Las obras de Wagner son las más difíciles de montar del repertorio. Su larga duración, su demanda de grandes orquestas, coro y elenco suponen siempre un reto para cualquier compañía. Por eso, los wagnerianos nos preguntábamos cómo sería volver a ver sus obras tras la pandemia. Tras un otoño de cierta actividad, el Covid-19 vuelve a golpear Europa, con Alemania como uno de los países más afectados. En la Staatsoper de Berlín se preparaba una nueva producción de Lohengrin, pero la situación ha cancelado las funciones. No obstante, y para su difusión internacional, se ha grabado la función del estreno, sin público, para su emisión por televisión y en la web del teatro.
Esta nueva producción, debida a Calixto Bieito, el gran director de escena español, sitúa la acción en un contexto que a nuestra sociedad no le es desconocido: el juicio al que nos someten, en cualquier momento, las noticias que nos rodean: las redes sociales, los chismes, las fake news, de cómo podemos pasar en un suspiro de acusadores a acusados. En cierto modo, Bieito lleva a nuestros días la situación en la que Elsa se encuentra: en la Alta Edad Media, una mujer acusada por su entorno de matar a su hermano, y en medio de su situación desesperada, aparece un caballero que no solo soluciona sus problemas, sino los de todo el pueblo, que pasa a depender de él. Wagner enfoca en Elsa dos conflictos universales: primero el ser diana de acusaciones, de difamaciones, y luego la desconfianza de alguien a quien se ama, pero del que no se sabe nada, y del que inevitablemente se termina cuestionando esa situación aparantemente idílica en la que se está. Por ello, será la gran perdedora de esta historia. Junto a su escenógrafa Rebecca Ringst, y el expresivo vestuario de Ingo Krügler, Bieito crea un ambiente de juicio, de miedo, una montaña rusa de culpas y acusaciones en la que Lohengrin es un espectador más que un héroe. Aquí, la gran protagonista y el centro de atención es Elsa con su tragedia, víctima de las acusaciones. A la hora de plasmarlo en escena, tras un primer acto intenso, la producción se torna confusa, muchas veces sin ver las ideas plasmadas, especialmente en las escenas más íntimas como los primeros cuadros de los actos segundo y tercero. No se recuperará esa fuerza hasta casi el final, lo que deja la sensación de desequilibrio e incluso hay momentos que pueden resultar aburridos.
Tras la obertura, donde vemos imágenes de un niño que se ahoga en el agua, es decir, Gottfried, se abre el telón donde empezará el drama. Una sala de un tribunal, en la que el Rey Enrique es el juez, el Heraldo con su look extravagante parece ser el típico presentador morboso del corazón, Telramund y Ortrud son unos elegantes acusadores, una alusión posible a los divulgadores de bulos revestidos de empírica evidencia, y la desvalida Elsa aparece pobremente vestida, y encerrada en una jaula, como se hace hoy en día en algunos juicios donde se separa al acusado. Y todos pasarán en algún momento por ella. Lohengrin aparece de improviso, siendo un origami el cisne que lo trae a este conflicto. No hay duelo por Elsa, Telramund pierde la razón cayendo al suelo mientras el coro al fondo enarbola unas pancartas con diferentes palabras y oraciones, en alusiones a Twitter, con sus hashtags y sus mensajes cortos, mientras el Heraldo se maquilla hasta caracterizarse como el Joker, una posible alegoría de la importancia de lo televisivo y el morbo que se trata en la oscarizada película del mismo nombre. Para sellar su amor, Elsa escribe la palabra "Liebe" (amor, en alemán) en la chaqueta de su amado. El segundo acto es un conjunto de gradas, en los que hay varios muñecos de bebés tirados por doquier, que Ortrud manipula mientras maquina su venganza. Elsa aparecerá envuelta en un velo enorme, iluminado por una luz verde (¿una alusión a whatsapp?), del que sale para intercambiárselo con Ortrud. La iluminación hace un juego magnífico en el interludio, mientras aparece el coro masculino.La boda de Elsa es un momento tétrico, en el que aparecen las tensiones y tormentos de los personajes, los cuales pasan todos, menos Lohengrin, por la jaula, y con el escenario casi vacío: la sala del tribunal da paso a la introspección y la inconsciencia. En el tercer acto, el preludio es acompañado de proyecciones de películas, como La Pantera Rosa, El Ángel Exterminador, entre otras, pero lo más llamativo es ver el nacimiento del cisne desde el cuerpo de una mujer negra. En el acto final, un enorme sofá es el lecho nupcial de los amantes, Telramund no muere sino que deja una plantita en el escenario y se va, sin volverse a tener noticias de él. En la escena final, Ortrud reaparece triunfante, pero el héroe la derrota. Ahora el juzgado y enjaulado es el rey, mientras que al irse, Lohengrin es sustituido por el joven Gottfried, que aparece empapado tras salir del agua y quien toma la espada que Lohengrin deja, mientras Elsa y Ortrud se sientan desesperadas.
Las medidas de seguridad han hecho mella en el equipo musical, reduciendo el enorme coro a tan solo 74 personas y la orquesta a tan solo 50 músicos, si bien esto último puede tener una justificación, pues en su día Franz Liszt dirigió el estreno de la obra con una orquesta reducida. El compositor Matthias Pintscher dirige una aseada versión, haciendo que la reducción apenas si se notara, salvo en los tutti de la orquesta, donde a veces puede sonar inane. El sonido de la Staatskapelle Berlin se nota en la intensidad y la belleza de sus cuerdas, con un sonido celestial en el preludio del primer acto, y tenebroso y oscuro en el segundo. El viento también tiene esa peculiaridad, donde el oboe del preludio del segundo acto sonó elegíaco, patético, y el viento metal espectacular en los interludios de la obra. Pintscher no es Barenboim, pero su versión no adolece de falta de tensión dramática, aunque sí llegue a tapar a los cantantes, quizá por la toma de sonido. El coro berlinés es estupendo, tanto de voces como a nivel actoral, sonando como si estuviera completo, y sirviendo muy bien a la dramaturgia de Bieito.
Tras un fallido intento en Bayreuth, finalmente el tenor francés Roberto Alagna debuta como Lohengrin. No ha podido ser en una situación más complicada. A sus 57 años, el famoso tenor ya empieza a dar signos de cansancio, pero su voz lírica no siempre se ajusta a lo heroico del personaje. Se ha llamado a esta ópera la más italiana de su autor, incluso tenores que han cantado bien el repertorio italiano lo han intentado, especialmente cuando lo cantaban en este idioma, artistas del país transalpino. Aunque haya cantado roles compatibles del repertorio francés, Lohengrin es otra cosa. La tesitura aguda del rol no siempre está a su alcance, llegando a sonar en algunos momentos insegura, con tendencia a abrirse demasiado. Así sonó su entrada, si bien con sus tablas consigue enternecer con un "Elsa, ich liebe dich" cantado casi en piano tras la escena de la pregunta. Sin duda alguna se estaba reservando para el final, ya que la famosa aria "In fernem land" la cantó maravillosamente, con una emisión esta vez segura y un timbre por fin heroico, pero que no mantuvo en la despedida final pese a la pasión y la belleza vocal logradas. Y es que aunque cante bien el aria no significa que pueda con el rol entero.
La estrella de la noche fue, sin embargo, la soprano lituana Vida Miknevičiūtė como Elsa. Soprano de gran belleza física, como actriz supo retratar el tormento y la angustia de la protagonista, convenientemente explotado por la dramaturgia de este montaje, al que sirve muy bien. En el tercer acto su interpretación cobró mucha fuerza, incluso superando a Lohengrin. A nivel vocal, su voz tiene un agradable timbre dramático, aunque más ligero que el de otras que cantan este rol, pero aún así memorable, desde un conmovedor, "Einsam in trüben tagen" en el primer acto hasta un potente tercer acto.
René Pape fue otro igualmente memorable, excelentemente cantado, Rey Enrique. Grande en lo actoral, con un escepticismo del que intenta ser un juez neutral y vocalmente con una dicción exquisita, una voz que suena aún autoritaria y con un bellísimo sonido, aunque también frágil.
Martin Gantner fue un Telramund demasiado agudo, aunque recuperó algo de grave en el segundo acto. Su voz es quizá ideal para este montaje, ya que su personaje aparece como un intrigante, pero no lo sería en otra dramaturgia donde se explotase la nobleza e hidalguía del mismo. Ekaterina Gubanova tiene una buena voz, con unos excelentes e impactantes agudos para Ortrud, pero a veces se echa en falta un temperamento mayor, ya que al principio resulta fría, tratándose de la villana principal. No obstante, su interpretación mejora hasta lograr el equilibrio en el final, desprendiendo el odio y la rabia innatos del personaje. Adam Kutny fue un Heraldo muy bien cantado y actuado.
Al terminar la obra, los artistas saludaron en silencio, solo roto por los aplausos del coro y del personal técnico, recordando al sepulcral silencio del Ocaso sin público en Japón del pasado marzo, ya
en pleno confinamiento. Eso sí, seguramente jamás habrá sido Bieito tan aplaudido y menos abucheado que ahora, recibiendo un sonoro aplauso de todo el equipo. En tan difíciles circunstancias se ha representado este Lohengrin de luces y sombras. Confiemos en que las anunciadas vacunas contra este virus maldito nos devuelvan lo antes posible la pasión y la autenticidad de los aplausos, ovaciones y protestas del público.
Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.