Qué ganas tenía de volver a ver en vivo La Bohème. Doce años llevaba sin poder ver una función de esta maravillosa y conmovedora ópera del maestro Puccini. Una neumonía me impidió verla en enero en el Real, pese a tener una entrada desde hacía meses. Me quedé con la espinita, pese a que después de ver el vídeo de la función emitida por Facebook sentí que no me había perdido gran cosa.
Por eso en cuanto supe que la cita operística anual de la Orquesta Filarmonía de Madrid en el Auditorio Nacional sería la Bohème, pensé que tenía una oportunidad para ver esta obra.
Se trataba de una versión semiescenificada a cargo de Jesús Peñas, pero en honor a la verdad ha sido una auténtica función de ópera porque la Orquesta estaba situada debajo de los cantantes, aunque significó que varias veces fueran tapados. Había utensilios y un coqueto pero sencillo vestuario a cargo de Paz Volpini, que nos situaba en la historia. En el segundo acto hubo un batiburrillo de actores y funambulistas que intentaban hacernos imaginar el Café Momus.
Pascual Osa dirigió a la orquesta. Los tempos tenían alguna irregularidad y el sonido quizá podría refinarse un poco más. Fuera de eso, el maestro concertaba a las voces. Hubo cortes al principio de los actos tercero y cuarto, supongo que por agilizar la duración de la función ya que empezaba bastante tarde.
Los coros no actuaban sino que estaban en sus bancos mientras en escena les daban vida un grupo de actores. Y lo mismo el coro infantil.
El principal reclamo aquí era la Mimí de Montserrat Martí. Nunca antes la había escuchado en un rol de enjundia. Hay que decir que probablemente fuera la más experimentada de todos. Y hay que decir también que escénicamente tiene presencia y su aportación actoral es intachable: muy tierna en el tercer acto. Vocalmente, quizá tuviera la voz más grande de toda la plantilla. Hay momentos de belleza redondeados por su interpretación del personaje, pero también algunos manierismos heredados de su ilustre madre, como a la hora de afrontar el pianissimo en Mi chiamano Mimì. El agudo es poderoso, pero puede ser un poco estridente. Me sorprendió cómo éste podía engullirse a los solistas y a la orquesta.
Israel Lozano fue un Rodolfo de aceptable centro, pero tenía complicaciones si se iba por el agudo, lo que le pasó demasiada factura en el primer acto. Mucho mejor en el tercero y en el cuarto acto, donde se desempeñó decentemente en el Mimì tu più non torni.
Marta Estal fue Musetta y su vals fue aceptable. Enrique Sánchez como Marcello no estuvo mal pero en las altas zonas a veces era difícil oírle.
El veterano bajo Francisco Santiago fue la segunda gran voz de la noche después de Martí. Siempre que le he escuchado me ha sorprendido gratamente. Tiene una gran presencia escénica y su voz es bella. Nos dejó una bonita versión del aria de Colline del acto final.
La función se hizo amena gracias al empeño de la compañía por hacerla accesible (por ejemplo a la hora de vestir y hacer actuar a los solistas), pero para disfrutar no se puede venir a exigir un nivel como en el Real porque ocurrirá lo contrario.
Como curiosidad, cuando todos ya habían saludado y se habían ido, el coro infantil salió a escena y se puso en formación. Los que quedábamos les aplaudimos.
No quiero terminar esta crónica sin dejar de referirme al pésimo comportamiento de parte del público de esta noche. Al menos en la zona de Anfiteatro la gente se ponía a hablar incluso en momentos clave como la muerte de Mimí. Tengo la impresión de que iban a la ópera como si fueran al cine de barrio. ¿Cómo puede disfrutarse así de la musica? Sin comentarios. Pese a todo, me gusta la iniciativa de esta formación musical de acercar la ópera al gran público a precios asequibles.
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