Hoy, 2 de agosto de 2021, se cumplen 100 años desde su muerte en Nápoles, con tan solo 48 años, y no podía dejar pasar la fecha sin recordar al que considero el más grande tenor que haya existido nunca.
Para mí, wagneriano perdido, Caruso es por el contrario mi cantante favorito. Cuando tenía 12 años, leí en un álbum de fotos coleccionables de historia, publicadas por el diario ABC, dos notas relativas a su vida: una efeméride relativa a sus primeros discos en 1902, y otra que mencionaba su muerte diecinueve años más tarde. Me impresionó ese señor tan elegante, de imponente figura. En el verano del año 2000, escuché por primera vez en la extinta emisora Sinfo Radio su versión del O Paradiso de L'Africaine, de Meyerbeer. Al poco tiempo me compré por 100 ó 200 pesetas un casette con algunas arias. Y al escuchar de nuevo ese O Paradiso me enamoré definitivamente de aquella poderosa, dramática, heroica voz, con las interpretaciones más entregadas que haya podido escuchar nunca. Y desde entonces, siempre que le oigo, termino con un nudo en la garganta.
Caruso, gracias a la comercialización de sus grabaciones, disfrutó de una fama sin precedentes. Fue el rey de la música durante los dos primeros decenios del siglo XX. Y en todos los teatros del mundo se le solicitaba, incluso en Sudamérica pagándose cantidades astronómicas por verlo. En Italia era una figura de orgullo nacional. Incluso para muchos sigue siendo el tenor más famoso de la historia, y será por glorias líricas que nos ha dado el siglo XX.
Así veía Caruso la clave de su éxito :
"Un pecho grande, una boca grande, el 90 por ciento de memoria, 10 por ciento de inteligencia, mucho trabajo duro, y algo en el corazón. "
Fue la voz de Caruso una voz de tenor lírico-spinto. Una voz como la suya fue adecuadísima al nuevo estilo llamado "verismo", que se extendía, tomando influencias como ya sabemos, wagnerianas o verdianas. En sus grabaciones apreciamos una voz potente, enérgica, si bien con un estilo que pese a crear escuela no siempre fue el más adecuado, lo hizo por un modo de cantar que se hacía con el alma, con la pasión, con el temperamento de un hombre del pueblo, que vivía el drama con todos los átomos de su ser. Con gran pasión italiana en general, y napolitana en particular, pero por que no, también neoyorquina, porque una de las muchas cosas que Caruso fue pasaba por ser alguien cosmopolita. Desde sus primeras grabaciones en 1902, hasta sus últimas en 1920, asistimos a la evolución de un joven tenor spinto, aún con un sonido agudo, que ya daba muestras de un timbre oscuro, hasta el de un egregio tenor con un timbre baritonal, si bien no tan ágil, pero aún en una excelente situación vocal. Lo que escuchamos de Caruso nos demuestra que debía tener unos señores pulmones, una técnica increíble, un timbre dramático, un canto que aunaba la escuela de canto de finales del siglo XIX, con la pasión de la nuevo estilo musical llamado verismo, tan opulento, tan visceral y al mismo tiempo tan italiano, y todo ello también con la pasión italiana antes mencionada.
Para recordarlo, no se me ocurre mejor forma que escuchar algunas de sus más bellas grabaciones. Posiblemente me falten muchas importantes por elegir, ya que todo lo cantaba tan bien... y posiblemente sea esta una elección muy personal, pero también son una muestra de un arte irrepetible.
Nacido en 1873 en Nápoles, en el seno de una familia humilde, a los diez años forma parte del coro de su iglesia. Durante su adolescencia trabajó como mecánico, y en sus ratos libres cantaba canciones populares en calles y en cafés. A principios de la década de 1890 comienza su formación musical, con Guglielmo Vergine, y su debut tuvo lugar en 1895. Poco después estrenaría óperas como L'Arlesiana o Fedora. En 1900 cantó La Boheme en La Scala, bajo la dirección de Arturo Toscanini. En 1901 debutó en Nápoles, pero en su ciudad fue fríamente acogido. Tanto, que decidió no volver a cantar allí y desde 1902 no volvió a cantar en Italia. Su éxito lo cosecharía en el extranjero. Curiosamente, tampoco tuvo éxito en España: en Barcelona cantó dos funciones de Rigoletto en 1904, con una fría acogida.
En febrero de 1902, el productor Fred Gainsberg, viajó a Milán para realizar una sesión de grabaciones de un puñado de arias, con un joven y prometedor artista llamado Enrico Caruso, a quien había oído en la Scala , y que pronto viajaría a Londres para cantar con Nellie Melba. Hasta entonces, los grandes artistas no se tomaban en serio las grabaciones, incluso se reían de los productores, y las consideraban un mero juego de niños. Cuando Caruso grabó, se corrió la voz y poco a poco divos como Antonio Scotti, Emma Calvé o la histórica Adelina Patti se animaron. En aquella ocasión le acompañaba el pianista Salvatore Cottone. En esta grabación podemos apreciar ese timbre ya característico de él, tan baritonal y heroico, pero que aún conserva el agudo juvenil, incluso en otras grabaciones afalsetando con una gracia enorme, y cantando el aria como un susurro a la mujer amada, con una ternura incomparable. Ese legato tan imperecedero en él ya palabra fogliame, que aborda con una pasmosa agilidad para unir notas que ascienden gloriosamente. Y no hace sino mejorar a partir de "Che manchi? Ora conosco", para atacar con un agudo potente en "Ah, Manon". Y el excelente piano de Salvatore Cottone capta el pathos de lo onírico, íntimo del aria.
Del año 1904, cuando Caruso ya había debutado en Nueva York, convirtiéndose en el divo local, y donde haría el resto de sus grabaciones, he elegido dos grabaciones significativas de todo su catálogo. La primera de ellas, la famosa aria de tenor de Los Pescadores de Perlas, la grabó en Milán, en su última sesión de grabación en Europa, donde además grabó la Mattinata de Leoncavallo, la primera grabación escrita para ser grabada. En el aria de Bizet escuchamos un bellísimo registro agudo, alternando su timbre spinto con un falsete prodigioso al final. En cuanto a la famosa aria del Elisir, grabada en América y una de sus más conocidas interpretaciones. Si bien Caruso era un tenor cuya voz se asentó en el verismo, no quiere decir que no dominara el estilo belcantista, especialmente al inicio de su carrera, y aquí lo demuestra con su fraseo, la capacidad de hacer florituras con los agudos, de poder cantar en piano y desde ahí cantar con un legato excepcional, prolongando bellísimos agudos en pianissimo, y manteniéndolos como en la frase "si può morir", para terminar con su majestuoso volumen en "d'amor".
Empezamos su época de esplendor con tres grabaciones icónicas, la primera el famoso "Che Gelida Manina" donde sigue presente su timbre lírico, de sus primeros años, aún juvenil como en "Cercar che giova? Al buio non si trova" o "Aspetti signorina, le dirò con due parole", pero con su habitual tono dramático y oscuro, pero bien cantado y proyectado desde "In povertà mia lieta", hasta llegar a un primer gran agudo heroico en "L'anima ho millionaria", y cantando con un exquisito lirismo desde "Talor del mio forziere", dando una exhibición de legato, casi sin despeinarse. El gran agudo en "La speranza" es potente, aunque a veces no me parece tan bello como el de otros tenores, y aun así es un de las clásicas interpretaciones del aria, que termina con una bella floritura en "vi piaccia dir".
La otra es "M'appari tutt'amor", la traducción italiana del aria "Ach, so Fromm" de Martha, de Flotow. Caruso cantó poco repertorio alemán, y siempre en italiano. De Wagner solo cantó el Lohengrin en Buenos Aires en 1901, bajo la dirección de Toscanini. Martha la debutó en 1905 en el Met. En cualquier caso, su versión de la famosa aria de tenor es también una de sus conocidas. La empieza aún con mucho lirismo, aunque en "M'appari" tiene alguna nota en piano calada, que luego recupera para la segunda estrofa. Hay que adivinar la exquisitez, el cuidado estilo belcantista con la que los tenores italianos abordaban esta aria en esta época, que luego el propio Caruso elevaría con su peculiar tono heroico en la zona alta, para terminar cantando con arrebatadora pasión "Marta, Marta, tu sparisti", cerrando el aria con un apoteósico agudo. En 1932, la soprano Luisa Tetrazzini, colega y amiga de Caruso, cantaría el aria a dúo junto a esta grabación, en un conmovedor vídeo, donde se ve a la diva muy emocionada.
Caruso fue un excelente intérprete de canción popular, y su fama se debe tanto a ellas como a sus más grandes arias: "O Sole mio", "Mattinata", "Santa Lucia", "Because", "Tu ca nun chiagne" y tantas otras canciones napolitanas, italianas, francesas y en lengua inglesa las abordó con la pasión del emigrante italiano que recordaba con nostalgia a su tierra. De todas, solo he elegido Ideale, de Tosti, por ser mi favorita en lengua italiana. Caruso la aborda con gallardía, con pasión, con una dicción exquisita, transmitiendo el torbellino de emociones de una persona enamorada, que canta a un ideal, que es el amor que la supera. Esta conmovedora interpretación la cierra con un agudo potente y bellísimo en la palabra final "torna", que no se suele dar.
Caruso como Canio, en la ópera "I Pagliacci".
Canio es un punto y aparte en la carrera de Caruso. Aunque solo haya grabado dos arias, son una de las cumbres de la interpretación del verismo. Caruso, como nadie en su época, supo transmitir todo su sufrimiento, toda su esencia de hombre del pueblo, a este personaje que está hecho a su medida. Icónicas son sus fotografías caracterizado del payaso Canio, y su versión de Vesti la Giubba de 1907 es uno de los clásicos de la música grabada. Fue el primer disco que vendió un millón de copias, y trascendió su fama fuera del mundo operístico. Y es que el Vesti la Giubba, cantado con ese heroísmo, esa voz con un timbre baritonal capaz de llegar al agudo brillante, su legato, esa pronunciación que derrocha teatralidad, ese despecho en "sei tu forse un uom'?" y la ya icónica risa y sobretodo el inmortal "Ridi, pagliaccio, sul tuo amore infranto", con una voz que parece expandirse y transmitir el patetismo del aria, terminando con una desgarrador "ridi del duol che t'avvelena il cor". En 1910 grabó la otra gran escena del personaje, "No, pagliaccio non son", donde se convierte en la viva imagen de la ira en "a lavar l'onta o maledetta", para continuar con una conmovedora interpretación desde " Sperai tanto il delirio accecato m'avveva", con unos brillantes agudos, aunque ya en "tu misera, non hai" se aprecia una guturalidad que marca el inicio de la etapa de madurez del tenor. Aún así, jamás se ha vuelto a cantar con tanto dolor "Va non merti il mio duol, o meretrice abbietta". Ciento once años después, esta interpretación no ha sido superada.
Un Caruso ya maduro grabaría su última y más completa versión del famoso Celeste Aida, incluyendo el recitativo "Se quel guerrier io fossi". Aunque la voz ya se hacía cada vez más oscura, y el canto un poco más gutural, la técnica, el legato, la opulencia y el timbre heroico seguían ahí. en "nel patrio suol", donde aún emite un agudo de timbre juvenil, para elevarlo luego a una potencia heroica en "ergerti un trono vicino al sol", continuando desde un agudo en piano y en crescendo "o Celeste Aida", cantando toda la segunda estrofa con un legato magistral y una proyección, una firmeza magistrales, que llegan al clímax al final del aria.
No he podido resistirme a elegir el O Paradiso, que además es de sus grabaciones más famosas. Cada vez que lo oigo termino con un nudo en la garganta. No solo es capaz de imprimirle emoción, desde su voz verista, sino que domina el estilo decimonónico de esta obra, que desde un casi falsete hacia un potente agudo en "Tu m'appartieni" para continuar embargado, como lo debió de estar Vasco de Gama al llegar a la India, en "o nuovo mondo". Luego en "Nostro è questo terreno fecondo che l'Europa può tutta arrichir" se ennoblece, cantando con gallardía, desde la superioridad de un conquistador. El final es de arrancar lágrimas con el poderío vocal, cerrándolo con dos agudos bellos, emocionantes, potentes en "tu m'appartieni, a me, a me". Afortunadamente, podemos gozar de la escena completa ya que en 1920 grabó la continuación "Deh, ch'io ritorno", cantada con la misma socarronería, y sentido dramático, aunque la voz ya estaba totalmente madura, pero aún impresionante.
La interpretación del Addio Fiorito Asil de Madama Butterfly es una de las más sorprendentes de su catálogo. Puccini idolatraba a Caruso, y esucchando esto se entiende por qué. Pocas veces se ha representado el remordimiento del cobarde de Pinkerton, como en esta versión, tanto que parece creíble. No solo que la cante con el alma, con unos agudos potentes, ya con su timbre oscuro, dramático, empezando la madurez, pero con un canto que sorprende por su opulencia, y la emoción desprendida. El final es desgarrador, con un "Ah, son vil"que estremece. Y le acompaña su amigo y compañero de reparto en muchas funciones, Antonio Scotti, como Sharpless.
De su etapa final, he elegido dos grabaciones, ambas de repertorio. En 1917, Caruso seguía cantando sus roles de repertorio, aunque la voz había madurado ya mucho, y el tenor lírico que podía adivinarse en sus primeros años había dado paso a un dramático en todo el sentido de la palabra. Incluso a punto estuvo de cantar Otello, pero lo dejó en el último momento. Y con todo, nos dejó grandes grabaciones del mismo. Además de arias, grabó grandes conjuntos, entre ellos el cuarteto del tercer acto de Rigoletto, que grabó hasta tres veces. Esta de 1917 es la última, acompañado de los también míticos Amelita Galli-Curci y Giuseppe De Luca, y de la mezzosoprano Flora Perini. Aquí, Caruso, desprovisto ya de ese tono juvenil, recurre a la expresividad y al canto con el alma para seguir elevando al oyente, y lo logra con un canto opulento, con un legato aún presente, en como asciende en la palabra "palpitar" hasta un poderoso agudo, si bien ya en el cuarteto se anuncia un canto que recurre más a las tablas, a la experiencia y el sentimiento, que a la tesitura del rol. Con todo, una grabación histórica y de alto nivel.
Caruso y Rosa Ponselle en La Juive. Nueva York, 1919.
Por último, cerramos este homenaje con su inmortal grabación del aria La juive, de Halévy, el último personaje que debutó, en 1919, junto a la gran Rosa Ponselle. Al parecer, Caruso se preparó concienzudamente para el personaje, tanto en lo vocal como en lo actoral. La propia Ponselle dijo "es la mejor interpretación jamás hecha. No he visto algo igual, ni lo veré". Caruso estudió a los grandes cantores de sinagoga, muchos de ellos excelentes tenores, para su caracterización del judío Eléazar. También fue el último personaje que cantó en escena, el 24 de diciembre de 1920, que sería su última actuación, ya aquejado por la enfermedad que se lo llevaría tan solo unos meses después. En septiembte de ese mismo año, realizó su última sesión de grabaciones, entre los que se encuentra esta aria. Y con ella, como si se intuyera que le quedaba poco tiempo de vida en el mundo, dio una de sus últimas grandes interpretaciones en disco.
Aunque se dice que no llegaron a verle en decadencia, lo cierto es que en 1920 la voz de Caruso aquejaba ya cierto declive, pasando de un refinado canto en los inicios de su carrera, a un canto más visceral, más desgastado. No obstante, la personalidad seguía incólume. Su Éléazar es un pater familias al que ha tratado mal la vida, y su madurez vocal, en un momento tan importante como en el aria, se ajusta al dolor y al dilema que vive este hombre que se debate entre salvar o dejar que su hija adoptiva muera como judía, cuando en realidad es cristiana. Y todo este dramatismo se advierte en el aria, que Caruso canta con el alma. La dicción francesa es apreciable, y el canto se vuelve desgarrador en "Je suis jeune et je tiens à la vie", aunque aparece un poco fatigado en "Ô mon père, ô mon père, épargnez votre enfant!", pero aún así con el agudo impresionante. La autoridad, aunque también el timbre ya más grave, y el legato en "c'est moi qui te livre au bourreau" es tan desbordante como la del personaje. De nuevo una exhibición de tonos en la repetición final, desde un primer "moi" totalmente de ultratumba, hasta el tercero y último con un agudo impresionante, para cerrarla con una trágica interpretación de la última frase "qui te livre au bourreau".
El malsano hábito de fumar de Caruso, su apretadísima agenda, su vida sedentario y por ello su agitado tren de vida, propiciaron que su salud declinara a finales de 1920. Desde que una tos en el verano de ese año se agravara derivando en dolores pulmonares, sangrado por la boca, una tos prolongada llamada neuralgia intercostal, forzando su temporal, nadie podía saberlo entonces, retirada con esa Juive en la navidad. En Febrero de 1921, tras una operación, experimentó una mejoría y marchó de viaje a Italia con su nueva esposa, Dorothy, y su pequeña hija Gloria. Al llegar a Nápoles, volvieron las complicaciones, falleciendo finalmente a causa de una pleuresía el 2 de agosto de 1921, con tan solo 48 años. Su muerte fue declarada como luto nacional, toda Nápoles cerró en señal de duelo, y tuvo un funeral con honores de la realeza.
Caruso en Sorrento, Nápoles, 1921.
El mundo de la ópera quedó en un estado de consternación tal, y Nueva York tardó en recuperarse de la pérdida de su divo. Todos los que actuaron con él, los que lo vieron, recordarían por el resto de sus vidas la grandeza de su arte, y lo transmitirían a las nuevas generaciones. Caruso hizo también mucho por la industria discográfica, que le consagró, y a la que consolidó, haciendo que todos los grandes artistas de la música se animasen en adelante. El haber muerto tan joven ha privado a sus admiradores de haber llegado a hacer grabaciones con el sistema eléctrico, que habrían captado mejor su voz. Quién sabe si no hubiera estrenado Turandot, en 1926, y habernos dejado una icónica grabación del Nessun Dorma, aunque creo sinceramente que le habría tocado ya en el ocaso de su carrera.
Enrico Caruso fue en vida, y sigue siendo tras su muerte, una de las grandes leyendas de la ópera, uno de esos artistas que lo dio todo en sus grabaciones y actuaciones. Su carisma fue más allá de su actividad musical, y fue el icono de todo un país, Italia, a principios del siglo pasado, cuando sus habitantes emigraban para una mejor calidad de vida. Muchos grandes y legendarios tenores evitaban compararse con él, porque temían salir perdiendo. Cien años después de su muerte, todos los aficionados a la ópera nos hemos topado con su figura, y mientras exista alguien que ame la ópera, le guste o no, tendrá a Caruso como referencia, y su memoria vivirá.
Y como decía Hugh Griffith en el libreto del último volumen de la integral de Caruso en el sello Naxos: "(...) Caruso lo había hecho ya todo. Hora de dejar la escena: veamos si los que vienen después pueden hacerlo mejor".
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