De Giulio Cesare in Egitto se ha dicho que es la mejor y la más representativa obra del género de opera seria, obras de larga duración, argumentos de héroes antiguos y lugares mitológicos, con bella música y arias de un virtuosismo musical extremo, del que eran capaces los castrati para los que se componían. En una época donde la ópera era un lugar de exhibición social, el público callaba cuando una bella aria sonaba. De su autor Georg Friedrich Händel, se sabe que es uno de los músicos más importantes de la historia: El Mesías, la Música acuática, la Música para fuegos artificiales o sus conciertos forman parte de la música que se escucha habitualmente en Occidente. Pero su obra operística quedó olvidada poco después de su muerte, tan pronto como los gustos cambiaron. No sería hasta el siglo XX (aunque hubo algunos números exhibidos en el romanticismo, principalmente traducidos al inglés, y otros como los célebres Largo y Lascia ch'io pianga fueron incorporados al repertorio de grandes cantantes) cuando su obra viviría una resurrección, si bien con interpretaciones muy alteradas, con bajos y tenores en roles masculinos. No sería hasta los años setenta, cuando veríamos interpretaciones cada vez más aproximadas, y hasta los años ochenta cuando el historicismo se asentó definitvivamente en el la interpretación barroca, aunque hasta su espléndida y celebrada forma actual aún tardaría mucho más. Hoy no se interpretaría a Haendel como en los años noventa.
Hoy en día las óperas de Händel son parte del repertorio operístico internacional de pleno derecho, tanto interpretados con las orquestas del teatro como con orquestas historicistas. Y éstas hacen giras por toda Europa interpretando las grandes óperas del barroco con un criterio lo más parecido posible a lo que se escuchó en su época, además de presentar las obras completas, ya que en los teatros de ópera aún suelen aparecer con cortes. Por eso, vivimos un esplendor del canto barroco, el único género operístico que hoy en día vive una edad de oro.
En cuanto a Giulio Cesare, en Madrid ha tenido varias producciones: en los 80 Montserrat Caballé la cantó en el Teatro de la Zarzuela, en 2002 tuvo su presentación en el Teatro Real con Jennifer Larmore y María Bayo dirigidos por Rinaldo Alessandrini y puesta en escena de Luca Ronconi, y la última vez en 2008 en el Auditorio Nacional, en versión concierto, con una gira de la Freiburger Barockorchester a cargo de René Jacobs, quien posiblemente sea el mejor intérprete de esta obra. Para un servidor, se pudo cumplir un sueño de casi dos décadas con esta nueva presentación, ya que, como muchos en la función de hoy, no estuvo en las gloriosas funciones del Teatro Real en 2002.
En el regreso de esta obra maestra al Auditorio Nacional, en el magnífico ciclo de Universo Barroco, es en esta ocasión el conjunto La Cetra Barockorchester Basel, dirigida por Andrea Marcon, quien nos presenta ahora la versión de 1725, sin los personajes de Nireno y Curio, y con Sesto interpretado por un tenor. Y el resultado ha sido una tarde memorable, con un final de absoluto triunfo, que ha ido de menos a más.
La orquesta empezó algo quizá tímida, pero rápidamente entró en calor hasta llegar a un sonido brillante en todos los instrumentos. La dirección de Marcon ha sido vibrante, que desbordaba energía y agilidad, completamente apasionada. En el Va Tacito, la escena del parnaso de Cleopatra en el segundo acto, o las cuerdas en el L'angue offeso, rebosantes de drama y angustia, y al mismo tiempo de pasmosa rapidez barroca, o en el glorioso final, con unas trompas espectaculares (cuyo solista fue ovacionado al final del primer acto) o el solo de violín en el Se in florito del segundo acto, que emocionó al público. La partitura de Haendel transmite con la belleza propia de su época, los tormentos y conflictos de César, Cleopatra, Cornelia y Sesto, así como el frenesí y la perversidad de Tolomeo, y el vigor y la brutalidad de Achilla, con un trasfondo de intriga política, en un ambiente de bellas, íntimas y también majestuosas melodías y arias. Y de todo esto se hizo eco La Cetra en una interpretación electrizante.
El rol protagonista estuvo a cargo de Carlo Vistoli, contratenor italiano, quien sorprendió con su impresionante coloratura y su voz de contralto, con unos graves más cercanos a su voz natural. Estuvo magnífico en el Va Tacito e Nascosto y en el Al lampo dell'armi.
Emöke Baráth fue la gran triunfadora de la noche con su estupenda Cleopatra, con un timbre más dramático que ligero, pero capaz de una coloratura increíble, además de un agudo bellísimo, cristalino. Memorable en sus dos grandes momentos, un Se Pietà cantado con exquisitez y un Piangerò la sorte mia abordado de manera sensible, tierna, que transmite la vulnerabilidad de la reina egipcia.
Ambos protagonistas dieron una bellísima, con una pasmosa coloratura, y entregada versión de su dueto final Caro, Bella y en la última escena con el coro que cierra la obra.
Beth Taylor fue una gran Cornelia, con un grave tremendo y una voz, junto a la de Bárath, que se hacía oír en toda la sala, que es un reto para las voces, que sonó como toda una contralto. Ya en el Priva son d'ogni conforto dio muestras de un canto sensible y una bella voz, que se marcó un pianissimo en el final del aria Deh Piangete o mesti lumi que quedará para el recuerdo.
Carlos Mena interpretó al villano Tolomeo. El contratenor español sigue en forma, regalándonos una excelente interpretación, con un dominio de la coloratura y del grave, en el Si spietata del segundo acto y en su aria del tercer acto, Domerò la tua fierezza, donde en la línea final "umiliata ti vedrò" dio un grave que a poco le faltó de ser de ultratumba. Su timbre cálido y de contralto es ideal para la perversidad e impulsividad del personaje.
En esta versión, Sesto es interpretado por un tenor, y Juan Sancho fue el encargado de interpretarlo esta noche. Con una voz agradable de tenor ligero, especializado en el barroco, que aborda bien la coloratura, especialmente en su aria final del segundo acto, Scorta siate a' passi miei. También destacó en su aria del tercer acto Sperai né m'ingannai.
José Antonio López fue un Achilla de gran voz, aunque un tanto discreto. Se entregó no obstante en su estupenda aria final, Dal fulgor di questa spada, para la que pareció reservarse, cantando a pleno rendimiento, sorteando la difícil coloratura que tiene en este número su personaje.
El concierto terminó con un nivel excelso en la gran escena final, y con una sensación de triunfo por parte de orquesta y solistas, el espectáculo fue recibido con una enorme ovación, muestra de lo mucho que disfrutó el público (algo por otro lado habitual en Universo Barroco, dada la gran categoría de los artistas que vienen). Händel, como el César, vino, vio y venció haciendo las delicias de los madrileños con la más grande de sus óperas, más aún cuando ha estado tan bien servida.
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