El Ballet de San Petersburgo, o Classical Ballet of Andrey Batalov, ha vuelto por tercer año consecutivo a Madrid con su gira de verano. Este tipo de compañías privadas vienen cada año a ofrecer las típicas obras del repertorio clásico, en muchos teatros menores de la capital y en los principales teatros de provincias. El Teatro estaba casi lleno y el entusiasmo se respiraba entre la gente. Y esto me lleva a preguntarme de nuevo si algunos grandes teatros de ópera (sí, Madrid y Barcelona por poner un ejemplo) no deberían ponerse manos a la obra y dar una mayor presencia a la danza clásica y ampliar el repertorio de la misma. Ya convertidos en habituales del público madrileño, quien asiste entregado a las funciones, esta vez sólo han presentado El Lago de los Cisnes.
Sabemos de antemano que las condiciones serán limitadas y no del gusto del público entendido: música pregrabada, espacio reducido que conlleva a la reducción del número de artistas en escena, etcétera. Sin embargo, creo que puede disfrutarse mucho.
Ya en 2015 vi esta producción, y comparada con el Ballet Imperial Ruso fue un poco modesta (no digamos ya al Royal Ballet o el Ballet de la Ópera de Viena), pese a la impecable actuación de las bailarinas Cristina Tipirig y Radamaria Duminika, esta última una Odile hipnótica y sublime. También ese año vi Giselle y el siguiente La Bella Durmiente. Pero dos años después tenía ganas de ver a Andrey Batalov, coreógrafo de la compañía y aún solista del famoso Teatro Mariinsky, interpretando al Príncipe Sigfrido. Y fui el 8 de julio.
No me he arrepentido. Qué diferencia con hace dos años. Esta función ha sido de aquéllas que un solista lleva al resto a un buen nivel.
Batalov ES Sigfrido. Y no sólo por la agilidad deslumbrante que aún le queda, sino por su forma de vivirlo. Creo que es la primera vez que me pasa en ballet que veo a un bailarín dar vida a un personaje más allá de bailarlo. En el primer acto se muestra como un joven dinámico y carismático, llegando a un gran momento dramático en el preludio del acto segundo cuando se pierde en el lago que le mostrará a su amada. Además de eso, su agilidad es impresionante: menudos solos en el primer y tercer acto. En la coda sorprende aún por su destreza. Las comparaciones con Konstantin Kuznetsov en este papel hace dos años podrían ser odiosas. En los actos con Odette daba muestras prodigiosas de sincronía con su compañera. Una interpretación a otro nivel respecto del resto de la compañía. Una creación.
Como Odette/Odile, Ekaterina Bortyakova fue de menos a más. Empezó un poco metódica para mi gusto, pero terminó haciendo una coda y un acto final excelentes.
Alexander Balan fue un correcto Rothbart, y Francisco Smaniotto un bufón que empezó correcto en el primer acto pero excelente en el tercero, aunque quizá le faltase la guasa que Constantin Tcaci le echaba en 2015. El resto de solistas estuvo a un nivel digno, aunque destacable fue la danza española.
El 19 de julio asistí a una nueva función, esta vez con el matrimonio formado por Alexei y Cristina Terentiev como protagonistas. Ella hizo una Odette muy expresiva y capaz de comunicar la inocencia inicial del personaje y una Odile con una técnica excelente. Él fue un Sigfrido cumplidor. Sergey Dotsenko interpretó a Rothbart igualmente en línea cumplidora, casi igual que el bailarín del primer reparto.
Me gusta mucho la danza clásica, por ello las opciones que nos ofrecen estas compañías mientras los grandes teatros hacen la tarea nos permiten disfrutar de la magia de este arte. No me canso de ver El Lago de los Cisnes. Ni el resto del público.
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