lunes, 29 de agosto de 2022

Madrid despide el verano con Carl Orff: Carmina Burana en el Retiro



Carmina Burana es una de esas obras conocidas y repetidas hasta la saciedad no solo en televisión, sino en salas de conciertos, por múltiples orquestas de diverso renombre, en auditorios de todo el mundo (aunque su estreno fue escenificado). Pero lo que muchos pasan por alto, o directamente ni saben es la época en que esta innegable obra maestra se creó, y que es un inevitable producto de la época más odiada de la era moderna: la Alemania nazi.


Cuando Carl Orff, musicólogo (quien tuvo un papel preponderante en la musicopedadogía moderna) y especialista en música antigua, estrenó su obra magna en 1937, los nazis llevaban cuatro años en el poder, y entre sus criminales políticas estaba la censura de la música, y de esta manera, la eliminación de toda la vanguardia musical, a la que acusaban de "judía, bolchevique" y sobre todo "degenerada", imponiendo una estética de corte conservador, nacionalista, y a la fuerza rimbombante en muchos casos, ya que el fin último era político, y por fuerza la nueva música debía ajustarse al "espíritu alemán", la creación "aria", que ahora era la  única permitida. Toda la vanguardia musical había quedado prohibida en Alemania: la Segunda escuela de Viena que era atonal, dodecafónica y serialista, de Schönberg, Berg y Webern, o la modernidad de Bartok, Krenek, Stravinsky, Hindemith o la fuerza de la escuela rusa de Prokofiev, Shostakovich, por no hablar de los judíos como Korngold, Mahler, Schrecker o Weill. Si uno compara esta esta obra y la compara con las de todos los autores anteriores, puede resultar más conservadora, más melódica, incluso limitada comparada con las anteriores, a pesar de su belleza y su fuerza, valores que hoy entendemos de manera distinta que las entendían Hitler, Goebbels y los suyos. 



Aun así, esta obra despertó recelos al principio: a los críticos nazis no les gustaba el erotismo que desprendía, pero el régimen terminó aceptándola con entusiasmo. Carmina Burana (o Canciones de Beuron en latín), es una colección de cantos en latín y alemán antiguo que en la Edad Media escribían y cantaban los goliardos, clérigos fugados y vagabundos que al saber escribir, pudieron preservar sus creaciones al escribirlas. Poemas  que hablan del amor, de la sensualidad, de placeres tales como la lujuria y la gula, la naturaleza. Estos clérigos vividores celebraban la vida en sus composiciones. Orff las descubrió en la década de los años 20, y de toda la colección hizo una selección de 24 textos a los que puso música, entre ellos la archiconocida "O Fortuna", que abre y cierra la obra. A estos textos les añadió una orquestación rica, exuberante, espectacular, seductora, incluso pegadiza, y muy acorde con la celebración de la vida que hacían sus autores, además de complicadas partes vocales para los tres solistas: falsetes difíciles para el tenor y el barítono, además de una complicadísima tesitura aguda para la soprano. Todas estas cualidades la convierten en una de las obras más populares y celebradas del Siglo XX y desde luego la más importante que jamás se creara en el terrible Tercer Reich , aunque reducir Carmina Burana a esa nefasta época es algo tremendamente injusto, habida cuenta de su belleza, su complejidad, un reto para cualquier músico, y su fama merecida.



Para cerrar el verano, la edición 2022 de los Veranos de la Villa que se celebra cada  verano en Madrid, se cierra con un concierto en el que se interpreta esta obra al aire libre, en el Monumento al rey Alfonso XII del Estanque del  emblemático y turístico Parque del Retiro, obra del arquitecto Mariano Benlliure, cuyo 75 aniversario de su muerte se celebra este año. No lo hace, sin embargo, con una orquesta completa, sino en una redución para coro, pianos y percusión, a cargo del Coro Nacional de España, y del conjunto de música contemporánea Neopercusión, quien dio un inolvidable concierto dedicado a Stockhausen el pasado diciembre.



El Coro Nacional de España, bajo la dirección de Miguel Ángel García Cañamero, en una interpretación memorable, ha visto más resaltado su protagonismo, más si cabe, en una obra donde el coro es el protagonista, al estar desprovisto de una orquesta completa. Las potentes voces masculinas se hicieron notar a lo largo de toda la obra, tanto en la segunda y no tan conocida Fortune Piango Vulnera, como en los Miser, Miser de la canción del tenor. Las voces femeninas no se quedaron atrás, especialmente en Amor Volat Undique, parte que habitualmente hace un coro infantil, y en el resto de la obra estando a la altura de sus compañeros masculinos. 

El barítono Enrique Sánchez Ramos  quizá era un poco ligero al principio, pero tampoco se puede pedir una voz demasiado grave cuando tiene que cantar el Dies nox et omnia, donde tiene que alternar el falsete con graves profundos. 

El tenor Diego Blázquez Gómez sí logró una gran versión de la estremecedora canción Olim lacus colueram, con un falsete sobrecogedor. 

La soprano Margarita Rodríguez Martín tiene un timbre de lirico-ligera. Si bien en su primera intervención, la melancólica Amor Volat Undique, tuvo un inicio un tanto reservado, luego en la bella In Trutina y en la complicada Dulcissime logró sacar su parte adelante, pidiendo con los agudos y sobreagudos, que retumbaban en los altavoces. 


El conjunto Neopercusión, al mando de Juanjo Guillén, podría parecer un poco corto comparado con la gran orquesta que esta obra requiere, pero en este arreglo de percusión y dos pianos, ha conseguido dar vida tanto a la pasión y la opulencia de los coros, como el piano, con el estanque y la noche de fondo, transmitir los momentos de mayor ligereza de forma más intimista que una orquesta. 


Al acabar la obra, el coro se permitió un bis: un fragmento del Himno a la Alegría de la Novena Sinfonía de Beethoven. Tras lo cual, terminó el concierto, como la edición 2022 de los Veranos de la Villa. Ha habido, como en esta clase de eventos, choques, ruidos, la gente aplaudiendo al final de las canciones, incluso policías y gente del samur desfilando por delante del público en un momento tan indicado como el trágico Veris Lieta Faces. Se dice, yo no estuve en la zona, que mucha gente salió disparada porque a mitad de concierto se dispararon los aspersores de riego. También, que el alcalde de Madrid anunció en su cuenta de Twitter "un concierto de Carmina Burana", que nadie se podía perder. Mucha gente asumió que aludía a Carmina Burana no como una obra sino como a una persona, lo que la mofa quedó garantizada.

Pero nada ha impedido el disfrute de la obra, gracias a una ampliación buena y equilibrada.


¿Volverán así los grandes eventos al aire libre, donde los madrileños comulgan en masa con la música clásica, cuando antaño Daniel Barenboim y la West Eastern Divan Orchestra congregaban a las masas en la Plaza Mayor como cada verano? Ojalá sea así. 


lunes, 8 de agosto de 2022

A Netflix? original disturbing series: Götterdämmerung at the Bayreuth Festival.

Once again, I do feel honored to celebrate my blog's fifth anniversary, reviewing the yearly live streaming from the Bayreuth Festival, thanks to BR Klassik and 3sat, which take the magic of the Festspielhaus to millions of people worldwide, not always able to join the exclusive audience to attend a performance. This year, two new productions are premiered: Tristan und Isolde, which opened the festival, and the awaited new Ring, which was to be scheduled for 2020, but sadly the Covid-19 pandemic forced to cancel Bayreuth Festival for the first time in 69 years, after its 1951 re-opening. The Festival reprised its activity last year with a violent, radical performance of Der Fliegende Holländer (The Flying Dutchman), so because of the demanding nature of such an enterprise, the Ring was postponed for 2022. So, the telecast for this year has been Götterdämmerung, the final journey of the cycle. Nevertheless, Deutsche Grammophon is filming the complete cycle for a later pay-per-view release in their platform.

Many bets (Tatjana Gurbaca, Katharina Wagner herself for directing, and Riccardo Muti, Daniel Barenboim among others for conducting) were done for who would direct and conduct the 2020 new production, after the historical Castorf-Petrenko/Janowski one. But the result was a big surprise when it was announced that two unknown, young talents were commissioned: the then 30 (now 33) year-old Austrian director Valentin Schwarz and the Finnish conductor Pietari Inkinen would lead the new Ring. Inkinen conducted last year a semi-staged Walküre version as an advance. However, this production had to cope with many troubles: Pietari Inkinen, due to health reasons, had to leave and was replaced by Cornelius Meister, who had good reviews in the new Ring in Stuttgart. During the performances, troubles didn't stop: Tomasz Konieczny had an accident on stage while singing Wotan in Walküre so he had to be replaced in Act 3. And for this telecast, the scheduled Siegfried, Stephen Gould, had to retire for health reasons, so he has had to be replaced by Clay Hilley, who had a big success in this role in the Deutsche Oper Berlin last Fall.

A man of his time, Valentin Schwarz announced that he conceived the cycle as a Netflix series, with Rheingold as its pilot episode. Well, the Ring's duration is similar to one or two or even three seasons of a series in the famous TV streaming platform. While a watch of the complete cycle is needed, I can state that this is one of the most disturbing production of Wagner's Götterdämmerung I have ever seen from Bayreuth. From the pictures available on Instagram, we could get an idea of these TV-series aesthetics: a modern big house, vicious men dressed as in a Narco-series (Neflix's Narcos?), and extravagant, busty women. I cannot mention much more references as my Netflix culture is extremely low, compared to Mr. Schwarz's one, despite I am just two years his senior.

Götterdämmerung is the opera of death and resurrection. The destruction of the former order, the Ragnarok, and the birth a new world, without the greed, power and vicious schemes between gods, humans, dwarfs and creatures. A message of hope and redemption exploited by German nationalism until the wicked and evil extremes we know. And it is still used nowadays, with other obscure purposes by populist leaders and causes. Maybe for this reason, Schwarz delves into the most obscure, sordid emotions, conflicts, perversions and psychologies for his vision of this epic. And yet apart from the intended TV lenguage, the message seems not to be clear, unless we could get an idea when we have the opportunity to watch the complete cycle. Violence towards children is a matter which in occasions is necessary to be shown in cinema and television, because unfortunately it has always existed and still exists. However, when it appears on stage (and it did in plots like Reimann's Medea or Blanchard's Fire Shut up in my bones, here only suggested), in a plot which we known it is not mentioned, it becomes a harsh, disturbing and innecesary excruciating experience. And this is what happens to Siegfried's and Brünnhilde's daughter, according to this vision.

The curtain raises to show a big, furnished house, in which Brünnhilde is reading a fairytale to her child. Siegfried, the father, is watching the scene with a big sorry. When the child is alone and asleep, three horrendous creatures emerge from her and the other side beds: the Norns. The Prologue duet is an argue, because the main couple is splitting up and Siegfried leaves the home. The child has to witness her parents' divorce. Grane is an old servant who leaves Siegfried. In Act One, a white modern house show us the Gibichs as a new rich, vicious family, probably linked to drug-dealing, and a portrait of three ones in a safari over a dead zebra dominates the stage. Gunther is a thug, evil and stupid at the same time. Hagen seems to be more kind-hearted despite his toughness.  Probably, here we could see the first gay kiss in Bayreuth history, as Siegfried and Gunther kiss each other to seal their brotherhood. Waltraute appears as a mature woman, desfigured by surgeries. At the end, Gunther (actually Siegfried, disguised by the Tarnhelm, here a dirty, worn cap) gags and ties Siegfried's daughter into a chair while trying to submit Brünnhilde. 

Act Two shows us Hagen boxing alone, while Alberich appears, now old, wearing a brown leather jacket (an evocation of Rocky Balboa and Paulie?). Now the scene is void, using lighting and trasparences, creating an ominous effect. Siegfried appears with the child, and Gutrune. The poor child is now mistreated by the servants, with Hagen as the only kind person she will meet apart from her mother. The choir appears in a black habit, wearing a red mask portraying Wotan (a mixture of Star Wars' Palpatine and Kubrick's Eyes Wide shut?), in an ominous scene, with Hagen protecting the little girl. The scene with Brünnhilde confronting everyone and protecting her child is the most theatrical of them all.

Act Three is the most aesthetical. It opens in an empty, dirty pool representing the depth of the Rhine. Its daughters are three old prostitutes, watching the scene while Siegfried and his daughter try to fish into a small pond. At the bottom, a dusk landscape with the sun setting, in an orange tone. Hagen kills Siegfried with a razor, while the rest of characters watch in the upper zone of the pool. After a moving farewell scene between the hero and his daughter, Hagen escorts her kindly, very protecting to leave the pool while the Funeral March sounds. At the end, Brünnhilde appears to sing her scene, and everyone leave step by step the scene. The Rhinemaidens actually "kill" the child, by putting her the Wotan mask because she falls inmediately dead, while her mother is singing the Inmolation inside the pool. She kisses Grane's head (this servant was tortured in Act One, and now beheaded) and lies alongside her husband. Then, soon after Hagen is leaving the scene, the landscape disappears to show lots of fluorescent tubes, and in the pool the image of two twin fetuses embracing themselves is projected as the curtain falls. Are they the children bringing a new hope to mankind or are they just a new, horrifying experiment? Or is it the end of a TV-series, with lights turning off?

But even when many people was disappointed by what they saw on stage, they weren't dazzled by the musical part either.

Cornelius Meister, in the orchestra pit, didn't reach an uplifting rendition, but a rutinary one, with the orchestra as the saving vehicle, because of their glorious level and sound. But if tempi are sometimes slow, sometimes is somewhat fast, unfit in such moments like the Funeral March. Rather than spectacular, it was a conventional, accompaigning conducting instead, at least in this opera. He got a strong boo at the end. The chorus, however, was as glorious as usual, led by Eberhard Friedrich, specially the male voices in Act 2.

Irene Theorin sang a Brünnhilde which still sounds nicely, but her prime is largely past. Middle register is still beautiful, nice, but high notes start to be opened, and in Act 2 sometimes yelling. She saves the performance with her experience.

Clay Hilley, replacing Stephen Gould, was, however a great surprise. This young heldentenor has a, somewhat baritonal, somewhat youthful (in high notes and register specially) voice. Using, reserving his voice with intelligence, instead than wasting it as many tenors do, and his firm, well projected high notes make him one of the revelations of this season.

Albert Dohmen, is linked for the third time to a Bayreuth Ring: first as Wotan (in 2006-2010), later as Alberich (in 2015-2017), now he appears as Hagen. Not a proper role and tessitura for his fach, but his tone, his low register and his experienced singing and acting make him fit for the role, having a great success and being by far the best singer in this cast.

Michael Kupfer Radecky as Gunther was better acted than sung, but he sings well this role, despite not having the most beautiful voice. Elisabeth Teige is the best female voice with her beautifully sung, dark, dramatic-toned and rich-voiced Gutrune. Olafur Sigurdarson as Alberich seems a bit light-voiced for the part, but in his sinister scene in this opera, his singing is perfectly fit. Christa Mayer is a well sung and acted Waltraute, with that dark, somewhat contralto tone.

The rest of the cast sang in a good level, but more nice than breathtaking. Okka von der Damerau as the First Norn is more sweet than mystical despite singing well. Kelly God, on the other hand, gave a good rendition of the Third Norn. The beautiful and talented Stephanie Houtzeel reprises the role of Wellgunde after having sung it in the previous Bayreuth Ring, but the leading Rhinemaiden was Lea-ann Durbar as a shining Woglinde. We must mention the brave actors playing Grane and Siegfried's and Brünnhilde's daughte, because of all tricks the had to endure onstage.

As usual in Bayreuth, a big boo waited, from the complete audience, to the stage team, which had to receive in total quiteness a big disapproval. Schwarz seemed to have to keep a stiff upper lip, but his face was a complete poem. Meister and Theorin got also respective, strong boos. Ovations were for the orchestra, for Dohmen, Hilley and Mayer.

Bayreuth, as a werkstatt, an experimentation atelier, is a laboratory of staging trends, artistical and even political discussion for decades. In Germany, it is always in the national point of view every summer. Successful or not, Valentin Schwarz, Katharina Wagner, and even the booing audience have reached their goal: that we discuss about this production. And thanks to German television, the millions of people in the whole world can join this debate. Nothing could make Wagner happier. 

My reviews are not professional and express only my opinions. As a non English native speaker I apologise for any mistake.

Most of the photographs are from the internet and belong to its authors. My use of them is only cultural. If someone is uncomfortable with their use, just notify it to me.
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domingo, 7 de agosto de 2022

Una perturbadora producción wagneriana de ¿Netflix? : El Ocaso de los Dioses desde Bayreuth.

Una vez más, me honra celebrar el quinto año de mi blog (aunque fue realmente hace casi dos semanas), comentando el Festival de Bayreuth, que llega vía streaming por las cadenas de televisión alemanas BR Klassik y 3sat, gracias a las cuales nos lleva la magia desde la colina verde, a los que no podemos desplazarnos hasta allí. Este año, se estrenan nuevas producciones de Tristán e Isolda y  El Anillo del Nibelungo. De la tetralogía, se televisa El Ocaso de los Dioses, aunque se espera que Deutsche Grammophon retransmita en streaming de pago todo el ciclo.

Prevista para 2020, esta Tetralogía tuvo que posponerse hasta este verano debido al Covid-19,  que cerró el Festival de Bayreuth por primera vez en 69 años. En 2021 reabrió el Festival, pero se decidió posponer el Anillo, en parte por las precauciones ante una situación aún no normalizada del todo, y por la enorme preparación y el gran capital humano que requiere, con un inmenso reparto al que hay que preparar. Por eso mismo pusieron en marcha una nueva, vibrante y a la vez violenta producción de El Holandés Errante a cargo de Dimitri Tcherniakov. No obstante, no ha sido un camino de rosas para la producción. Por enfermedad, el director musical previsto, Pietari Inkinen, ha sido sustituido por Cornelius Meister, quien ya ha cosechado buenas críticas en el Anillo actualmente en el repertorio de la Ópera de Stuttgart. Quien sí continúa al frente es el director de escena previsto, Valentin Schwarz, de tan solo 33 años, cuyo anuncio como regista de esta nueva producción fue toda una sensación, por totamente inesperada y por su juventud.



Schwarz, como hombre de su generación, se plantea esta epopeya como un drama familiar que puede encontrarse en cualquier serie de Netflix. Ayuda a pensar en ello el que el ciclo es una tetralogía, de cuatro óperas,  como si fueran cuatro entregas enormes de una serie, cuya duración es perfectamente análoga a dos o más temporadas de cualquier ficción de la famosa plataforma. A falta de ver el ciclo completo, el Ocaso que se ha emitido por la televisión alemana nos ha dejado el que posiblemente sea el más perturbador de los Ocasos que se hayan filmado nunca en la colina verde.  Ya durante las fotos que nos han llegado por Instagram, nos hacíamos a la idea de una estética propia de una serie de televisión, aunque también bastante manida, de señores con trajes y vaqueros con actitud libidinosa, empleadas, y señoras de extravagante figura, propias de series de la famosa plataforma como "Narcos" o incluso de películas de Tarantino. No mencionaré más series porque no he visto muchas, y las que he visto aquí pueden ser erróneas. Mi cultura de Netflix debe de ser inferior a la del señor Schwarz.

En el Ocaso de los Dioses, todo termina para dar un nuevo comienzo. Una oportunidad para el mundo, sin la ambición de dioses, nibelungos y corruptos humanos. Un mensaje de redención y esperanza explotado por el nacionalismo alemán hasta el racismo más perverso, y que hoy en día sigue siendo recurrente, para igualmente turbios propósitos. Por eso mismo, quizá Schwarz se adentra en las más oscuras, sórdidas emociones, conflictos, perversiones y psicologías para su visión de la obra. Y sin embargo, no queda claro el mensaje, a falta de ver el ciclo completo como se ha dicho. Habitualmente, la violencia contra los niños es algo que en el cine, la televisión, es algo que no queda más remedio que mostrar en ocasiones, porque desgraciadamente ha existido y existe en la vida real. Incluso en la ópera puede ocurrir a veces cuando el argumento lo menciona (como en la Medea de Reimann o la reciente Fire Shut up in My Bones en el Met, donde solamente se sugiere), pero cuando no lo hace, y sabemos que no lo hace, verlo de repente en una producción como esta resulta una experiencia lacerantemente perturbadora. 

El telón se abre para mostrarnos una casa amueblada, burguesa, con dos camas, en la que Brunilda le lee un cuento a su hija antes de dormir. Sigfrido se encuentra cerca, apesadumbrado. Cuando la niña se duerme y se queda sola, de su cama y de la de al lado emergen tres criaturas monstruosas, con una máscara y garras verdes, que son las Nornas. El dúo de Sigfrido y Brunilda es una discusión de separación más que uno de amor. El héroe va a abandonar el hogar familiar, y la valquiria se muestra enfadada, suplicante. Grane es un anciano mayordomo que acompaña a Sigfrido. Sobrecogedor ver a la niña abrazarse a su padre, pero no será la única desgracia que le acontecerá. El primer acto muestra un cómodo y moderno salón, con los Gibichungos como unos  estrafalarios, turbios nuevos ricos, con una foto de los tres de safari sobre una pobre y cazada cebra. Ya es habitual mostrar a Gunther como un niño malcriado, pero aquí se ve que es el más malvado de todos, no por perverso sino por estúpido. Llama la atención que lleve una camiseta en inglés con brillantinas que dice "¿Quién carajo es Grane?" Hagen parece más bien propenso a hacerle el trabajo sucio. Por primera vez se muestra un beso homoerótico en el Festival, con Gunther y Siegfried besándose en la boca para sellar su hermandad. Gutrune es una drogadicta que viste modelos llamativos y extravagantes. Grane el mayordomo aparece torturado al final de la primera escena. Waltraute aparece como una señora mayor deformada por las cirugías. Pero llama la atención cómo Brunilda la expulsa con Nothung, la espada que esta vez no se llevó el héroe. Cuando aparece Gunther (realmente Sigfrido), se toma el atrevimiento de amordazar y atar a una silla a la niña y de intentar someter a Brunilda con asfixia. 

En el segundo acto, Hagen aparece preparándose para boxear en solitario, en un escenario de lonas transparentes, donde reinan el vacío y la iluminación. Alberich aparece, atormentando a su hijo, y boxeando con él. ¿Una alusión a Rocky y su amigo Paulie? Cuando se va, aparecen Gutrune (vestida de cuero) y Sigfrido con su hija, esta última maltratada por la servidumbre, a la que luego deja a Hagen, quien aparte de Brunilda es quien más amable es con ella, y la protege cuando aparecen los Gibichungos vestidos con hábito negro y capuchas rojas con el rostro de Wotan, una mezcla entre el Emperador Palpatine de Star Wars  y Eyes Wide Shut de Kubrick. La escena central, el enfrentamiento entre Brunilda y los demás es quizá el de mayor tensión dramática, además de un alivio para su pobre hija, pues mamá ha llegado.

El tercer acto es quizá el de mayor impacto visual, y el único que merece la pena estéticamente, con la salvedad del salón del prólogo. Una piscina vacía, sucia, que alude a un fondo del Rin seco, en la que Sigfrido y su hija han ido a pescar algún pececillo, cosa que la niña consigue, mientras las tres hijas del Rin, de nuevo caracterizadas como prostitutas avejentadas, advierten al héroe de lo que le ocurrirá. Al fondo, un paisaje al atardecer, mientras el resto de personajes observan la acción desde el borde. Hagen mata a Sigfrido con un cuchillo. Tras una conmovedora escena de despedida entre él y su hija (el aria final de Sigfrido), la niña, al ver que no reacciona su padre, es acompañada amablemente por Hagen a salir de la piscina. Al final, las hijas del Rin ponen la máscara de Wotan a la niña, y esta muere fulminada. Brunilda canta su escena en la piscina junto al cadáver de su marido, mientras besa la cabeza decapitada de Hagen, y luego se tumba a su lado para esperar la muerte. El paisaje desaparece, es sustituido por unas luces fluorescentes, mientras que en la piscina se proyectan a dos fetos, incluido el cordón umbilical, abrazados. ¿Son los niños que traerán la esperanza a la humanidad? ¿O todo ha sido un experimento de laboratorio? ¿O alude al final de un serie, cuando los focos se apagan?

Pero si a muchos el montaje les decepcionó, tampoco les ha entusiasmado lo que se escuchó.

Cornelius Meister en el foso no ha logrado tampoco una lectura que eleve, sino más bien una rutinaria, que se vale del gran sonido de la Orquesta del Festival de Bayreuth para salir adelante. Pero si los tempi son habitualmente lentos, la espectacularidad raramente está presente, y en un momento tan clave como la Marcha Fúnebre, hay más rapidez y brusquedad que solemnidad y contundencia. Y de hecho, se llevó un sonoro abucheo, pero tampoco fue el único. Como siempre, el Coro dirigido por Eberhard Friedrich se lleva la palma, con sus geniales voces masculinas.

Irene Theorin como Brunilda, ya tira más de tablas que de capacidad vocal para sacar adelante al personaje. La voz suena uniforme, y si bien el centro sigue sonando bien, los agudos ya tienden al grito, como en el acto segundo donde hay un momento en que llegan a romperse.

Clay Hilley, sustituyendo a Stephen Gould, ha sido en cambio una agradable sorpresa. Este joven tenor tiene una voz de sonido agradable, heroica. Más ahorradora de medios vocales que tendente a dar voces, su tono ligeramente baritonal y con agudos firmes se corona como una de las revelaciones del festival.

Albert Dohmen, el Wotan de la antepasada producción y el Alberich de la anterior, vuelve a estar ligado al Anillo una vez más, ahora como Hagen. Sin ser un bajo profundo, se convierte en el indiscutible líder del reparto, con su oscura voz y su adecuada proyección que le permiten sacar un personaje que no le va en principio a su tesitura. Como actor, aún tiene presencia y autoridad pese a que la dirección de actores suaviza mucho al malvado personaje.

Michael Kupfer-Radecky como Gunther saca adelante al personaje, con una voz no precisamente bonita pero conveniente a lo odioso que lo hace este montaje. Elisabeth Teige fue la mejor voz femenina de la noche, con una Gutrune de voz contundente, oscura,  carnosa, pero también de dulce agudo.

Olafur Sigurdarson también  ha sido un estupendo Alberich, pero ligero para la parte, aunque en esta obra no afecta a su breve aparición. Christa Mayer ha cantado una Waltraute decente, con un bello timbre oscuro, de contralto, aunque no siempre rotundo. 

Del resto del reparto, las hijas del Rin y las Nornas dieron un nivel notable, pero tampoco sobresaliente. Okka von der Damerau fue una Primera Norna más dulce y encantadora (pese al horrible vestuario) que de ultratumba. Kelly God en cambio sí fue una estupenda Tercera Norna. Stephanie Houtzeel, la bella y gran mezzosoprano americana, repite como Wellgunde, tras el Anillo anterior, aunque esta vez de las hijas del Rin la palma se la lleva la debutante Lea-ann Durbar como Woglinde. Mención de honor para los actores que han tenido que interpretar a Grane y la hija de los protagonistas, por todas las canalladas que han aguantado en escena. Grandes intérpretes.

Como es habitual en Bayreuth, los abucheos han sido para la parte escénica, que ha tenido que soportar en silencio un abucheo unánime. Valentin Schwarz parecía aguantar el tipo porque no le quedaba más remedio, mientras que otros como Tcherniakov o Kosky los han aguantado mejor en otras ediciones. Tampoco se libraron Theorin ni el director Meister. La orquesta, como siempre, se llevó una sonora ovación, así como del elenco se lo llevaron Dohmen, Hilley y Mayer. 

Bayreuth es un lugar de experimentación desde hace décadas. Y en Alemania, un lugar de discusión nacional. Quizá por eso siempre atraiga atención. Haya tenido éxito o no, esta representación sí que ha logrado lo que quizá pretendían Schwarz, Katharina Wagner, y el público que protestó: que se hable de ella. Y gracias a la televisión alemana, el mundo entero puede participar de este debate una vez más. Nada podría hacer más feliz a Wagner.

Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.