miércoles, 26 de abril de 2023

Dos mundos, dos líderes, una cima operística: Nixon en China, por primera vez en España, en el Teatro Real.


Madrid, 24 de abril de 2023.

En 1972, tuvo lugar una visita impensable en plena Guerra Fría: el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, poco antes del escándalo Watergate que le costaría la dimisión, visitaba la República Popular China, aún gobernada por Mao Zedong y que estaba sumida en la devastadora Revolución Cultural. Nadie esperaría que el presidente del partido anticomunista por antonomasia hubiese visitado uno de los regímenes comunistas más singulares que jamás hubo. Sin embargo, aquel primer acercamiento entre las dos superpotencias significó un cambio de ruta definitivo en la geopolítica, que aún persiste en las relaciones sinoamericanas hoy en día. En 1987, el compositor minimalista John Adams estrenó en Houston "Nixon in China", una ópera sobre este acontecimiento histórico, que contó con la colaboración de enormes artistas como Alice Goodman, responsable del libreto, Peter Sellars, director de escena, y Mark Morris, coreógrafo. Adams, siguiendo la tendencia estadounidense de componer óperas de temas reconocibles para el público, compuso una obra que se ha asentado, triunfante, en las programaciones de los más grandes teatros de ópera, cuyos públicos son bastante conservadores. Algo milagroso para una obra estrenada hace tan sólo 35 años. Recientemente ha sido representada en París con los mejores cantantes y una de las mejores batutas del momento. Esta obra ha conocido el éxito allá por donde ha pasado: Francia, Alemania, Estados Unidos, Reino Unido, Países Bajos... y después de tres décadas, le ha llegado el turno a España.

Para su estreno en  nuestro país, el Teatro Real ha apostado por un montaje procedente de Edimburgo y Copenhague, a cargo de John Fuljames. Fuljames lleva a cabo una puesta en escena sencilla, con un único decorado, que recuerda a un plató de televisión (algo tan importante para la cultura estadounidense, y más aún para esta visita) o a la casa de Mao, llena de cajas repletas de documentos, que será replicada en la segunda escena del primer acto. En la puesta en escena no veremos una pista de avión, ni el avión, ni el salón del pueblo, sino que sobre la misma puesta en escena se suceden imágenes de la visita y de los diferentes eventos que se sucedieron. La Historia, cuyo peso que recae sobre los personajes, la sucesión de imágenes históricas, proyectadas sobre la escenografía, que acompañan durante toda la obra, son el principal decorado y la principal ambientación. En una obra donde no solo se critica al poder, sino también a la imagen que Nixon y Mao presentaron de sí mismos y de sus propios países, ambos convencidos de que el de cada uno era el mejor del mundo, conviertiendo en un bravucón al primero y en un anciano casi senil que contradecía su ideología al segundo, a Fuljames le interesa mostrar el lado más oscuro, más político y más humano de cada una de esas dos esferas de poder. 



La obsesión por la imagen y la comunicación, con todo su poder de manipulación y control, se manifiesta en la sucesión de imágenes y en la caracterización del coro como elegantes funcionarios. Es con su ir y venir, y organizando la visita, como se abre la representación y no con los soldados esperando el avión, que si no se ve en escena, sí  se ve por unas pantallas que muestran cuando aterriza.  Si bien sí se ve la escalera, un momento realmente emocionante mostrando a los Nixon y a Kissinger descendiendo al son de la sección de viento en la orquesta. La reunión de Mao con Nixon está fielmente reconstruida, mientras de fondo se ve una foto de la verdadera reunión. Al final del primer acto se muestra el banquete donde Nixon y Zhou Enlai, con sus discursos proyectados de fondo.

El segundo acto es el más bello estéticamente, no solo por la música y por la representación de la ópera revolucionaria, sino por la cómo nos introduce en la personalidad de Pat Nixon, aquí representada como una mujer para la que todos los días son navidad, y que responde al prototipo de primera dama sonriente y con glamur, un lado más amable del poder, algo que contrasta con la autoritaria, temperamental y agresiva Jiang Qing, la otra cara de la moneda, que cierra dicho acto con su espectacular aria. Fuljames nos mete en este acto, tanto en la mente de Pat Nixon, como en su propia vivencia de la ópera revolucionaria que está presenciando, cómo vive ella lo que ve en escena, quedándose sola, en su butaca. Otro momento de gran impacto visual es el aria de Jiang Qing, que cierra la obra, con un enorme cartel propagandístico de Mao como el sol radiante de fondo, para luego, a medida que el aria transcurre, ver proyectadas sucesivamente imágenes de gente purgada en las tristemente famosas sesiones de lucha durante la Revolución Cultural, terminando el aria con una enorme foto del juicio de la propia Jiang Qing en 1980.

Entre el segundo y el tercer acto hay una pausa técnica, en la que vemos imágenes proyectadas en el telón de ambos presidentes, de su trayectoria política pero también sobre lo que les acontecerá (Nixon dimitirá, Mao morirá y las reformas de Deng Xiaoping abrirán China al capitalismo), incluso un poco más adelante se ven imágenes de futuros presidentes reunidos, como Deng y Carter, sucesores de nuestros protagonistas, Trump con Kim Jong-Un, o incluso el presidente español Pedro Sánchez (lo que despertó cuchicheos en la sala) con Xi Jinping. En el tercer acto veremos a cada una de las parejas, los Nixon y los Mao, reflexionando sobre sus vivencias y sus ideas, mientras se proyectan imágenes de diferentes etapas de su vida sobre un enorme cuadrado giratorio. Al final, ambas parejas se encierran en dicho cuadrado, que encierra una habitación, y ésta se adentra en el fondo del escenario, mientras Zhou Enlai se pregunta sobre la vida, y si algo de lo que hicieron fue bueno, para luego seguir a ese cuadrado mientras se oscurece la escena y cae el telón.




John Adams se sitúa, para bien y para mal, en la escuela del minimalismo estadounidense. Como bien dice Alex Ross, el romanticismo americano trae a autores clásicos y los pasa por el filtro minimalista, combinado con tendencias musicales tales como el jazz y el swing. Si Alban Berg hizo asequible, humana, la música dodecafónica, Adams hace lo propio con el minimalismo musical. En la partitura encontramos referencias a Glass o Reich (especialmente cuando la madera toca melodías más estridentes), a estilos ya mencionados antes como la jazzística música del banquete de la escena final del primer acto, e incluso de estilos más clásicos como en gran parte del acto segundo, ya que la escena de Pat Nixon emana mucho lirismo, con un lenguaje más clásico, e incluso a Wagner, tanto en la comienzo de la obra, con un hermoso preludio de cuerdas que recuerdan al breve preludio de la escena de las Nornas antes de El Ocaso de los Dioses, o el despertar revolucionario de la bailarina en el segundo acto, con una música que recuerda al Fuego Mágico de La Valquiria. Del tercer acto, Adams sacó su magistral poema sinfónico "The Chairman Dances", para cerrar la obra con un sombrío final de violín, oscuro, que contrasta con el triunfalismo del inicio de la obra, y que cierra con cierto pesimismo la batalla musical con la dramática música de Mao y la entusiasta y vibrante de Nixon. Pero además, la obra es convencional en su estructura de las arias, que reflejan los conflictos de los personajes, al estilo tradicional, y hay grandes escenas de lucimiento para los personajes.

Al frente de la Orquesta Titular del Teatro Real se situó la maestra coreana Olivia Lee-Gundermann. Nuestra orquesta hizo lo que pudo para hacer justicia a la partitura de Adams, logrando en general un nivel notable, si bien tuvo algunos altibajos, que afectaron al viento en escenas como la llegada del avión o durante el aria de Jiang Qing, o incluso durante el preludio un poco también la cuerda. Sin embargo, a pesar de eso, la orquesta pudo salir más o menos airosa del resto y hacer justicia al evento que estamos presenciando en las funciones. De nuevo hay que volver al segundo acto, donde sí que brilló la orquesta, transmitiendo la enorme belleza de la música.




El pueblo chino es uno de los personajes principales -también es tradicional en este planteamiento- , al que Adams dota de escenas de gran fuerza. Y el Coro del Teatro Real volvió a estar a la altura del reto, cantando sus escenas con su habitual excelencia: el coro que abre la obra fue interpretado con una gran solemnidad, pero donde impactó fue en la escena de la fiesta del primer acto, durante el brindis, con ese grito "Gam Bei", que hizo temblar los cimientos del teatro, que recordó el sobrecogedor "Grimes!" en el en la homónima ópera de hace dos años. El coro femenino tuvo su momento de lucimiento en el segundo acto.

Leigh Melrose interpretó a Nixon, en una interpretación que fue de menos a más, ya que durante el aria "News has a kind of mistery" no parecía  inspirado, incluso las repeticiones del "has" las hacía en piano, lo que no permitía que se oyeran, pero mejoró a medida que avanzaba la obra, especialmente a nivel actoral donde transmitía la bravuconería de su personaje.

Mejor estuvo Sarah Tynan como Pat Nixon, su esposa. La voz lírica de Tynan se desempeñó bien en el segundo acto, y como actriz supo transmitir la imagen cándida y sofisticada que se espera habitualmente de una primera dama estadounidense. 

Alfred Kim, quien ha cantado Aida y Otello en este escenario, fue quizá la voz más formidable del reparto, en su interpretación de Mao Tse Tung. La voz se encuentra potente, firme, se deja oír y el agudo es generoso, en un rol de tenor con mucha dificultad y dramatismo en el primer acto. 

El de Jiang Qing en esta ópera es el último gran rol escrito para una soprano de coloratura en el siglo XX. Y requiere una soprano de enjundia para interpretarlo. La soprano estadounidense Audrey Luna fue la encargada de interpretar a la esposa de Mao. En la función del viernes 21 se encontró indispuesta y otra soprano tuvo que cantar fuera de escena mientras ella vocalizaba. Quizá ese estado de convalecencia incidió en su interpretación, ya que no parecía cantar a plena voz durante su famosa aria (la más conocida de la obra), I am the wife of Mao Tse Tung, si bien cumplió con la inclemente tesitura porque tiene los sobreagudos requeridos. Mejor estuvo en el tercer acto, quizá menos presionada, donde sí pudo lucir su coloratura y la voz corría mejor, e incluso le dio un toque sensual a su personaje a nivel vocal y escénico. 

Jacques Imbrailo interpretó notablemente a Zhou Enlai, especialmente en su aria final, con una voz de barítono no obstante ligera, pero adecuada a este repertorio y que se proyectó bien. Borja Quiza interpretó al secretario de estado Henry Kissinger, en una interpretación que fue a más, especialmente a partir del segundo acto, donde se mostró vocalmente en forma, y también a nivel actoral, mostrando el lado más cómico del personaje, especialmente en la escena de la ópera revolucionaria. Las tres secretarias cumplieron bien con su cometido, lideradas por Sandra Ferrández.




Si bien dicen que en otras funciones ha habido deserciones, no ha sido el caso de esta representación, donde no se vio ni una, e incluso se escucharon bravos tras el aria de Madame Mao y tras acabar la obra. De hecho, somos muy afortunados de poder presenciar estas funciones de esta bellísima ópera, que con justicia se ha asentado en el repertorio y ha podido conquistar a muchos aficionados que habitualmente son musicalmente estancos y conservadores. No cabe duda de que estamos ante el acontecimiento operístico más esperado de la temporada musical madrileña, y uno de los eventos culturales del año en la capital. Esperemos que en el resto de España sigan más producciones de esta ópera en temporadas venideras.


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