En 1951, los hermanos Wieland y
Wolfgang Wagner hicieron historia con el primer Festival de Bayreuth después de la Segunda Guerra Mundial. Wieland revolucionó el mundo wagneriano con sus puestas en escena, logrando auténticas obras de arte con escasa escenografía, intensa y bella iluminación y una dirección de actores excepcional. Wolfgang estuvo a su sombra, con unas puestas en escena que no podían competir con las de Wieland; y que además no estuvieron exentas de malas críticas. Tras la muerte de su hermano, Wolfgang heredó el Festival y lo dirigió durante 43 años.
En época de Wieland, la filmación de ópera wagneriana estaba en pañales. Y lo que se conserva son dos óperas y un acto, de mala calidad de imagen. Frente a la escasa y mala videografía de su legendario hermano, tenemos en cambio una amplia documentación del trabajo escénico de Wolfgang en vídeo: todos sus trabajos desde 1981 se han preservado para la historia. En esta entrada de blog trataremos dos montajes enteros y un fragmento de otro.
Empezaré con los Maestros Cantores de Núremberg grabados en 1984, que forman parte de uno de sus trabajos más celebrados sino el que más. Tengo la impresión que desde la muerte de Wieland, el estilo de Wolfgang se volvió más y más conservador.
A primera vista parece que la producción promete ser una delicia pero pasado un rato uno termina por darle un aprobado alto ... o notable bajo. Por ejemplo, el vestuario no termina de ser del todo fiel al siglo XVI en muchos casos, como en el de Beckmesser; aunque sí lo es en el caso de las mujeres o los aprendices. Me parece un vestuario clásico pero sencillo. Más rico y fiel parece el vestuario de la producción de Barrie Kosky este año. Pero para conocer de primera mano el libreto y la historia original me parece adecuado.
El acto primero, según Frederic Spotts, parece reproducir el decorado de la producción de 1943. A mí me parece una pequeña y humilde iglesita protestante germana de pueblo. El segundo tiene unos edificios de ladrillo que parecen más bien la salida de una fábrica de cerveza que las de una calle del viejo Núremberg, aunque el efecto atardecer y luego anochecer está bien logrado.
Lo mejor escénicamente es el acto tercero. El taller de Sachs es muy sencillo pero tan grande y austero, da el pego como vieja casa artesana. También se dice que el cuadro segundo es lo mejor de la producción y de la carrera de Wolfgang. Un árbol francón domina la escena, con una verde pradera y un cielo azul claro y los habitantes de Núremberg disfrutando del espléndido día de verbena, algunos sentados en mesas taberneras y otros bailando danzas alegres. La acción aquí se torna más natural e incluso el propio Wolfgang aparece al final y saludando a Sachs y Beckmesser.
En el plano actoral, los solistas tienen el físico para el rol: Walther y Eva parecen jóvenes y se comportan con ese fulgor, Sachs es un robusto hombre en sus cuarenta años. Beckmesser, es un hombre furioso y antipático , sin parecer muy bufo.
En cuanto a lo musical, Horst Stein dirige acompañando a los solistas, pero con momentos de agilidad (aunque admito que me he saltado las oberturas, es mucho tiempo). Bernd Weikl es un buen Sachs pero no deslumbra ni emana la sabiduría de un Hotter o un Schöffler. Hermann Prey nuestra su experiencia como liederista en las canciones de Beckmesser. La canción del tercer acto es cantada con una belleza poco usual, y eso que vamos a presenciar algo muy cómico.
Siegfried Jerusalem está aquí en un estado formidable, aunque su estilo ya lo conozcamos, que cuando se va muy al agudo la voz se hace algo gutural. Aún así su personalidad y el ímpetu de su personaje impresionan. Manfred Schenk es un Pogner correcto para mi gusto. Las sorpresas más agradables han sido Jef Vermeersch como un excelente Kothner y Matthias Hölle como un sereno de voz gigante.
Mari Anne Haggänder es una Eva correcta, Marga Schiml y Graham Clark son unos excelentes David y Magdalena. El coro como siempre excelente.
Continuamos esta reseña con su Tannhäuser, que estrenó en 1985 y que fue grabado en 1989. La producción se mantuvo diez años en cartel y fue dirigida primero por Giuseppe Sinopoli y luego por Donald Runnicles.
Era la única ópera que hasta el momento Wolfgang no había representado en la colina verde. En los años 80, el "Nuevo Bayreuth" había pasado a la historia, pero el nieto del maestro optó por este estilo para su nueva producción. Comparada con las suyas de los años 50, y no digamos con las de su famoso hermano, la producción es bastante modesta. Y sin embargo, es el mejor ejemplo visual (en color, de buena calidad de imagen) que tenemos de esta forma de interpretar a Wagner.
Personalmente, he de decir que la producción me ha gustado. No sé si por curiosidad histórica, o por ver una sinceridad mayor que en el mediocre naturalismo de sus Maestros de 1981. La sencillez característica de este estilo también se puede convertir en algo aburrido, pero en vivo debió de ser un espectáculo ligeramente agradable a la vista.
La obertura (sorprendentemente cortada a la mitad) representa a los peregrinos deambular por el escenario, para luego trasladarnos al Venusberg. El escenario es una plataforma giratoria circular del que emergen unos escalones hasta llegar a una plataforma. Aquí se realizará casi todo el drama. En la escena del Venusberg aparecen unos bailarines en trajes azul y rojo realizando una modesta coreografía para la bacanal, y en la plataforma descansan mientras tanto Venus y Tannhäuser mientras al fondo del escenario hay una luz rosácea. Para mí, el logro está en el escenario para la segunda escena del primer acto y para todo el tercero. Una enorme cortina iluminada de verde (aunque rasgada y dejando ver el fondo vacío detŕas) hace las veces de bosque y en la plataforma hay una estatua de la Virgen María; una imagen deudora del bosque de Wieland para Parsifal. No obstante, hay un error a señalar, como el que al iniciarse el canto del pastorcillo, Tannhäuser está demasiado cerca de él. Yo le habría puesto a cierta distancia.
El segundo acto es un templete dorado y con sillas de madera modestas haciendo un círculo entorno al trono del Landgrave y enfrente del mismo, la silla de Elisabeth. El fondo del escenario, iluminado de azul.
El vestuario es muy sencillo, aunque clásico para lo que se hacía en los 80 en Bayreuth. Incluso hoy en todo el mundo, aunque no llega a lo elaborado de la producción del Met de aquellos años. Elisabeth, por ejemplo, lleva un vestido azul idéntico al manto de la estatua de la virgen en el primer acto. Los colores de los invitados son en tonos blanco y plateado, que contrastan con el azul de Tannhäuser. Wolfgang recupera también el arpa para los cantores, de modo que en su estilo minimalista la producción se mantiene fiel.
La dirección de actores presenta una cierta economía de movimientos, al parecer marca de la casa en las producciones de Wolfgang. Por ejemplo, en el acto tercero Wolfram y Elisabeth se miran demasiado tiempo antes de desaparecer ésta, o Tannhäuser y Elisabeth tampoco se caracterizan por su dinamismo. Cierto es que muy lograda está la caracterización del protagonista en el tercer acto, apareciendo desaliñado y tétrico.
¿Un mediocre Nuevo Bayreuth? ¿una puesta en escena clásica? Yo la veo más bien como una digna y disfrutable producción, un canto del cisne de un estilo que forma parte de la historia, aunque los resultados tampoco rayen lo excelso.
Giuseppe Sinopoli dirige una versión con encanto, aunque a veces es demasiado lenta para mi gusto. Lo que no entiendo es que la obertura se corte a la mitad y enlace con el Venusberg directamente, más aún cuando en las grabaciones radiofónicas sí que se ejecuta completa. Dirigir a la orquesta opulenta del festival hace bastante. Los clarinetes de la obertura, las cuerdas en el preludio del acto tercero, el viento metal en el final del primer acto, el final conmovedor... ese sonido bayreuthiano que lo sumerge a uno en el drama. Por no hablar del coro igualmente maestro, excelso en todas sus interpretaciones.
La estrella del equipo vocal es
Cheryl Studer. Aquí la encontramos en la cima de su carrera, con una voz dramática y a la vez lírica. El
Dich Teure Halle es muy bueno, y las líneas
Aus mir entfloh der Frieden, die Freude zog aus dir las hace desde un pianissimo de gran belleza. No obstante, cuando al defender a su amado de las espadas de los caballeros, el agudo en
Haltet ein! le sale desafortunadamente muy gritado. Pero en la oración vuelve a dar una gran interpretación.
Wolfgang Brendel es un notable Wolfram, aunque la elegancia que desprende parece imitar no pocas veces a Fischer-Dieskau. Su mejor momento, en mi opinión, está en las canciones del acto segundo, pero en conjunto es más que digno.
Hans Sotin hace un buen Landgrave, pero tampoco para enmarcar. La Venus de
Ruthild Engert-Ely es más propia de una digna comprimaria que la de un personaje principal (y creo que Venus no es poco relevante en la trama pese a ser un papel corto, ahí están Grace Bumbry o Waltraud Meier para demostrarlo) y el resto de personajes cumple aseadamente con sus partes.
Para el final me dejo a
Richard Versalle como Tannhäuser. Este tenor debió de conocer un momento de gloria efímero, e incluso fue el Tristan de la Isolde de Caballé. Pero aquí la interpretación es generalmente mediocre. Cuanto más vaya al agudo más tira al gallo la voz. El centro parece ser más soportable, pero aquí ya está el estilo cacofónico y cacareante de los heldentenores que sufrimos hoy en día. Aunque tampoco su porte sea el de un protagonista deseado en Bayreuth: no me gusta referirlo (porque sigo creyendo que el físico no debería ser tan importante en la ópera), pero su generoso físico y su cara de bonachón nos presenta un personaje tiernamente torpe; algo que contrasta con mi idea de Tannhäuser, que es un provocador con carisma y un hombre algo encantado de conocerse a sí mismo que pese a todo no olvida los ademanes caballerescos. Basta con ver sus gestos retraídos al principio del torneo. Pero en su favor, hay que decir que a medida que se enfrenta a los caballeros en el torneo saca el lado más peleón del personaje y que en el acto tercero es completamente convincente.
La narración de Roma se deja oír bastante bien; y su aspecto desaliñado, unido a su timbre peculiar nos despierta compasión y terror.
En definitiva, un Tannhäuser disfrutable, aunque hay que bajar un poco el listón teniendo en cuenta otras versiones magistrales como la de Götz Friedrich que la precedió.
Y terminamos con el segundo cuadro del Acto final de
Los Maestros Cantores que estrenó en 1996 y que se filmaron en 1999. Fue la última producción de Wolfgang en Bayreuth. En esta ocasión la puesta en escena seguía la misma línea conservadora. Ahora los decorados se proyectan sobre una pantalla gigante dividida en muchas partes. Para la fiesta de San Juan vemos en los monitores un bosque (¿quizá una evocación del árbol franconio de su anterior trabajo?) por cuyas hojas se cuela la luz del sol. Sobre la escena se levantan unas cuantas gradas donde estará el coro sentado mientras pasan el cuerpo de baile y los maestros (esta vez con un vestuario más fiel y más rico)
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Sin embargo pese a su belleza me parece veces un poco artificial. Al final, un estandarte de un maestro cantor es mostrado al coro que exalta al arte alemán, y Sachs deposita sobre él su corona de laurel delante de Beckmesser, como si le dijera que el verdadero ganador es el arte alemán. En lo musical, Daniel Barenboim dirige muy bien la orquesta aunque sus Maestros al parecer no tuvieron tan buenas críticas. El reparto es en general bastante aceptable, con un Peter Seiffert excelente como Stolzing, y unos dignos Robert Holl como Sachs y Andreas Schmidt como Beckmesser.
Los trabajos de Wolfgang quizá no puedan competir con los de su hermano o de algunos directores legendarios, pero creo que en la actualidad podemos disfrutarlos, no sólo en la belleza de su vestuario o ambientación (que no bastan solamente para una buena puesta en escena de ópera) sino también para meternos en la historia tal cual fue escrita, sin exprimirnos demasiado la cabeza. E incluso para los que se incian en la ópera, ya que esos Maestros de 1984 fueron la primera imagen que vi de una representación de esa obra. Quizá por eso siempre haya defendido un poco su obra, porque si se mira bien hay elementos rescatables que nos hacen disfrutar de las óperas de su abuelo en la época en la que fueron concebidas.