sábado, 18 de enero de 2020

Frank Castorf en Madrid: el Bajazet de Racine en los Teatros del Canal


No suelo hablar mucho de funciones de teatro hablado porque la ópera me deja poco tiempo (y dinero) para mucho más, aunque cuando hay ocasión para ello me acerco sin dudarlo. Este verano vi "Cinco horas con Mario" de Miguel Delibes, con la gran Lola Herrera, una interpretación que es historia pura. Cuando supe que Frank Castorf, uno de los directores teatrales más importantes de Europa, dirigiría en Madrid uno de sus más recientes montajes, no dudé en hacerme con una localidad.

El verano pasado vi en vídeo la controversial producción del Anillo wagneriano que dirigió en Bayreuth, donde escandalizó en un principio pero hoy en día algunos lo consideran algo histórico. Yo he decidido situarme al lado de estos últimos, sobretodo después de quedarme como envuelto durante unos días en su mundo, en su aura pesimista tras el final de El Ocaso de los Dioses. Castorf realizó entonces una gran actualización de la obra al situarla a lo largo de la historia del siglo pasado tanto en el mundo como en Berlín, dejando para el recuerdo postales escénicas impactantes como su recreación del Monte Rushmore comunista o el Alexanderplatz berlinés. El oro del Nibelungo se convertía en petróleo, con lo que las disputas de poder de la saga mitológica quedaban eficientemente transportadas a nuestra época. Y sus colaboradores Aleksandar Denic, Andreas Deinert y Adriana Braga Peretzki tradujeron esta idea en una escenografía y vestuario de gran impacto visual, con vídeos en directo. 


Esta vez Castorf ha dirigido Bajazet, la tragedia del escritor clásico francés Jean Racine, completado con textos del ensayo teatral 'Le Théâtre et la peste' de Antonin Artaud, quien en sintonía con su teatro propone que la experiencia teatral sea revulsiva, catártica en el espectador y éste salga cambiado tras ella. Y con él regresa su talentoso equipo para poner esta tragedia en escena con una de nuevo espectacular escenografía, aunque a diferencia de las que llevan su marca, esta no es giratoria, sino más bien estática, aunque con todos los elementos castorfianos presentes: vídeo, situaciones extremas, vestuario moderno, etc. Al ser un profano en el mundo de Racine, y en general en el del teatro, mis aproximaciones y conclusiones no son las de un aficionado curtido en este campo, y en parte porque como ya he dicho, es mi pasión por el montaje del Anillo de Castorf lo que me ha llevado a los Teatros del Canal.


Bajazet está basada en una historia del imperio Otomano, basada en un fratricidio cometido por Murad IV, aquí llamado Amurat. Bajazet es su hermano, y es perseguido por el sultán. Es amado por Roxane, la todopoderosa favorita que detenta el poder real en el Imperio mientras el sultán está en la batalla, y por Atalide, quien trama la relación entre ellos para llegar hasta el sultán y derrocarlos. Junto a ellos están Osmin y el visir Acomat, y todos se verán arrastrados por una lucha por el poder. Roxane es la verdadera protagonista: la que tiene todo en este mundo menos lo que más quiere, el hombre que ama. En ella confluyen las intrigas amorosas y del poder. Racine toma este concepto de un país en cuyo siglo el poder real lo ostentaban los visires y las mujeres del harén, si bien precisamente Murad IV fue todo lo contrario, ya que fue uno de los pocos sultanes de su tiempo que tomó las riendas del poder. La obra supone un conflicto emocional terrible para todos los implicados, quienes sufren terriblemente por sus sentimientos y codicia. El triángulo amoroso entre Bajazet, Roxane y Atalide conmueve y sobrecoge al espectador por la intensidad con la que aman estas mujeres y de cómo son víctimas de esa mezcla fatal de amor y poder, y el protagonista masculino en su situación de proscrito se abandona a la inacción y por ello las consecuencias son trágicas. Junto al texto de la obra de Racine, Castorf incorpora el radical, crudo y apelativo texto "Le Théâtre et la peste" de Antonin Artaud, en una suerte de diálogo entre los actores, que incorpora en las escenas más íntimas de la obra, acentuando los sentimientos y emociones de los protagonistas hasta el límite de lo perturbador. El texto anima al espectador a vivir con intensidad la experiencia teatral, y lo transformador que es para los actores y directores debe serlo también para el público, lo que supone para el artista un conflicto entre su personaje y su persona. El teatro, para Artaud, es una vivencia  que exprime hasta el último de los órganos del espectador.

                                             
  
Castorf se hace eco de todo esto y lo eleva a un nivel superior de sobrecogimiento. La escena está dominada por un gigante busto de un sultán o un aristócrata árabe con turbante, que recogerá la habitación donde los protagonistas confían al espectador sus sentimientos, una cocina destartalada, cuya accion, al estar oculta al espectador, es filmada y mostrada en una gran pantalla en el extremo derecho del escenario.  En medio hay una especie de tienda de campaña con aspecto de burka y una jaula. El espectador no lo ve, pero al otro lado del busto-habitación hay un cartel que dice "Will Turkey" con un pavo al lado. Cuando vi el Anillo pensé "qué gamberro, esto es regietheater puro". Ahora creo que esa producción que escandalizó a los wagnerianos más conservadores es prácticamente un cuento de hadas en comparación con esto. Los límites del teatro son menores que el conservador mundo de la ópera. Y aquí podemos ver situaciones tan provocadoras y extremas que son inconcebibles en Bayreuth o en nuestro Teatro Real. Los personajes lloran, gritan, fuman, beben, bromean, como una extensión de su tragedia. Las escenas de Roxane hablando de sus conflictos son estremecedoras: en muchas de ellas aparece completamente desnuda, como si su alma herida necesitase despojarse de ropa para expresar su dolor. En otras cocina como desahogo, aunque sepamos que su forma de tratar los alimentos es un intento de liberación. Las filmaciones de Deinert que muestran la acción simultánea son maravillosas, unas auténticas obras de arte. Inolvidables los primeros planos de Roxanne y Atalie en las últimas escenas con esas luces que iluminan sus caras mientras tiene lugar su egregio diálogo final. Al final se ve una filmación mostrando a Osmin y al Visir huyendo en lancha, siendo el primero quien tras matar al segundo se convierte en el último superviviente de esta lucha por el poder.

La obra se estrenó el pasado noviembre en Lausana, Suiza, y desde allí ha empezado una gira que llevará este montaje por Europa hasta mediados de año. Naturalmente, esta obra se ha presentado hablada en francés, con un reparto prácticamente galo y liderado (por decir algo, porque con Castorf nadie es estrella, todos son iguales) por la gran actriz francesa Jeanne Balibar en el rol de Roxanne. Bailibar hace una inolvidable interpretación de la atormentada protagonista, transmitiendo exitosamente al público sus terribles sufrimientos. La extrema dramaturgia de Castorf saca de ella una intensidad que marca al espectador. Jean-Damien Barbin es el protagonista que da título a la obra, y en ella el director le presenta como un hombre dejado, un intento de bon vivant que inspira compasión. Claire Sermonne es una Atalida de voz fuerte que impresiona. El contapunto humano, cómico a esta tragedia amorosa la ponen Mounir Margoum en el rol de Acomat y el gran Adama Diop como Osmin. Diop me iba sorprendiendo a medida que transcurría la acción con su vis cómica y su magnetismo escénico. En las escenas finales ambos actores recitan maravillosamente del texto de Artaud. Todos se ponen a las órdenes de Castorf para exprimir la obra hasta el último resquicio, logrando con ello un teatro de grandísimo nivel.La música preparada por William Minke acompañaba algunas de las más importantes escenas.

Esta experiencia, pese a que como profano hay cosas que no entiendo, me confirma por qué Frank Castorf es uno de los grandes del teatro europeo. Siempre llega al espectador de una forma u otra, guste o no guste. También me confirma que el público de teatro es más vanguardista que el de ópera. Anoche hubo una gran ovación al equipo escénico y al reparto, lo que confirma que este Bajazet ha sido una de las citas indispensables en esta temporada.

Algunas fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.

martes, 7 de enero de 2020

El Cascanueces por el Ballet Nacional Ruso en Madrid. La magia de la danza en Navidad.

Función matutina del 6 de enero, día de reyes.

Las navidades,como los veranos, traen cada año el ballet a los escenarios de Madrid. Y el más adecuado para estas fechas no podía ser otro que El Cascanueces, todo un icono navideño. La obra maestra de Tchaikovsky es celebrada por los amantes del ballet y la música por su argumento de cuento de hadas, juguetes que se convierten en héroes, sus cautivadoras melodías popularizadas en anuncios, películas, televisión, que hacen que siempre sea un disfrute para las familias que suelen acudir a los teatros, y muchas veces llenarlos.


Junto a los teatros de la Gran Vía, el Teatro Nuevo Apolo lleva tiempo acogiendo en su escenario  algunas funciones de ballet, y desde hace un par de temporadas la compañía privada Ballet Nacional Ruso dirigida por Sergei Radchenko, antiguo solista del Bolshoi de Moscú, es la que actúa en la temporada de danza clásica de esta sala. La sala del Nuevo Apolo (uno de los teatros más antiguos de la ciudad) necesita, no obstante, una reforma, especialmente en el Anfiteatro, donde se ve un gastado suelo de madera. Sobre el escenario del famoso musical El Médico, con un texto esculpido sobre piedra, tiene lugar el ballet.
Ya en 2016 vi a esta compañía en el Teatro del Centro Cultural de la Villa, con resultados más o menos aceptables en el Lago de los Cisnes. Ahora actúan en un escenario más grande y con más medios. La música está grabada, como es habitual en estas compañías, y cuando suenan las oberturas, la música se apaga pero hasta que el telón no se levanta, la gente no deja de hablar. Mientras suena, se ven unos copos de nieve proyectados en el telón. Al levantarse, se ve en el primer acto un tul recreando una calle en navidad, mientras se presentan los bailarines. El primer acto es una casa con árbol de navidad con las luces encendidas. El reino de los dulces es un telón idílico de un árbol de navidad en un palacio de ensueño. La obra termina con Drosselmeyer convirtiendo el sueño de Masha en realidad: la deja aún dormida sobre el sofa, y ella despierta y corre a abrazar a su muñeco-príncipe, mientras que los dulces están en el salón.


Para esta gira, el cuerpo de ballet ha presentado doce hadas, seis ratones y seis soldados. Desgraciadamente, el programa de mano no cita los nombres de los solistas, por lo que he tenido que jugar al quién es quién con la web de la compañía en mano, y me arriesgaré a dar nombres de algunos protagonistas, con la posibilidad de ser corregido.
Masha fue interpretada posiblemente por Maria Sokolnikova, cuya actuación fue de correcta a memorable, destacando especialmente con su gran agilidad en la danza del hada de azúcar, que bordó. El Príncipe Cascanueces, no me queda claro, fue posiblemente interpretado por Nelson Peña. Sea quien fuere, estuvo estupendo, con unas danzas deslumbrantes, tanto en el primer acto como en su solo final. Quien sí es seguro es Alexander Daev como un ágil Drosselmeyer, quien hizo una gran interpretación y mostró una agilidad y coordinación con las hadas en el acto segundo. Del resto del elenco, difícil identificar a los solistas, destacando la danza del Arlequín en el primer acto, cuyo solista fue tan bueno que posiblemente fuera el mejor de la función. El cuerpo de ballet infantil destacó por su entrega, llegando incluso a eclipsar a los adultos en la primera escena.

Siendo hoy día de reyes, la sala estaba prácticamente llena, con muchos niños entre los espectadores como no puede ser de otro modo en esta obra, y el público ovacionando a los solistas. No puede despedirse mejor la navidad.


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