La Bayadera es de los títulos más emblemáticos del ballet clásico. Por su complejidad, dicen que sólo las grandes compañías son capaces de montarla. La competente música de Ludwig Minkus, con un bello segundo acto y el toque de exotismo que gustaba en el siglo XIX la hacen fascinante. La visita del Ballet de Monterrey a Madrid con este infrecuente título, sobretodo en los escenarios españoles, era una cita indispensable para los amantes y entusiastas del ballet.
Y lo hace con una bella producción suntuosa -aunque a veces poco realista- y colorida, de impacto visual; a cargo de Raúl Font. La coreografía estuvo a cargo de Luis Serrano y José Manuel Carreño (director de la compañía), basada en la original de Marius Petipa. Se nota que, pese a la modestia, hay ambición en presentar este montaje. Esta ocasión, ha presentado la versión en dos actos, terminando la obra en el mundo de las sombras; aunque parece que no ha sido el único corte.
El resultado ha sido una agradable tarde de danza, pese a los cortes y con la lógica reducción del cuerpo de baile. No hubo suerte con la música, que era grabada, lo que hacía que el público hablase en las oberturas e interludios musicales. Una pena, porque el preludio del acto segundo es una gran pieza orquestal.
Nikiya, la bayadera, estuvo a cargo de Junna Ige, que empezó un poco reservada, para marcarse un acto segundo memorable, y supo transmitir la fragilidad y el drama de la protagonista enamorada. Un momento muy teatral fue su danza final en el primer acto.
Solor estuvo interpretado por Ernesto Mejica, cuya actuación fue a más. Grandes sus danzas en el segundo acto junto a Deborah Rodríguez, que interpretó a la malvada Gamzatti de forma memorable y con una técnica estupenda. Al igual que la protagonista, Mejica se reservó para un gran segundo acto.
Nicolás Merenda deslumbró con su agilidad interpretando al Fakir, del mismo modo que Brian Ruiz interpretó maravillosamente al ídolo de bronce.
En cuanto al cuerpo de baile, empezó reservado en la primera escena, pero fue a más, especialmente en la gran escena final del primer acto. Grandes danzas de las solistas en el segundo acto.
El teatro no estaba lleno, pero los que estuvimos presentes disfrutamos de una linda tarde de ballet. Los teatros del Canal se han convertido en un referente para la programación continua de danza clásica de calidad, pero con una producción al año no se crea afición. Esperemos que el Teatro Real tome nota también de esto y programe más danza clásica, porque es el lugar idóneo para ello.
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