Ante la cercanía de las funciones de Turandot en el Teatro Real, he decidido prepararme un poco viendo algunas versiones en vídeo poco conocidas de la genial obra maestra de Giacomo Puccini.
¿La última gran ópera? ¿La muerte de la ópera? ¿o de la ópera italiana? Afortunadamente no es la primera, tampoco la segunda para nuestra alegría, y aunque en mi fuero interno podría contestar que sí es la última, tampoco; aunque la ópera en el idioma de Dante ha seguido otros caminos muy diversos y no ha podido alcanzar la cúspide última a la que la llevó el genio de Lucca. Ni falta que le hace, ahí tenemos a Dallapiccola, Nono o Rota.
Puccini tenía dudas sobre cómo acabar la obra, y aunque la muerte fue el principal e infranqueable obstáculo, no fue el único. La genialidad y la opulencia de la partitura, su capacidad para unir la tradicional llamada al sentimiento pucciniana, la inspiración de melodías orientales (superando la alcanzada con Madame Butterfly) y la inspiración posromántica, wagneriana del uso de una gran orquesta, alcanzan su cénit musical y teatral en el tercer acto. A través de la cada vez más dramática e inspirada música podemos entender que el maestro se enfrentó posiblemente a una labor que le
estaba consumiendo, de ahí el problema que se encontró. Tras la muerte de Liù empieza la música de Franco Alfano, y se nota la diferencia de estilos, pese a que el final tuvo una revisión en la que intentó adaptarse al material que dejó el difunto músico. Y sin embargo y aunque se han compuesto nuevos por Luciano Berio, Janet Maguire o recientemente Hao Weiya, creo que Turandot no podía terminar con un broche más dorado que el coro final cantando el motivo de Calaf. Tal vez fuera la mano del propio Puccini, la que inspiró a la de Alfano para terminar la ópera con ese final que la mayoría del gran público conocemos y aceptamos.
Empezamos con una versión en vídeo dirigida por el prestigioso director de cine chino Zhang Yimou. En 1998, llevó a cabo esta ópera en la Ciudad Prohibida, con una lujosa puesta en escena. Siete años más tarde, en 2005, el mismo montaje se presentó en París, en el famoso Stade de France.
Sobre el enorme escenario se levanta una imponente reconstrucción de la Ciudad Prohibida, con un escenario de grandes plataformas escalonadas con la gran escalera central que lleva al salón del trono. Podemos pequeñas casas-pagodas-plataformas escénicas que se mueven por el escenario cuando conviene al drama. Ello puede, sin embargo dar una sensación de artificiosidad ya que el europeo coro vestido de negro con sobrios trajes chinos se sitúa a ambos lados de la orquesta, pero en escena quienes lo representan son la cohorte de bailarines y figurantes asiáticos.
El espectáculo empieza con un grupo de soldados con traje amarillo aparecen en escena repicando sus rojos tambores y baquetas, anunciando así cada acto. El coro Gira la Cote es representado por un bailarín vestido de azul que representa una danza del sable con destreza. El Perchè tarda la luna es bailado por unas bailarinas vestidas de blanco que realizan una sincronizada danza con velos blancos. Turandot aparece tras el salón del trono rodeada de sirvientas portando estandartes. En el segundo acto en el dúo de los tres ministros las estancias-plataformas se mueven para representar en su interior paisajes idílicos con bailarinas mientras ellos rememoran sus lejanos hogares. Naturalmente el momento más espectacular es la escena de la aparición del soberano Altoum y los enigmas de Turandot, con un despliegue de iluminación. El emperador aparece con su radiante traje dorado y el salón del trono se ilumina de este color. A cada enigma resuelto aparece la solución escrita con enorme caligrafía china en una de las casas rodantes. El tercer acto muestra a la Ciudad Prohibida iluminada de azul noche, y como no puede ser de otro modo la apoteosis escénica llega al final con todos los figurantes en escena y la iluminación deslumbrante con Calaf y Turandot unidos.
La Orquesta de la Ópera de Salerno está dirigida por János Ács, quien no termina de convencerme con su dirección ya que en muchos momentos es demasiado rápida y en otros abusa del forte. Impactante estuvo en la escena del emperador, pero también por el exceso de percusión, con el gong sonando muy fuerte. El Coro del mismo teatro en cambio cumplió aceptablemente con su cometido.
Irina Gordei es una estupenda Turandot, aun dentro del estilo eslavo: grandes voces, pero frialdad dramática. Los agudos son impresionantes y la voz suena bien proyectada, aunque la amplificación puede jugar a su favor. Nicola Martinucci tiene voz para Calaf, pero pasa por muchos apuros. El centro es apreciable, pero el agudo no lo es tanto, en los vincerò finales llega desgraciadamente al gallo y a un sonido estridente, lo que es una pena debido a su heróico timbre. Yao Hong es una excelente sorpresa como Liù, con una voz bella y unos pianissimi muy bonitos en sus arias.
Alexander Anissimov es un Timur potente, aunque el timbre de voz no es el más agradable; aun así convence vocalmente, al igual que le ocurre a Guillaume Doumenge como el mandarín. De los tres ministros el más completo es el Pong de Gilles San Juan. Massimo La Guardia es un Altoum excelente, haciendo doblete como Príncipe de Persia, con un grito "Turandot" desgarbado, casi que parecía otro tenor.
En la temporada 1997-1998 del Teatro Real, la que fue su temporada de reinauguración como teatro de ópera desde su cierre en 1925, se estrenaron sobre su escenario obras clave del siglo XX como Peter Grimes, Porgy and Bess y Turandot, como no podía ser de otro modo.
Estas funciones de 1998 se emitieron por televisión. En Youtube se encuentra un vídeo de esa retransmisión, aunque la calidad no acompaña.
Para esta ocasión, se contó con la puesta en escena de Andrei Serban, estrenada en Londres en 1984. La producción transcurre en una amplia sala de ambientación china, de pequeña compañía. Los trajes son sencillos en comparación con los del montaje de Zhang, pero muy cercanos a los de compañías de ópera y acrobacia chinas itinerantes, con colores muy diversos en el caso del coro y los ministros, de sencillez en el caso de Calaf y Liù, y de gran belleza los de Turandot, Altoum y Timur, aunque lejos de cualquier ostentación redundante.
El montaje cuenta con momentos de gran interés como en los coros, donde tienen lugar danzas de bailarines con máscaras, la aparición de un dragón en el primer coro del primer acto, la aparición del emperador en su trono dorado descendiendo desde lo alto del escenario, como hijo del cielo que es. Turandot lleva una máscara que es una alegoría de su estátus divino hasta que en el dúo con Calaf se despoja de ella. Liù se suicida con la espada del verdugo y su cuerpo es llevado en un lujoso carro. Al final de la obra, Turandot y Calaf se unen y el cuerpo de la desdichada esclava vuelve a aparecer en escena, como señal de concordia.
La Orquesta del Teatro Real está dirigida por Vladimir Jurowski, quien consigue un buen rendimiento de la misma, aunque las trompetas suenen un poco desafinadas en el tercer acto.
Jane Eaglen es una Turandot de voz enorme, aunque algunos agudos en el segundo acto suenen un poco ligeros, aunque su estilo vieja escuela ya no se encuentre hoy en día.
Vladimir Galouzine es sin duda la estrella del reparto. La voz tiene un timbre baritonal, heróico, está muy bien proyectada y no da muestras de debilidad, con unos agudos impresionantes y muy bien emitidos en el Nessun Dorma.
Verónica Villaroel es una Liù bastante decente, aunque mejor en el tercer acto que el primero. El Timur de Eldar Aliev es toda una sorpresa, siendo un buen cantante, con una preciosa voz y todavía mejor actor, con una desgarradora Y conmovedora interpretación del Liù, bontà en el tercer acto. El resto del reparto está a un buen nivel, destacando a un joven Juan Jesús Rodríguez como el mandarín.
Y hasta aquí, esta primera aproximación a Turandot. Una de las obras capitales del género y de la ópera del siglo XX que siempre supone un placer ver representada.