Pocos pueblos han sufrido tantas persecuciones como el judío. Desde que se originó la diáspora hace casi dos milenios, durante todo ese tiempo han permanecido en el viejo mundo, sufriendo expulsiones, pogromos y segregación. Y sin embargo, no se entienden la historia, la ciencia y el arte de Europa sin los judíos. Dicha realidad se hace más patente si cabe en la España medieval. En nuestro país, al que los judíos llamaban "Sefarad", este pueblo vivió una de las etapas más prósperas de su historia. Primero bajo el Al-Andalus islámico y después con los cristianos, en los pocos siglos que precedieron a la expulsión de 1492 por parte de los Reyes Católicos.
De esta historia se hace eco la prestigiosa compañía de títeres hispano-canadiense Claroscvro Teatro, de fama mundial, y que ya ha producido tres espectáculos para niños en el marco del programa didáctico del Teatro de la Zarzuela, que realiza actividades en el ambigú. Este año nos traen "El Cielo de Sefarad", una historia sobre una niña judía sefardí, Noa, quien viven la tragedia de la expulsión, una historia contada con ternura pero al mismo tiempo con la contundencia del drama que supone la expulsión. Y de acompañamiento, música sefardí como también de los cristianos: piezas del famoso Cancionero de Palacio del siglo XV y otras obras de esa misma época. Con dirección de escena de Larisa Ramos, unida a los creadores de la compañía, Julie Vachon y Francisco de Paula Sánchez, quienes ponen voz a los títeres y también actúan, con acompañamiento musical de Enrique Pastor y María José Piré, quienes interpretan instrumentos como cítola, laúd, vihuela, flauta, percusión y fídula.
El ambigú se ve dominado por un retablo en el que aparece un paisaje de una ciudad medieval, dominada por la iglesia, y el cielo estrellado. Los artistas, vestidos de época, completan el reparto junto a los títeres de Noa, su gato y sus amigos. Claroscvro pretende que sus producciones sean didácticas, y la música es un elemento narrativo importante, que complementa esa misión. En este caso, la idea es enseñar a los más pequeños la tolerancia, el respeto a los demás, y que nadie debe de ser discriminado por su religión o por su etnia. Y pocos mejores ejemplos en escena que la terrible expulsión de los judíos de España en 1492, uno de nuestros más grandes dramas humanos.
En una ciudad española (que luego se revelará que es Toledo), una niña judía sefardí, Noa, disfruta de la compañía de sus amigos, Pedro, un niño cristiano, y Fátima, una niña morisca, y de las sabrosas comidas que le hace su abuela. Sin embargo, un día, mientras esperan la visita del juglar, se anuncia que los judíos serán expulsados de España. Noa se encuentra de repente con una realidad difícil de asimilar para ella: ¿por qué deben irse los judíos si son tan españoles como el resto? Desde los ojos de una niña vemos la segregación que sufren los sefardíes: no pueden llevar colores alegres, deben llevar un distintivo rojo cuando salen del gueto, e incluso los cristianos no ven con buenos ojos el relacionarse con ellos, aquí los adultos son los que discriminan más abiertamente que los más pequeños. Junto a Noa, otro protagonista se asoma: Don Gato, un gatito negro que también sufre las iras de los humanos, quienes le acusan de diablo. Él servirá de consuelo a Noa, a quien le explica que la superstición está detrás de las persecuciones, como cuando los gatos fueron liquidados, se multiplicaron las ratas y se prolongó una pandemia: la Peste Negra, de la que se culpará a los judíos de envenenar el agua, con los tristemente famosos pogromos del siglo XIV como consecuencia. Ante la inevitable tragedia, Noa deberá irse, junto a su madre y su abuela, ya que su abuelo, un médico muy sabio, elige quedarse en Sefarad. Pero el deseo de Noa es recordar toda su vida aquí, y llevarla consigo allá donde vaya.
Aun siendo una obra para niños, contada con ternura, no deja de contar una tragedia: el drama del exilio. Como bien dijo en los aplausos finales el director, un escritor judío le contó que si no se conoce la oscuridad, luego no se sabe cómo afrontarla, porque un día llega. Durante la historia, muchos pueblos han sido y siguen siendo expulsados de sus casas, y muchas Noas ha habido dentro de ellos, preguntándose por qué. Pero como bien le dice su abuelo, aunque no se vaya, debe de seguir amando a España. Y así se despidió Claroscvro, con un mensaje de amor al pueblo sefardí, con el aplauso del público asistente, que no llenaba del todo la sala, aunque esta ya estuvo llena en las funciones escolares y en las dos que salieron a la venta en un principio y estuvieron agotadas desde hace tiempo. La emoción se palpaba entre el público, incluso hubo quien derramó lágrimas.
La expulsión de Sefarad (que así se sigue llamando a España en hebreo moderno) supuso un trauma tremendo para este pueblo que allá donde se asentó, siguió llevando a su tierra en su corazón, creando una cultura de añoranza y un amor sin rencores que sigue permaneciendo en los corazones de los descendientes de los judíos sefardíes en todo el mundo, a quinientos veinte años de aquél fatal destierro.
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