Esta tendría que haber sido mi primera experiencia en vivo en Bayreuth. Desgraciadamente, no lo fue. El recuerdo tan doloroso de esta ocasión perdida hizo que me abstuviera de verla durante mucho tiempo. Luego mi interés se diluyó en otras cosas. Finalmente ayer, después de once años, me he atrevido a ver el vídeo de este Holandés Errante que habría tenido que presenciar el 6 de agosto de 2013 en el Festspielhaus. En 2013 se conmemoraba el bicentenario del maestro alemán, y la primera función fue la de esta obra maestra, la primera del canon de Bayreuth, que se estrenó en 2012. Llama la atención cómo, de todo el canon wagneriano, las obra menos grabada es el Holandés, con solo tres producciones en casi cuarenta años, ya que hubo dos que no se filmaron, entre ellos la bellísima de Claus Guth entre 2003 y 2006, que a punto estuvo de ser inmortalizada pero la productora quebró. He de decir que tras ver este vídeo, he disfrutado más de lo que esperaba, que era más bien poco. Empiezo a entender a aquellos solistas que en Bayreuth brillan más que en otros teatros, no ya por lo bien que se deben de escuchar sus voces, sino por su total entrega, imbuidos de la magia del lugar. Porque, en una extraña compensación de la vida, pude ver a tres miembros de este reparto, la pareja protagonista y el timonel, tres años más tarde en el Teatro Real en esta misma obra y no recuerdo que sus interpretaciones, aun buenas, fuesen tan brillantes como en esta producción.
El montaje de Jan Philip Gloger es simbólico de una época. La llegada de Katharina Wagner al festival supuso un cambio de la calidad de los montajes allí presentados, siendo de base aún más radicales que lo que había hasta ese momento, siendo muchos de ellos más sencillos de montar y más simbólicos, como ocurre en la escena alemana. Sin embargo, no he entendido la producción. A simple vista, parece que Gloger busca retratar esta historia desde una crítica a la producción en masa de las sociedades industriales y capitalistas, una crítica al mundo de la industria. En la edición en vídeo, durante la obertura se ve una animación de un líquido negro que llena la pantalla, y luego un bosque de barras propias de un código de un producto. El primer acto transcurre en un ambiente dificil de determinar, unas luces destellantes cuyas formas sugieren el interior del disco duro de un ordenador, y unos números que van creciendo que podrían aludir a la cotización en bolsa o a la producción industrial. En esta oscuridad, aparece un bote, y a bordo están Daland y el capitán, ambos vestidos como ejecutivos. El Holandés aparece en medio de esta oscuridad, con una maleta, y unas manchas en la cabeza que sugieren que es un producto de esta misma fábrica, hecho a base de tinta negra. El segundo acto es probablemente el más coherente, y tiene cierta credibilidad dramática. Las hilanderas son las trabajadoras de una fábrica de ventiladores de plástico, y Mary es la secretaria de Daland, encargada de vigilar la producción. Senta no participa del trabajo, sino que crea un muñeco con cajas y tinta negra, una alegoría del retrato del Holandés. Erik es un trabajador más, que parece encargarse de las instalaciones, con una taladradora en mano. Aquí, la inocencia y el entusiasmo de Senta están muy bien trabajados, y la balada es un momento sobrecogedor, con el escenario oscurecido, e incluso la escéptica Mary se contagia del entusiasmo de Senta. El dúo con Erik tiene lugar con la sombra del Holandés y Daland de fondo. El dúo con el Holandés es de belleza plástica, con la iluminación sugiriendo un tono grisáceo, el Holandés se humaniza, sonriendo y hasta mostrándose juguetón, incluso dándose un largo beso en la boca con Senta. En el tercer acto, la famosa escena de los marineros es una fiesta de empresa, tras haber presentado el último modelo del ventilador. Durante el coro de la tripulación del Holandés, este anuncio arde y la tripulación emerge, toda desarrrapada y con la cabeza pintada de negro. Otro de los puntos destacables del montaje es el trato que se le da a Erik: junto a Mary, son los únicos racionales que pueden salvar a Senta de la locura de su sacrificio. Erik le muestra fotos a Senta de su juventud, devolviéndola a tiempos felices con él, pero finalmente se decanta por el Holandés, con el que se reúne tras apuñalarse a sí misma en la escena final, mientras lleva puestas dos alas hechas de cartón y tinta. Al final, el timonel se queda con la empresa, y en lugar de lámparas se fabrican ahora estatuas de los dos amantes abrazados.
Christian Thielemann estaba en el apogeo de su cargo como director musical del Festival. Y ciertamente, la Orquesta del Festival logra bajo su batuta una interpretación tan majestuosa como ominosa: dentro de la habitual grandeza germánica a la que Thielemann se une, hay una sensación de oscuridad que casa con el montaje. De este modo el metal durante el monólogo del Holandés suena punzante, trágico. La cuerda durante el inicio de la balada de Senta es sobrecogedora. No se siente la ligereza de una música que golpea como el mar, sino el lado más gótico, denso y trágico de la obra. El Coro de Bayreuth es uno de los mejores del mundo, y aquí queda demostrado, especialmente el coro femenino que aquí está memorable.
Samuel Youn es un Holandés con una preciosa voz grave y una emisión cuidada, pese a que tiene alguna dificultad. No lo recordaba así en Madrid, pero aquí es una voz que da gusto oír, y que se marca una versión memorable del monólogo.
Ricarda Merbeth se encontraba en su mejor momento vocal, y cantando las heroínas wagnerianas que le corresponden, como Elisabeth o esta Senta, que canta notablemente y que actúa mejor, mostrando el lado más inocente y al mismo tiempo esa locura redentora que aflora cuando ve al Holandés. La Balada es espectacular aunque el agudo a veces tiene algo de dificultad, pero nada que ver con la actualidad, ahora que Merbeth canta Brunilda o Elektra, y el agudo tiende al grito muchas veces.
Franz-Josef Selig es un Daland excelente, pero al que le falta un poco de volumen, pese a que frasea bien y en el Mögst du, mein Kind, en la que aúna el lado más autoritario, bufo y mezquino del personaje, canta notablemente. Tomislav Muzek es un Erik con una bella voz lírica y juvenil, que destaca en el dúo del segundo acto con Senta, pero en el tercer acto se queda un poco corto en su aria y la escena. Benjamin Bruns es en cambio un excelente Timonel, con una voz que hoy en día podría cantar roles más líricos, y se encuentra brillante en su canción del primer acto y con el coro en el tercero. En Madrid cantó Erik en 2016, pero no era el momento para cantarlo. Por último, la habitual Christa Mayer interpreta a Mary con su habitual timbre aterciopelado, y que aquí entona muy bien.
Creo que este ha sido un buen momento para verlo, ahora que ha pasado mucho tiempo, y para terminar de cicatrizar una pequeña herida en mi corazón de wagneriano. También creo que, con la mágica acústica y ambiente del Festspielhaus, habría disfrutado y mucho, del nivel musical, y habría sido el Holandés Errante de mi vida. Seguramente no habría entendido mucho la puesta en escena, aunque seguro que con los 25 años que tenía entonces, mi visión de la misma hubiera sido distinta.
Pero no voy a dolerme demasiado. Estoy convencido de que el momento que pueda al fin entrar en el Festspielhaus está cada vez más cerca. Da igual cuando: este año, el que viene o el siguiente, pero sé que sentiré la magia de la acústica, del teatro y veré cómo los wagnerianos asisten como peregrinos de una religión a la que no me uno completamente. Y mi anhelo de dos décadas se verá al fin cumplido. Y anhelo que sea la primera de varias, o muchas.
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