego será su perdición, al perdonar a los nobles malvados y corruptos, irredimibles, que intentan derrocar el nuevo orden establecido. Y que ya no solo se contenta con restaurar el orden en Roma, sino que aspira a unificar toda Italia, como si anticipara en varios siglos la unificación italiana, y también alemana, una idea anhelada cuando se compuso la obra, y que Wagner llegó a ver concluida en su madurez. Y que al final, cuando la destrucción es inevitable, se refiera a Roma como un pueblo "degenerado", que se ha olvidado de quien les hace "fuertes y libres". 

Visto todo esto, uno puede llegar a plantearse que no sorprende que el joven Hitler se obsesionara con esta ópera, hasta el punto de querer identificarse con el protagonista. Resulta aterrador, cuando se piensa, que la actitud y la retórica del Rienzi wagneriano pudieran involuntariamente inspirar a este joven empobrecido en su etapa de estudiante en Viena, cuando vivía por y para ir a la ópera, antes de convertirse en el mayor criminal de la historia europea. Y precisamente esa similitud evocada es una muestra de cuánto llegaría Hitler a prostituir el legado wagneriano usándolo para su delirante proyecto político, afrentándolo así hasta nuestros días. 

Además de Rienzi, también hay otros dos personajes principales, que muestran esa etapa de transición de la obra de Wagner: Irene, hermana de Rienzi, y su pareja masculina, Adriano. Irene es la hermana incondicional, que apoyará a Rienzi en todo momento, incluso cuando ha caído en desgracia tras su excomunión, hasta el punto de sacrificar el amor de Adriano y de morir como una romana orgullosa junto a su hermano. Esta joven entregada a la causa recuerda a la Elisabeth de Tannhäuser en ese apoyo total, e incluso a la Rachel de La Juive, de Halévy (ópera que gustó y que inspiraría a Wagner en sus obras), al ser capaz de morir por una causa. El otro personaje, Adriano, es una convención de su época, al ser un personaje masculino travestido; interpretado por una cantante femenina, una contralto. Adriano se debate entre su familia noble y el amor que le tiene a Irene, que le llevará a dejarlo todo por ella y luego a morir por intentar "salvarla" de la "perdición" que le espera junto a Rienzi. Además, es el rol femenino estelar, con su importante aria del tercer acto, In seiner Blüte bleicht mein Leben.

La versión que he elegido para reintroducirme en esta obra, que ya vi en mayo de 2012 en vivo en el Teatro Real, es la del DVD procedente del Capitole de Toulouse, precisamente grabada en octubre de ese mismo año, solo unos meses más tarde de las funciones de Madrid. Esta producción, de unas tres horas, es la más completa en vídeo, y al parecer una de las más completas que se hayan hecho de toda la acción, descontando el larguísimo ballet. 

Dirigida escénicamente por Jorge Lavelli, un veterano regista, la producción se ambienta en una época intemporal, con elementos tanto clásicos como modernos, aunque no se destaca precisamente por su belleza plástica. Pese a todo, es una producción que ayuda a seguir el argumento de la obra. Durante la obertura, se proyectan imágenes en vídeo de revoluciones y movimientos populares del siglo pasado: reconociendo la caída del muro de Berlín o más cercano a Francia, la Revolución del 68. Los decorados de Ricardo Sánchez Cuerda son más bien oscuros y reducidos, con un fondo negro predominante, y el vestuario de Francesco Zito es más bien sencillo, negro para los caballeros, blanco para Irene, rojo para el nuncio papal. El vestuario del pueblo es cuanto menos sorprendente, pues visten como en el siglo XVII o XIX, con ropas bastante sencillas. Todos los personajes y el coro llevan la cara cubierta de maquillaje blanco, lo que le da un aire aún más opresivo y oscuro. En este minimalista y sobrio montaje, la ambientación es pese a todo, mínima. De hecho, cualquier elemento escénico, a excepción de unas grises y aparentemente desgastadas paredes, desaparece en las escenas más intimistas, reduciéndolo todo a un fondo negro. En las escenas corales y concertantes se puede ver a los mensajeros del papa con un cartel en alemán con la frase "La paz ha llegado", todos vestidos de blanco. En el tercer acto, Rienzi aparece montado en un caballo real: por suerte el equino parece seguir las indicaciones escénicas. Los embajadores de otros reinos también aparecen vestidos de blanco, con bandas que indican su procedencia. En el acto cuarto, en la escena de excomunión se da un momento visualmente impactante, con todo el escenario oscurecido salvo por unas luces azuladas, que dan la forma de una bóveda, de la que sale la comitiva papal para condenar a Rienzi. Aquí la iluminación de Roberto Trafferi y el propio Lavelli crean una ambientación sobrecogedora. Al final de la obra, Rienzi, Irene y Adriano aparecen en una plataforma que los eleva mientras el pueblo toma el escenario, y se enciende un fuego real, que ilumina los metálicos y cristalinos decorados, haciendo aún más intensa la destrucción final.

La Orquesta Nacional del Capitole está brillantemente dirigida por el israelí Pinchas Steinberg, experto wagneriano, quien logra una gran interpretación, haciendo sonar a la orquesta como si fuese de un importante teatro germano, gracias a la experiencia del maestro. La obertura es simplemente espectacular, memorable, con un gran pulso dramático, enérgico, que insufla vida a la orquesta. Durante toda la obra mantendrá ese gran nivel, que mejora a una ya de por sí notable orquesta, como puede notarse en las cuerdas o en flautas y trompetas. La introducción a la oración de Rienzi, es sencillamente memorable. El Coro del Capitole, reforzado con el de la Academia della Scala, es igualmente notable. Wagner concede al coro dos preciosos momentos fuera de escena, en el cuadro segundo del primer acto y en la escena de la excomunión, que recuerdan a la música sacra medieval. En ellos, además de en los números concertantes, los coristas dan lo mejor de sí. También como actores, con unas escenas memorables en el primer acto.

Torsten Kerl interpreta el rol protagonista. Kerl cantó mucho el personaje en la década pasada, llegándolo a grabar en vídeo también en Berlín hace dos años. La voz de Kerl es aceptable, dado el panorama tenoril en el repertorio wagneriano, con un timbre que  no suena mal, con reminiscencias a veces líricas, y otras tendentes a lo baritonal. Desde luego que en ese tiempo había quizá mejores tenores que pudieran abordar el rol, pero pocos que realmente lo cantaran. Y se nota en este sentido que Kerl conoce muy bien la obra y el personaje de Rienzi, transmitiendo su vigor. 

Marika Schönberg es una Irene competente, con una voz de soprano más dramática que lírica, aunque más propia para este rol, Elisabeth o Elsa. Muy buena en lo actoral. 

Daniela Sindram, aquí en estado de gracia, es la que se roba el espectáculo con su impresionante Adriano. Su voz es más aguda que contraltada, pero la mezzo alemana aparece aquí con un timbre juvenil, un canto ágil, apasionado como su personaje, y con capacidad para la coloratura, todo ello apreciable en su gran escena del tercer acto. 

El resto de personajes están a un nivel entre bueno y correcto. No puedo decir que los bajos tuvieran una gran noche,  aunque tampoco lo hacen mal. Entre ellos destacan Robert BorkLeonardo Neiva  como unos notables Raimondo, el legado papal y Cerco del Vecchio respectivamente. En cambio, Jennifer O'Loughlin sí que realizó una dulce y bella interpretación de su corta escena como mensajero de la paz.


Con esto termina mi aproximación a Rienzi, una gran obra a la que la mezcla de estilos que le impiden identificarse con el que generalmente se le atribuye a su autor, y el haber sido repudiada por éste no le han ayudado mucho. Tras ver este vídeo me he convencido un poco más de su enorme potencial escénico y también musical, ya que está compuesta precisamente para ser representada con una gran puesta en escena. Porque después de todo, debido a su gran formato y a la inmensa popularidad de su obertura, una de las piezas más conocidas del compositor, todo wagneriano se encontrará a este Rienzi en su camino en algún momento.

Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.


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