sábado, 20 de octubre de 2018

Los Gurrelieder de Schönberg, en el Auditorio Nacional de Madrid. 19 de octubre de 2018.

La música tonal del maestro Schönberg es poco conocida, frente a la música atonal que le da la fama que tiene de compositor difícil y poco asequible "para un público normal", como leí en una crítica no hace mucho. Y realmente debería serlo, no sólo para levantar la popularidad del maestro sino porque su belleza debería tener un estátus más popular del que ya tiene. Aunque incluso en estas maravillas, es difícil de llevar a cabo. Ya desde La Noche Transfigurada, Schönberg da muestras de una voluntad de ir más allá, y tanto estos Gurrelieder como las Seis Canciones para Orquesta o la Sinfonía de Cámara número 1 (de sus últimas composiciones tonales) muestran la belleza y la armonía de la música posromántica y heredera de Wagner con cierta vulnerabilidad.

Esta obra, que tardó una década en acabarse muestra claramente ese camino: la primera parte es completamente de influencia Wagneriana, tanto en el descriptivo preludio como en las canciones de Waldemar y Tove, herederas del Tristán e Isolda. Pero el final es el que muestra otro camino: el enigmático preludio nos marca un camino sin retorno, aun dentro de la melodía, para dejar paso al poema recitado en sprechgesang. Schönberg rechazó el éxito que obtuvo su obra porque ya había abrazado el estilo que le haría famoso y que el público rechazaba. Y en nuestros días las cosas no son tan diferentes.

Aunque no sean una ópera, tienen una línea argumental , cuentan una historia que nos permite imaginarla como una más del género. Y eso debería de ser tenido en cuenta por los teatros para escenificarla más veces.



Hace cuatro años, pudimos disfrutar en el Auditorio Nacional de Madrid de esta obra dirigida por Eliahu Inbal, que hizo una lectura memorable. Y en este 2018 vuelven a la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España por todo lo alto, en esta ocasión bajo la batuta de David Afkham.

Afkham nos dirige a una orquesta en absoluto estado de gracia, aunque a veces en las canciones de los amantes se pase un poco de opulenta, si bien en la canción final de Tove alcanzó un bello lirismo. Los interludios orquestales estuvieron a un alto nivel, y memorable fue la canción del pájaro. La segunda parte mantuvo el mismo nivel de excelencia pese a algún desnivel de flauta. Las canciones más humanas, como la del campesino o la del bufón fueron dirigidas con un sonido bellísimo. El coro de la orquesta fue ampliado con el Coro de la Comunidad de Madrid. Ambas agrupaciones vocales estuvieron al nivel requerido, especialmente los coros masculinos que tenían a su cargo partes bastante difíciles.

Waldemar estuvo a cargo del tenor Simon O'Neill, ya en completo declive. Nunca tuvo una voz bella (ya le sufrimos en Parsifal, por mucho que actuara bien), y la ingrata acústica del auditorio no le jugó una buena pasada ya que la orquesta le tapaba en muchas ocasiones. En su última canción estuvo a un nivel digno, incluso con algún agudo potente, pero no salva una primera parte que le sobrepasaba.

Desgraciadamente, estuve sentado en la primera parte en la Tribuna detrás del coro, que afecta a las voces. Pero lo que pude apreciar de Juliane Banse como Tove fue bastante interesante, con una bella voz dramática , con una buena interpretación de su canción final. En cambio la mezzosoprano Karen Cargill, tenía una voz enorme que podía oirse bastante bien en toda la sala. Su interpretación de la canción del Pájaro del bosque fue imponente, con un grave estremecedor y un canto atractivo, si bien un poco nasal.

Barry Banks y Wilhelm Schwinghammer fueron unos excelentes Klaus el bufón y campesino respectivamente. Schwinghammer tiene una voz de bajo preciosa y Banks bordó su canción a un nivel tenoril incluso superior a O'Neill. Y más audible.

El veterano Thomas Quasthoff, ya retirado de la ópera pero activo como cantante de jazz, interpretó al narrador del poema final en sprechgesang. Su voz sigue siendo fuerte, con el sonido del bajo que un día fue y recitando con autoridad el poema.

Aunque no estaba lleno el Auditorio, la magna partitura de Schönberg volvió a cautivar al público de Madrid. Estas oportunidades hay que aprovecharlas porque no todos los días se pueden ver unos Gurrelieder, y más con una interpretación del máximo nivel.

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