Empezó la temporada 2020/2021, y lo hizo con problemas en el aforo y las medidas de seguridad, con un histórico escándalo que suspendió la segunda función de su primer título, Un Ballo in Maschera, y que dio la vuelta al mundo. Sin embargo, poco a poco, y pese a que las sucesivas olas de la pandemia, los toques de queda, los confinamientos por zonas de salud básicas que impidieron a muchos poder salir de su barrio, y las variantes del maldito virus se cernían sobre la capital española, los títulos programados fueron sucediéndose para asombro de propios y ajenos: una exitosa Rusalka, unas navidades con Don Giovanni (tristes por lo que ha supuesto la pandemia, que coincidieron con un polémico macroconcierto en un estadio del cantante Raphael, que sin embargo contó con unas seguras y ejemplares medidas de seguridad, doy fe de ello porque estuve allí), un Sigfrido, que con lo que demanda una ópera de Wagner, se pudo hacer en su integridad colocando a los músicos en palcos vacíos por las limitaciones de aforo, un Peter Grimes con un brote de Covid-19 en el coro y algunos miembros del elenco que obligó a cambiar las fechas de las funciones, a costa de cancelar un título que coincidía en las mismas fechas ... y ahora es el turno de Tosca, uno de los grandes clásicos de la ópera, que además supone también el regreso de una retransmisión en pantalla gigante en la Plaza de Oriente, uno de los clásicos veraniegos de la vida musical de la ciudad, y hasta con cuatro repartos plagados de estrellas.
El gran drama de Puccini regresa al Real después de 10 años de ausencia, cuando se vio por última vez en la ya clásica puesta en escena de Nuria Espert, que se llegó a ver en la capital hasta en tres ocasiones: la primera en enero 2004, grabada en DVD y que como ahora, contó también con cuatro grandes repartos: el primero con la desaparecida Daniela Dessì, Fabio Armiliato y Ruggero Raimondi, inmortalizada en vídeo, y el segundo contó con la despedida del rol titular por parte de la legendaria Raina Kabaivanska, que cantó solo un día. Luego en julio de ese mismo año, sustituyendo a la programada visita de Daniel Barenboim con la Staatsoper Berlin, con dos repartos que incluían a Renato Bruson como Scarpia. Y finalmente en 2011, con dos repartos que incluían en el rol de la protagonista a las grandes Violeta Urmana y Sondra Radvanovsky, quien diez años más tarde repite como Tosca en estas funciones en el primer reparto. Esta crítica, hablará, por el contrario, del segundo, el 11 de julio de 2021.
Ahora lo hace en una puesta en escena dirigida por Paco Azorín, que ya se ha visto hasta dos veces en Barcelona. Si la puesta en escena se pudiera reducir a una palabra sería : "revolución". La misma que está presente en la obra, el espíritu republicano de Cavaradossi que por ocultar al depuesto cónsul Angelotti, perseguido por la implacable policía romana, sella su destino. Esa revolución llevada por Napoleón al norte de Italia y de ahí extendida a todo el país, y cuya victoria celebra el protagonista. En esta versión, aparece representada por una mujer completamente desnuda, inspirada en el famoso cuadro "La libertad guiando al pueblo" de Eugène Delacroix, quien aparecerá en varios momentos cruciales de la obra. Azorín trabaja con el potencial cinematográfico de la obra, donde el suspense en el segundo acto atrapa al espectador y hace que contenga la respiración, además de exponer las pasiones de los personajes, a veces de forma muy visceral. Esta versión huye del lujo de los palacios, iglesias y fortalezas de la Roma de 1800, minimizando los decorados y haciendo la producción atemporal. El vestuario de Isidre Prunés y Ulises Mérida, quien diseña los modelos de Tosca, se hace eco de esta cualidad: no distrae de la obra, pero es sencillo. Consignas revolucionarias aparecen en el telón antes de cada acto, además de mencionar el espacio y el tiempo en que transcurre la obra, una intensísima jornada trágica.
En el primer acto, la Revolución aparece junto a un exhausto Angelotti, en un escenario vacío, y cuando éste se esconde, aparece la Iglesia de Sant'Andrea, pero representada con un retablo barroco con unas pinturas, pero completamente tenebroso, en el que se ve la mesa y los bocetos de Cavaradossi. En la escena del Te Deum, los cuadros de la iglesia aparecen iluminados en lo oscuro del escenario. Cuando la procesión entra, Scarpia al cantar su famosa frase "Tosca, mi fai dimenticare iddio" se avalanza sobre uno de los obispos y le despoja de su hábito: es Tosca, disfrazada. Una interesante alegoría del deseo salvaje del villano que se oculta tras su falsa religiosidad. En este momento frenético, Scarpia pierde el control y atemoriza al coro mientras la comitiva papal entra en la iglesia. El segundo acto es el más fuerte de la obra, donde se desarrolla la tragedia, la diva temperamental se convierte en una frágil e indefensa víctima ante el perverso Scarpia, cuya excitación sexual con la opresión y la violencia se manifiestan cuando ve a la pobre Tosca sufrir al ver como torturan a su amado Mario. En este segundo acto, se ven dos enormes cortinas rojas, una a cada lado del escenario, que rodean a un salón tétrico, casi industrial. En la escena de la tortura, esas cortinas caen para mostrar unas enormes celdas, donde se ve a los prisioneros castigados por Scarpia, entre ellos a Cavaradossi torturado. En la terrible escena de la muerte de Scarpia, la Revolución aparece, entrando en escena para dar ánimos a Tosca antes de asesinar al villano. Cuando éste muere, poco antes de bajarse el telón, la protagonista saluda a los prisioneros, como dándoles la nueva de que el tirano ha caído. El tercer acto empieza con el descubrimiento del cuerpo de Scarpia, mientras suena la canción del pastorcillo. Esta es una de esas ocasiones donde se puede ver el potencial de la maquinaria del Real. Puede verse cómo desciende el decorado del segundo acto, para que desde el fondo aparezca el del tercero. Una impresionante estructura, con un aspecto que a veces recuerda a una masiva nave espacial (la misma del retablo y el salón de los actos anteriores, y en este acto la celda de Cavaradossi) surge desde el fondo del escenario, mientras la espectacular iluminación de Pedro Yagüe inunda la sala de una preciosa luz blanca. Al fondo, la luna llena aparece imponente. Un afectado Mario canta su aria encima de la estructura, incapaz de escribir una carta de despedida a su amada. Cuando esta llega, al principio se saludan desde la celda, pero pronto él se reune con ella. Al final, la Revolución aparece acompañando a Mario en el momento de su muerte. Por último, cuando Tosca descubre la realidad, se despide del cuerpo de su amado y mira a la Revolución, antes de precipitarse al vacío. El viento agita los rizados cabellos de esta última, que mira al público mientras cae el telón. Los protagonistas mueren, pero la revolución continuará.
Nicola Luisotti es el director orquestal de esta Tosca, y quien hace un año dirigió una mágica Traviata, la primera post-Covid. Y como en aquella ocasión, la orquesta vuelve a sonar pasada de decibelios, en un sonido wagneriano. Si el año pasado se entendía por la magia de volver tras el duro encierro, ahora se puede aceptar que en Puccini la orquesta tenga que darlo todo, pero a veces en el primer acto el volumen se pasaba de atronador. No obstante, ha sonado inspirada, con todos los instrumentos a un gran nivel. Estupendísimas las cuerdas en el segundo acto, capaces de recrear el ambiente tenso de Tosca quedándose sola con Scarpia mientras van a interrogar a Cavaradossi, del mismo modo cuando el villano va a dictar a Spoletta la falsa orden de simulación, con un momento excelente de la viola, y también en el tercer acto antes de la famosa aria del protagonista. En esta misma, el clarinete brilló. Curiosamente, y en contraste con el forte de los primeros actos y del final, la orquesta decidió tocar a menor volumen, en una íntima y sosegada interpretación del interludio inicial de dicho acto, el que sigue a la canción del pastorcillo.
El Coro, como siempre, al excelente nivel habitual, si bien en el primer acto era un poco tapado por la escena. El coro infantil estuvo correcto en su breve intervención. En el Te Deum, como no podía ser menos, expusieron todo su potencial.
Maria Agresta interpreta a la diva Floria Tosca. La soprano italiana tiene una voz que en principio podría parecer ligera para Tosca, pero sabe resolverlo con una sentida interpretación y un dulcísimo timbre, que conviene en los momentos más frágiles del rol. Así, en la famosa frase "Egli vede ch'io piango" mantuvo un momento el agudo en la palabra "vede" para luego emitirlo dulcemente. El Vissi d'arte fue bellamente cantado. Se reservó sin duda en todo sentido en el tercer acto, donde estuvo sublime.
Michael Fabiano fue el indudable protagonista de la noche con su poderosa interpretación de Mario Cavaradossi, el mártir protagonista. La voz de Fabiano es capaz de oscilar entre un timbre lírico y otro más heróico, pasando muy fácilmente de un registro a otro. Además tiene un potente volumen, que no solo corre por la sala sino que además se impone a todos sus compañeros y salvo en una ocasión en el primer acto, también a toda la orquesta. En el Recondita Armonia empezó algo reservado, incluso dentro de ese caudal torrencial vocal, pero llegó a deslumbrar con un estupendo e impactante agudo en la frase "La vita mi costasse, vi salverò". Desde el segundo acto se desenvolvió con soltura: tanto a nivel actoral, como en los Vittoria, Vittoria, donde el segundo fue más prolongado e imponente que el primero. En el tercer acto sorprendió con el E Lucevan le stelle, ya que en la frase "o dolci mani..." entró dando el agudo en pianissimo, y luego una vez más, dando un toque intimista a la terrible aria. Sorprendentemente, al acabarla el público tardó en reaccionar unos segundo hasta que aplaudió generosamente. En el dúo final con Tosca estuvo más entregado si cabe.
Gevorg Hakobyan dio vida a Scarpia, siendo un barítono que si bien tiene una enorme voz, no pareció estar demasiado refinada, pero al menos eso pudo convenir a la rudeza del personaje. Como en el segundo acto, donde en la escena Già mi dicon venal logra su mejor momento, a nivel actoral como vocal, cantando con nobleza sus sentimientos apasionados hacia Tosca.
En cuanto a los comprimarios, quien destacó como siempre fue el gran Mikeldi Atxalandabaso con su excelente Spoletta: bien cantado, con un timbre a veces juvenil, pero siempre en el timbre spieltenor, bastante "mimesco", que necesita el servil personaje. Además aquí interpretado actoralmente como un repulsivo y desagradable esbirro. Como Angelotti, Gerardo Bullón empezó algo tímido, pero en su última escena pudo lucir un aseado timbre de bajo, dentro de lo que la potentísima orquesta le dejó. Valeriano Lanchas interpretó con un buen timbre de bajo profundo al Sacristán, aunque también sufrió las inclemencias de la orquesta. Los jóvenes bajos David Lagares como Sciarrone y Luis López Navarro como el carcelero estuvieron correctos, y por último Inés Ballesteros interpretó una dulce, aniñada versión de la canción del pastorcillo en el tercer acto.
Ver Tosca es una delicia, y una obra que parece pasar en un santiamén. Por eso el público premió con generosas ovaciones a la pareja protagonista, en la que ha sido una amena noche de ópera. En esta ocasión, no voy a hacer la consabida valoración final, porque la próxima semana veré al primer reparto, con el famosísimo tenor Jonas Kaufmann y la no menos célebre Sondra Radvanovsky, el cual también reseñaré aquí.
Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.
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